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Tiene 28 años, es fotógrafo y ha retratado desnudas a más de 75 tucumanas. Sus imágenes de cuerpos femeninos sin ropa con la cara visible sorprenden a propios y extraños. Dice que si Cristina Kirchner le dice que sí, le haría un desnudo en el acto.
La primera mujer que Gerardo Riarte miró desnuda a través del visor de una cámara se llamaba Pilly. La tuvo delante de él durante tres horas, en una sala clara y no demasiado grande, en una casa vieja de la calle Don Bosco al 3400. Con apenas 25 años, sin saber a qué se enfrentaba, Gerardo disparó casi setecientas fotos con su Canon 40 D, esa tarde del 22 de julio de 2010. Hacía frío. El cuerpo armonioso y despojado de ropa de Pilly se dejaba ver con naturalidad en todas sus formas -sólo tenía puesto un par de zapatos de cuero negro con taco aguja, de esos que envuelven el pie hasta el tobillo.
Llevaba el rostro maquillado, el pelo lacio y negro recogido en el medio con dos mechones que caían por los hombros hasta la cintura, las uñas pintadas de negro. La piel era blanca, los pechos erguidos y pequeños, la cintura fina.
Un año le había llevado a Gerardo encontrar una mujer en Tucumán que aceptara el desafío de posar desnuda sin negarse a mostrar la cara. Pilly era esa mujer. Y aunque el resultado técnico de esa sesión no lo conformó del todo, después de ella Gerardo se sintió aliviado y contento porque había dado el primer paso hacia eso que empezó a anhelar un tiempo atrás: tener una cámara, una mujer desnuda y la posibilidad de hacer del desnudo fotográfico una obra de arte para mostrar sin reservas.
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Cuando tenía 12 años y ningún talento fotográfico, Gerardo Riarte solía corretear por los pasillos de Canal 10. No era un niño prodigio que buscaba su minuto de gloria en la televisión. Era un chico criado en Villa Alem al que su papá, Juan Carlos, llevaba de vez en cuando al canal estatal donde trabajaba como ingeniero electricista.
Ese universo plagado de escenografías, cámaras, luces en el techo y paredes con televisores encendidos en canales extraños era un parque de diversiones gratuito en el que Gerardo se divertía mucho. No sabía –no podía saber- en ese momento que, de alguna manera, su trabajo también estaría ligado a luces, cámaras y escenografías.
Ya en el secundario comenzó a mirar con cierta atracción algunas cosas relacionadas al arte. Tal vez por su mamá Graciela, licenciada en Artes y docente, que además lo animaba a explorar todo tipo de habilidades. Así fue que Ger –Ger Riarte es ya su marca registrada- entró en talleres de pintura, dibujo, tejido en telar; hizo karate, natación, guitarra, piano, flauta, bajo. No llegó a durar dos meses en ninguna especialidad.
Según él, no era bueno en nada.
Entonces probó con la academia: entró a la carrera de fotografía en la facultad de Artes de la UNT, pero al poco tiempo abandonó. La lentitud con la que, según él, los profesores enseñaban lo aburría demasiado. Los tiempos de Ger parecerían ser distintos a los de los claustros. Para las fotos, prefirió la calle.
En 2003 entró en la carrera de Diseño Gráfico de la UNSTA. Cuatro años después pudo recibirse, poniendo fin a una larga lista de inconstancias.
Dice que la fotografía como práctica llegó a su vida a través de los diseños que tenía que resolver en la facultad. Cuando le pedían diseñar un disco, un afiche de una obra de teatro o de una película, lo resolvía con fotos. Le divertía situarse como personaje de sus diseños, retratarse a sí mismo imitando al cantante de rock del disco que debía diseñar o ser el actor de esa película cuyo afiche tenía que maquetar. Pero fuera de la universidad, la cámara también fue su mejor compañía. Era una compacta digital que llevaba a todos lados. Incluso en las noches sofocantes del verano tucumano, cuando salía con amigos a fotografiar la vida nocturna que ellos mismos generaban.
