Bitácora Zeta

Pero el amor, esa palabra…

Aturdido y abrumado por un amor que se había terminado, me encontraba solo en mi casa preguntándome por qué otra vez el amor me tenía entre las cuerdas, por qué otra vez me tenía arrinconado, por qué se había convertido en derrota si habíamos ganado tanto, tanto. Por qué.

Pero el amor, lo que se dice el amor, el amor el amor, ¿qué es? ¿Es lo mismo para todos? Claro que no, me imaginé, pero aún así decidí averiguarlo. Quise preguntarle a la gente qué era el amor, el amor de pareja digo, el amor de a dos, cómo lo vivían, por qué se entregaban o no a algo así, quería escabullirme en mares de respuestas ajenas para ver si ahí encontraba alguna que me refrescara tanta duda existencial y amorosa.

Eran las 3 de la mañana. No había mucha posibilidad de salir a la calle a buscar respuestas. Me levanté entonces de la cama, me conecté a Facebook y vi un listado de personas conectadas que serían mis entrevistados. Ya que una mujer era la culpable de mis desvelos, comencé a preguntarles a ellas, las que estaban conectadas y sin ninguna explicación previa, qué es el amor.

Entonces Ana me dice que es una emoción, que no se puede medir, que sólo se siente. Laura, en cambio, me dice que el amor es vivir y que eso se encuentra en la combinación perfecta entre el apego, la atracción sexual y el romanticismo. Cuando le pregunto a Agustina, tan dulce ella, dice que es la felicidad que te viene cuando ves una sonrisa en alguien que querés.

Coni, en vez de responder de manera directa como las anteriores, sólo me dice “¿y esa pregunta?” como si se negara a responder, y entonces su pantalla se queda en blanco hasta que se va a dormir. Emilia, escéptica quizás, pregunta si es una encuesta. No le digo nada. Me niego a explicarle nada. Quiero la espontaneidad de una respuesta ante una pregunta inesperada. Entonces sólo se atreve a decir que el amor es “tantas cosas”, y nada más.

Florencia dice que es un sentimiento de libertad cuando estás con otra persona, eso que te permite ser quien quieras ser, saber que alguien llena un espacio adentro tuyo.

Dramática, Elvira dice que el amor es eso que te pone en las nubes pero que de un segundo a otro también te pone una lápida en el cementerio. A la mierda!, pensé.

Soledad demora en contestar cuando le pongo la pregunta en la pantalla. Después, parece suspirar y termina diciendo esto: “oh, l’amour, el amor, el amor, qué difícil contestar”, y después sí, se anima y contesta: “es un sentimiento de locuraaaaaa”. Así, con muchas a.

Cuando le pregunto a Lucrecia, me dice que me puede llenar la pantalla de respuestas porque acaba de ver un documental de Woody Allen, a quien ama. Al rato, dice que el amor es la incógnita mayor, después de la muerte.

Después me pongo a escribir todas estas definiciones domésticas en un cuaderno y recuerdo que la palabra definir, según su propia etimología, viene del latín definire, compuesta por el prefijo de y por el verbo finire (terminar), finis (final, término). Es decir, la acción de poner fin o término a un concepto, ponerle un límite, un cerco, una frontera a la cosa que la separe o distinga de otra. Nada más lejos un cerco para el amor, pensé en ese momento. Por qué tratar de definirlo tanto, entonces.

Y llego a la conclusión de que ninguna palabra se ha intentado definir tanto como la palabra amor. Todas las religiones, las corrientes filosóficas y psicológicas, los escritores de best sellers, los opinólogos de turno, los sociólogos, los pastores, los borrachos, los vagabundos, los poetas y los mentirosos, todos intentaron el sueño del diccionario propio para la palabrita. Y yo pienso que todos mancharon el papel. Todos fallaron.

Porque ya lo decía Becquer: “¡Definiciones! Sobre nada se han dado tantas como sobre las cosas indefinibles. La razón es sencilla: ninguna de ellas satisface, ninguna es exacta, por lo cual cada uno se cree con derecho para formular la suya”.

¿Cómo definir, entonces, algo tan indefinible como el amor? ¿Cómo ponerle límite a algo tan etéreo?

Definir el amor es encerrarlo en un cubo de hierro, es como apretarle a un conejo la glotis y quitarle la respiración dejándolo sin aire hasta que se muera. Definir el amor es partir del fracaso. De ése fracaso dulce que consiste en explorar una vivencia propia y convertirla en palabras. Siempre habrá un abismo insalvable entre una cosa y la otra, entre la vivencia y la palabra, aunque nos sobre el abecedario.

Ana, Laura, Agustina y todas las demás que contestaron amablemente a mi pregunta trasnochada, hicieron eso: poner en palabras un sentimiento vago y etéreo como el amor; quizás, sus propias experiencias. Según se mire, todas ellas fallaron o acertaron; quizás ambas cosas. Pero hay algo cierto: ninguna respuesta de las que dieron fue igual a otra. Y estoy seguro de que si mi pequeña encuesta se hubiera extendido a más personas, esta tendencia se hubiera mantenido hasta el infinito.

Una prueba más de que la palabra amor no se define igual que la palabra mesa. Para el amor, no existen las definiciones unívocas, las verdades absolutas, las cuatro patas bajo una tabla. Al amor hay que darle todo. Todo, menos las definiciones. Todo, menos el encierro.

Y lo vengo a saber ahora, justo ahora que ya no está, justo ahora que me falta.

Sugerencias

Newsletter