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¿Qué tendrán en común Juan Carlos Medrano, uno de los serenos del cementerio más antiguo de Tucumán con Ricardo Farías, empresario y millonario, padre de la movida nocturna tucumana?
¿O Gerardo Epelbaum, ex dueño de Nocturno, el boliche que trajo la electrónica a Tucumán con Albano Sosa, un joven asaltado en plena madrugada y que vive con una bala alojada en el pecho?
¿Qué tendrán que ver, me pregunto, Priscilla y Gisele, esas dos travestis que deambulan cada noche por El Bajo alquilando sus cuerpos, con el gordo Moneda, el mendigo más conocido de la ciudad?
¿O Adrián Pasteri, que vive cuadripléjico y postrado en una cama hace doce años en la Ciudadela con Carlos Salinas, el ex futbolista tucumano, campeón del mundo con Boca, que se gastó los millones que tenía en prostitutas y cocaína?
La bella Camila Solórzano, ex Miss Universo Argentina, ¿tendrá algo que ver con Romina Rodríguez, la chica que metió más goles que Messi el año pasado en San Martín? O esa nena de historia trágica que busca incansable a su madre biológica, ¿tendrá algo que ver con Margarita Cruz, la andariega de Horco Molle?
Lugares tan disímiles como el Mercado del Norte, el club San Antonio de Ranchillos –donde se hace el carnaval más famoso de Tucumán-, el parque 9 de Julio y una sala donde maquillan a los muertos antes de ser entregados a sus dolientes, me pregunto, ¿qué los une?
O dos jóvenes que hicieron una película casi por diversión y que terminaron pisando la alfombra roja de Cannes; el grupo tropical tucumano Los Avelinos, con 81 discos (¡81 discos!) editados; el payaso Tapalín que parece interminable; y un fotógrafo de mujeres desnudas que llegó a Playboy España. ¿Qué tendrán en común?
Sin que ellos lo sepan, los une la pasión y una revista.
La pasión de un puñado de periodistas tucumanos que se animaron a adentrarse en la vida de otros tucumanos y compartir con ellos horas, días y semanas, para después escribir sus historias en crónicas extensas con preciso cuidado del detalle narrativo y que miles de ojos leyeron por primera vez en una pantalla. (¿Acaso la crónica no es eso tan sencillamente maravilloso como una persona tratando de conocer a otra?)
Y también los une una revista. Una revista nacida de esa pasión, que fue creciendo con trabajo, con mucho trabajo, y que hoy acaba de cumplir un año. Una revista donde han sido retratadas, mediante la palabra y la imagen, todas estas historias de acá, de nuestra provincia, contadas con lujo de detalles como nunca antes han sido contadas.
Tucumán Zeta no quedará en la historia del periodismo tucumano por haber desentrañado un caso de corrupción grandilocuente y pomposo, por haber vendido miles de ejemplares, ni siquiera por su facturación, ni por la cantidad de sus lectores. Tucumán Zeta ya forma parte de la historia por haberse animado a ser la primera revista digital de crónicas del norte argentino. Por haber puesto en marcha un proyecto donde la crónica, ése género que amamos y donde nos sentimos eternos, es la principal protagonista, y por darle voz a personas comunes que han vivido una historia, para nosotros, digna de ser contada; pero contada con lujo de detalles, con espacios ilimitados e irrestrictos y con muchas fotos, muchas buenas fotos, privilegio que en esos diarios que mueren junto al atardecer sólo tienen personajes del poder o un buen par de tetas.
Lo que Tucumán Zeta viene proponiendo hace un año, a través de sus veinte crónicas publicadas hasta ahora, es un relato que prescinde a conciencia de la actualidad noticiosa. Un cuento que el lector puede leer mil veces pero que además es verdad. Un registro histórico, una mirada diferente, de una provincia tan rica en historias como el Macondo de García Márquez.
La crónica es movimiento. Y eso hicimos.
No teníamos dónde publicar nuestras historias y creamos un espacio. No queríamos cortarnos solos e invitamos a otros cronistas. No teníamos fotógrafos y sumamos a varios. Queríamos hacer un taller para que nazcan nuevos cronistas y lo hicimos, y terminamos encontrando 27 nuevos cronistas, todos ellos con un gran potencial y talento. No queríamos entrevistar a nuestros personajes para sacarles una declaración picante apenas sabiendo sus nombres. Por eso compartimos horas, días y semanas con ellos tratando de comprenderlos y desentrañarlos con un interés genuino y humano, mucho más que periodístico.
Quizás por eso, también llegaron reconocimientos: fuimos invitados a dictar una conferencia y un taller en la Universidad Nacional de Salta -donde nos recibieron tan bien-, nos hicieron una mención en el catálogo de periodismo de vanguardia de la FNPI (Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano) que preside García Márquez, en Cartagena; tantos inscriptos en nuestro primer taller y tantos lectores que no paran de crecer y de mimarnos con sus comentarios y correos cada vez que una nueva crónica es publicada en la revista. Todo esto, en apenas un año.
Por supuesto nos queda mucho por aprender y mejorar; nunca estaremos del todo conformes porque nosotros somos nuestros críticos más acérrimos. Sabemos lo que falta y trabajamos por eso todos los días.
Sin embargo, tenemos un mérito. Aunque pueda sonar empalagoso, nuestro único y gran mérito es haber intentado la felicidad. Y haberla intentado haciendo crónicas, y con grandes amigos, ya es la felicidad misma. Por eso, para terminar, hago mías las palabras de Alma Guillermoprieto que dice:
“Cuando a mí me hagan la entrevista de los últimos de la especie, quiero que quede claro que los que ejercimos vivimos muy felices, que fuimos como Marco Polo, descubridores de nuevos mundos, y que el escribir, caminar por paisajes que embelesan y conversar con la gente que más ha sufrido o que más alegría ha dado (…) y vivir, como los gatos, siete vidas en una sola, todo eso ha sido un privilegio y una maravilla”.
¡Salud Tucumán Zeta!
Por muchos años más de vida.