Al poco tiempo empezó a trabajar en el estudio de diseño A:bra Creativa del artista y diseñador tucumano Javier El Vázquez. Allí entró en otro universo para él fascinante: la moda.
Algunas marcas de ropa como La Argentina o Misura contrataron al estudio para la realización de sus primeras campañas publicitarias. Gerardo descubría el mundo de la producción, el maquillaje, los peinados, la iluminación precisa, las mujeres y hombres esbeltos, los distintos tipos de prendas, las telas más o menos favorables para un flash.
Poco a poco, el chico que no duró dos meses en la carrera de fotografía, fue dejando de lado el diseño para convertirse en fotógrafo, en un fotógrafo profesional forjado a pura práctica.
Era el boom de las escuelas de diseño de indumentaria en Tucumán. Las primeras camadas de diseñadores de moda comenzaban a salir a un mercado laboral tan incipiente como incierto. Ger sintió que era un momento para aprovecharlo al máximo. En febrero de 2009 se la jugó y tomó una decisión drástica: renunció a su trabajo para dedicarse de manera independiente a la fotografía de moda.
Comenzó a meterse en distintos talleres otra vez, pero ahora con conciencia de lo que quería. Aprendió sobre maquillajes, diseños de moda, negocios, búsqueda de tendencias. Compró equipamiento y trabajó para la mayoría de los diseñadores independientes de Tucumán. Poco a poco fue armando un equipo de trabajo estable de fotografía de moda y publicitaria compuesto por productores, peinadores y maquilladores tucumanos. Como había que ponerle un nombre al grupo, en octubre de 2011 creó la marca Estudio Bresson, nombre que eligió en homenaje al célebre fotógrafo francés Henry Cartier Bresson, por ser uno de los mejores fotógrafos del siglo XX, considerado padre del fotorreportaje.
Una vez, Miguel Esmoris, referente de la fotografía de moda de Buenos Aires que había venido a dictar un curso a Tucumán, le dijo a Ger: “Uno no es fotógrafo de moda hasta que no hace un mínimo de 50 producciones”. Esa cantidad, a Ger, le pareció una barbaridad. Pero le quedó grabada la frase. Fue el motor para empezar. Para empezar y no parar más.
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Son las 15 de un martes frío de julio y por la calle Don Bosco al 3400 no camina nadie. Toco el timbre en la vieja casa gris de dos pisos donde Ger Riarte vive y trabaja. No tarda en llegar y en abrirme la puerta. Me atiende sonriente. Nos damos un abrazo tímido pero cordial. No lleva puesto chupin, ni camisa de marca, ni zapatilla costosa. El fotógrafo de la moda en Tucumán, el que hace unos años comenzó a sorprender a propios y extraños con desnudos osados de mujeres comunes y corrientes que muestran la cara, lleva un jean desalineado, una remera celeste con el cuello desgastado, zapatillas de cuero negras y un Bremer un poco descocido en la unión del escote en v.
Tiene 28 años, la tez morena, los ojos un poco achinados, el pelo largo recogido con rodete atrás y un andar algo desgarbado y lento. Me invita a pasar y me convida café.
Una mujer desnuda, pintada en óleo sobre tela, es lo primero que veo al entrar. Es un cuadro grande colgado en la pared principal. Miro el nombre de la obra, la firma y el año: “El Hechizo”, Migueles, 2000.
La sala es un espacio abierto, con pocos muebles y mucha luz natural. Hay unos pallets reciclados pintados de negro sobre los cuales hay unos almohadones de cuerina blanca. De un lado hay una ventana amplia y en el otro una repisa con libros de fotografía erótica, de diseño gráfico, algo de literatura y objetos. Veo unas cámaras de fotos antiguas, una Polaroid, un teléfono negro de discar y una radio vieja de madera. A pocos metros de ahí, en una mesa de hierro estructural, está la computadora de trabajo de Ger. No es una Apple: es una PC común y corriente con un monitor de 22 pulgadas. De ahí salen las fotos que lo hicieron conocido. De ahí sale, ahora, una canción de The Killers.
El estudio propiamente dicho es el garage de la casa, un espacio donde cabrían cuatro autos cómodamente. Hay dos flashes de estudio con esas especies de carpitas que sirven para atenuar las luces y que en la jerga fotográfica se llaman softbox; hay un rollo grande de papel blanco que sirve para definir el espacio del encuadre, donde se han desnudado muchas mujeres.
Al fondo, hay un mesón grande con elementos de trabajo. Lo que para un oficinista podría ser un anotador, una agenda, una lapicera, para Ger Riarte es vaselina, rociadores, máscaras de juguete de chanchitos y conejos, narices de payaso, cotillones y cintas que usa en sus producciones fotográficas.
Evi Tartari es una mujer joven con rostro cinematográfico, de baja estatura y pelo corto que está ahora en el estudio. No me esperaba encontrarme con una producción de desnudo en la primera entrevista, pienso. Pero me equivoco. Evi es amiga de Ger y le pidió prestado el espacio para hacer un trabajo fotográfico. Parece desnuda pero no lo está. Tiene puesto una especie de media de lycra gigante color piel que la cubre entera hasta el cuello. Una amiga le va pegando con cinta de papel unas hojas verdes de fantasía sobre su cuerpo que, muy pronto, se parecerá a un árbol frondoso que camina. Le pregunto qué está por hacer. Qué significará ese cuerpo lleno de hojas. Me explica que se trata de una metáfora del amor, que así como el árbol da frutos, el amor también. Y ella es ése árbol. Y yo le creo.
“Esto y muchas cosas más pasan acá, ¿ves?”, me dice Ger sonriendo, mientras caminamos hasta el sofá y dejamos a las chicas que sigan con su trabajo.
En minutos más, The Killers dará paso a la música suave de Jorge Drexler.
– ¿Cómo llegás al desnudo?
– Básicamente por la moda. Yo consumía mucha moda de Europa, que está muy atravesada por el desnudo. La moda europea muestra personalidades fuertes, seguras de sí mismas, y que por ende no necesitan tapar nada. A mí eso me parecía muy atractivo. Y también para aprender sobre el manejo de las modelos. No era demasiado extrovertido, entonces eso me costaba bastante. Si quería progresar en la fotografía tenía que aprender. Así que pensé que si podía manejar una modelo desnuda, me resultaría más fácil hacerlo después con una vestida. Y de hecho así fue.
Desde un principio Ger planteó el desnudo como algo en lo que no había por qué esconder nada. Por eso, buscaba chicas que estén dispuestas a mostrarlo todo, incluso la cara. Para él, el cuerpo desnudo debía tener un rostro visible, un dueño.
-Sino no tenía sentido para mí –dice-. O sea, si te ponés en bolas hacete cargo. Por eso al principio fue complicado. Me llevó casi un año encontrar una que me diga `sí, dale`.
-¿Quién fue?
-Se llama Pilly. Es de Santiago. Ella fue la primera que se animó. Teníamos un amigo en común y yo se lo propuse. Lo charlamos, vimos qué onda y empezamos a probar. Esa sesión fue de terror.
-¿Por qué?
Porque yo sabía que iba a salir mal. No sabía a qué me enfrentaba desde lo emocional, en el desarrollo de la situación, y técnicamente tampoco. Yo sabía que quería hacer desnudos pero no muy bien qué quería de todo eso.
Ger me cuenta que la segunda se llamó Verónica. Apareció varios meses después, en febrero de 2011. Fue un semidesnudo. Lejos de complicarse con cuestiones técnicas de estudio, Ger decidió salir a la luz natural del cerro San Javier. En el primer piso de la trunca ciudad universitaria, entre el hormigón abandonado por el que sobresalen los yuyos y los grafitis en las columnas ya grises por el desamparo, Verónica se paró a contraluz con las piernas abiertas y una bombacha color piel, tapándose los senos con los brazos cruzados. Ger descubría entonces el arte de componer escenas. Un cuerpo desnudo en un estudio no era lo mismo que uno en un espacio abierto, en una arquitectura reconocible. En este último había más información para leer, un dialogo más amplio con el espectador. No sólo un cuerpo bello y sin ropa como el de Verónica.
-Ésa salió buenísima- me dice Ger, entusiasmado, con un tazón de café entre las manos.
Batman, un gato negro que es la mascota de la casa, camina entre nosotros y lo hará hasta el final de la entrevista.
Más tarde, Ger me mostrará fotos de Pilly, de Verónica y de muchas chicas más, que se pueden ver en su propia página, en algunas de fotografía o en redes sociales. Su canal de distribución es Internet. Por ahí ven su obra fotógrafos de todo el mundo. El año pasado separó lo que es Estudio Bresson de Ger Riarte Fotografía. En el primero desarrolla fotografías publicitarias para marcas, lo que hoy le permite vivir y crecer. En el segundo, su trabajo más personal como artista del desnudo.
-Cómo fue la receptividad de la gente en Tucumán, una ciudad que muchos catalogan de conservadora.
-Mirá, cada vez mejor. Mucho tiempo pensé eso también, de que aquí somos conservadores y cerrados en cuanto a propuestas. Pero después de dos años me di cuenta que no es tan así. Esa idea ha ido de boca en boca a tal punto que la gente deja de proponer cosas. Ya está, ya le han dicho que aquí somos cerrados y conservadores y entonces bueno, para qué voy a proponer algo distinto. Yo por suerte no presté demasiada atención a eso. A mí me gusta esto. Lo hago. Y además lo muestro.
Contrariamente a lo que se puede suponer, los primeros desnudos de Ger gustaron mucho más a mujeres que a varones. Quizás por el estilo sensual de sus producciones, por el cuidado que tiene sobre las líneas y las figuras de la mujer. Ger no busca el desnudo como un fin, algo que rozaría la vulgaridad, sino como un camino válido para contar una historia. Y la cuenta con profesionalismo. Pero también con irreverencia. Quizás por eso comenzó a hacérsele más fácil encontrar modelos para su obra.
Pero modelos es una forma de decir.
Porque, en realidad, ninguna había posado para una cámara profesional antes. Mucho menos desnuda.
Estudiantes de derecho, recepcionistas de hoteles, profesionales, oficinistas, madres, embarazadas, mujeres solteras, casadas, de novias, mujeres comunes que caminan por las calles de Tucumán vestidas como cualquier otra, comenzaban a desnudarse para la cámara de Ger, mostrando su costado femenino más secreto.
-Toda familia tiene un rebelde –me dice- y en mi caso, todas las mujeres rebeldes han hecho fotos conmigo.
Sonríe.
A Ger le parecería imposible el desarrollo de la foto nudista en Tucumán si aquí fuéramos del todo conservadores. Sino no tendría la cantidad de mujeres que tiene retratadas. Mucho más que las cincuenta producciones que había dicho Miguel Esmoris para ser fotógrafo de cualquier cosa.
Según su último conteo, ante la cámara de Ger ya se desnudaron más de 75 personas.
Y eso le parece un montón.
*****
Lo que habitualmente uno puede conocer de alguien en, supongamos, seis meses de relación, a Ger le lleva dos horas de sesión fotográfica con una mujer desnuda. El hecho de quitarse la ropa, barrera más visible y superficial de la persona, hace que todas las demás barreras se caigan como en un dominó. Por eso –según él- termina haciéndose muy amigo de todas las mujeres que retrata.
-Realmente tenés que sobrepasar muchas barreras para decidir sacarte la ropa ante alguien que no conocés prácticamente. Es un quiebre mental. Incluso en las chicas más desinhibidas.
-¿Cómo trabajás eso con ellas?
-Hago todo para que se sientan seguras y confiadas. Seguras de que no hay nada más. Es sólo la foto. Por eso, antes de hacer un desnudo, lo primero que hago es charlar mucho con ellas sobre eso y ver si podemos hacerlo, si eso está claro.
Yo le digo que una segunda intención también puede ir de una modelo hacia él. Le pregunto si alguna vez le pasó.
-Si ella viene con otra intención no tiene demasiada cabida porque lo mío está claro desde un principio. Pero son cosas milimétricas, de un segundo, de una mirada, qué se yo. No puedo estar pendiente de eso, de si una mirada me va a proponer algo porque yo justamente busco esa mirada para la foto. Si yo pienso que esa mirada es para mí, no disparo la foto y la pierdo. Yo no me doy el lujo de la duda. Para mí no hay otra mirada de la modelo que no sea para la foto.
-¿Y como hombre?, ¿cómo hacés para separar tus dos miradas: la del fotógrafo que busca una buena foto, y la del hombre que no dejás de ser cuando estás trabajando?
-Lo logré hacer. Ahora estoy super tranquilo con eso. Era una cuestión mental y social también. Yo necesitaba eliminar ciertas cosas culturales como hombre, como tucumano, para poder hacer esto que quería.
-¿Cosas como qué?
-Y por ejemplo, la mirada machista. Eso la mujer lo nota. No puede surgir una mirada de ésas en una sesión mía. La mujer es super sensible a todo ese tipo de cosas. Por eso hay mucha gente que no puede evolucionar en el nudismo porque empiezan y después se terminan perdiendo en eso.
– ¿Cómo lograste eliminar esa mirada machista?
– Juntándome con muchas mujeres. Observando qué es lo que miran, cómo ven el mundo, cómo la tratan los hombres, cuáles son sus intenciones. Eso me ayudó muchísimo. Y también preguntarles qué sienten, qué piensan.
En este punto de la conversación, hablamos como dos hombres, ya no como periodista y entrevistado. Le digo, sin miedo a equivocarme, que conocer tanto a las mujeres le habrá permitido tener muchas armas de seducción para conquistarlas. Me dice que no. Que todo lo contrario. Que al conocerlas tanto su filtro es mucho más jodido, según sus propias palabras.
No sólo ahora, sino en otros momentos de nuestros encuentros, notaré cierta obsesión por parte de Ger en explicar que su trabajo como fotógrafo de desnudos es algo sumamente profesional. Le hago notar mi reflexión y le pregunto a qué se debe esa obsesión, si es que hay gente que piensa lo contrario.
– Sí, totalmente. Todavía hay gente que piensa eso. Y de verdad yo pregunto, cuál es la posibilidad real de que yo esté con todas las chicas que tengo publicadas. Es totalmente imposible. Después pensaron que era gay. Y ahí fue que me saqué la foto con un corset. ¿Vos decís que soy gay? Listo, mirá, acá estoy. Cuál es el problema. Es mi respuesta fotográfica a todo eso que se genera. Está el que entiende esa respuesta y se ríe, y está el que dice “ah mirá, es puto en serio”. Y está todo bien también.
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El desnudo en la fotografía siempre fue polémico. Al principio era algo secreto, escandaloso, prohibido. No se exhibía en las exposiciones ni en la prensa y pasó mucho tiempo hasta que fue aceptado socialmente.
Los daguerrotipos del siglo XIX fueron las primeras imágenes de desnudos que se conocen. Generalmente eran imitaciones de cuadros. Los fotógrafos eran ayudantes de artistas que hacían trabajos de documentación. En vez de tener a una mujer durante horas posando desnuda para el pintor, con esas imágenes se reemplazó a la modelo.
La gente aceptaba el desnudo pictórico pero no la crudeza de un desnudo real, con modelos de carne y hueso. Era un escándalo. Era mala palabra. Incluso, algunos fueron metidos presos, como el francés Félix-Jacques Moulin, que en 1851 fue condenado a un mes de cárcel por retratar a jovencitas desnudas en París.
Ya a principios del siglo XX, algunos fotógrafos, para ser aceptados, desenfocaron el cuerpo de la modelo, o le hicieron efectos para atenuar el realismo del desnudo.
Pero se cansaron.
Después de la segunda guerra mundial, la aparición de la revista Playboy colaboró bastante en la ampliación de los límites de lo aceptable. Las estrellas comenzaban a desnudarse ante los fotógrafos. Brigite Bardot, por ejemplo, fue retratada por Jean Claude Sauer en 1970. Los desnudos comenzaron a invadir los medios de comunicación. Eran tiempos de revolución. De revolución sexual, del movimiento hippie, del lanzamiento de los calendarios Pirelli, de espíritus que se sentían libres en cuerpos alegres y sin ropa.
De ésa época, Ger Riarte tiene algunos referentes. Me cuenta que en Tucumán está Tito Mangini, profesor de la UNT y fotógrafo de desnudos que expuso hace unos años en el Centro Cultural Virla.
Después menciona a Richard Avedon, fotógrafo de moda y retratista estadounidense. Para su cámara posaron personajes como Marcel Duchamp, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Andy Warhol, Louis Armstrong, Bob Dylan, The Beatles, Bjork, María Callas, entre tantos otros. Pero el retrato más conocido quizás sea el que logró de Marilyn Monroe en 1957, en Nueva York. En esa imagen en blanco y negro, aparece una mujer con la mirada perdida, el gesto serio, casi desencajada, lejos de la Marilyn icónica, siempre sonriente, que todos conocían. En definitiva, se trataba del retrato de una mujer, no de una estrella.
Ger me cuenta que Avedon tenía un método para lograr eso: agotar a sus modelos.
-El tipo hacía sesiones maratónicas –me dice- te tenía horas y horas sacándote fotos y en el momento en que estabas cansado, en que te querías ir, te sacaba una foto. Generalmente publicaba esa, que casi siempre era una de las últimas que sacaba. Con Marilyn pasó eso, le quebró el estrellato.
Cuando Ger habla de fotografía percibo que se le iluminan los ojos, entorna las cejas y levanta un poco el volumen de esa voz pausada que suele tener.
Por último, nombra a Robert Mappletorne, fotógrafo de naturalezas muertas y retratos que causó revuelo con sus desnudos. Trabajaba en el ambiente gay de Nueva York a finales de los 70 y en sus fotos usaba a hombres como modelos, con látigos, con músculos, con abrazos entre negros y blancos.
– Éste era más jugado, con otro discurso mucho más sexual y erótico. Sus trabajos eran impecables,- dice Ger.
-¿Y por qué no retratás a hombres?,-le pregunto.
– No me llama la atención. A los que conocí y tuve la oportunidad de retratar no les gusta esa situación de vulnerabilidad a la que te lleva un desnudo. Y lo transfieren al cuerpo. Y los que no tienen problema con eso lo cubren con lo estético, con los músculos. No hablan, no dialogan. Para mí no es interesante si no sé nada de ellos, si no puedo retratar más que su cuerpo. Me aburre. No le encuentro nada. Será lindo o feo, interesante o divertido, pero seguirá siendo una imagen sin contenido para mí.
– ¿Por qué creés que el desnudo siempre fue polémico?
– Porque no desnuda sólo el cuerpo. Desnuda también la libertad de quien posa desnudo, esa forma de pensar y aceptarse como es. A mí me atrae esa cosa de la cuestión social. Creo que son problemas personales que tienen consigo mismo y la reflejan en la crítica de este tipo de foto.
– ¿Te pasó algo así?
– Acá hay minas que bardean las fotos porque saben que ellas no se animan a hacerlo. Se puede hacer todo un análisis sociológico sobre las reacciones frente a este tipo de imágenes. Y es muy loco porque estamos todo el tiempo en contacto con el desnudo, con lo erótico. Es de fácil acceso. Pero el problema viene cuando la que se desnuda es mi hermana, mi hija, mi compañera de la facultad. Podés consumir todo lo erótico que quieras pero si es la hermana de alguien, dicen “noooooooo, cómo va a hacer eso”. Son contradicciones humanas. Yo me divierto con las críticas y las denuncias que me hacen en Facebook.
-¿Te denuncian en Facebook?
– Sí, cada tanto alguien denuncia mis fotos en Facebook. Ya no me caliento.
*****
Pero sí se calienta.
El 18 de julio a Ger Riarte le cerraron la cuenta. Ese día, tuvimos un breve dialogo por el chat de la red social en el que me contó que estaba bastante indignado, tratando de ver cómo recuperaba lo que había perdido.
La página “Ger Fotografía y Diseño” tenía hasta el día de su cierre 2.378 fans. Allí, Ger publicaba una foto por día de sus desnudos más livianos: la Daily Picture. Las de los desnudos más osados, las publica en otras páginas especializadas, sin reglamentos de denuncias como Facebook.
Quizás los juicios morales que en otros tiempos padeció con la cárcel Félix-Jacques Moulin, en esta aldea global en que vivimos se realizan por internet, con denuncias anónimas en las redes sociales.
Una semana después, el jueves 25 de julio, Ger volvió a empezar de cero y abrió una nueva página en Facebook. Le dio la bienvenida al público y prometió seguir difundiendo su trabajo. Minutos después, empezó a publicar, de corrido, una foto por hora desde las 9.30 de la mañana de ese jueves, hasta la misma hora del viernes 26.
Hasta el cierre de esta edición, la página ya tenía 517 fans.
Click. Una foto se abre: una morocha sentada en el piso con un jean roto bajado hasta la mitad de la cola, tira humo por la boca con mirada desafiante.
Otro click: una chica de ojos claros y pelo castaño, está sentada en una ventana sólo con una bombacha negra. Tiene una nariz de payaso en la nariz.
Otro click: una mujer embarazada está completamente desnuda, de frente a la cámara, mirando hacia arriba. Se está embadurnando la panza y los pechos con pintura azul entre las manos.
Otro click: una chica está parada desnuda frente al Hotel Hilton, en la zona del Abasto, de noche.
Otro click: una rubia de pelo corto rizado está sentada mirando la ciudad desde uno de los miradores del cerro San Javier, de noche y totalmente desnuda. Su espalda arqueada contrasta con las luces de la ciudad.
Otro click: La misma chica, sin ropa, aparece en una de las máquinas de los antiguos talleres ferroviarios de Tafí Viejo. Tiene una inscripción tatuada en las costillas que no alcanzo a leer.
La computadora de Ger podría ser el paraíso terrenal de cualquier voyeur. Cada carpeta de fotos tiene un nombre de mujer: Lola. Franca. Agustina. Azul. Sofía. Julieta. Anabel. Érika. Giannina. Son miles de fotos que guarda ordenadas por modelo y sesión y de las cuales sólo publica dos o tres por cada una.
Estamos sentados frente a la computadora y Ger me va mostrando algunas imágenes, intercalando comentarios, mientras yo pregunto sobre otras.
Me cuenta que cada sesión dura entre una hora y media y dos. Que en 2012 llegó a hacer un promedio de tres sesiones por semana. Que ahora quiere salir más a la calle, hacer más fotos en lugares abiertos. Que el año que viene se va a probar suerte a Perú. Que lo necesita, que estuvo cinco años sin vacaciones. Que a la mayoría de las chicas que retrata las busca él. Que varias veces sus fotos circularon por WhatsApp sin su autorización. Que la gente las compartía inventando historias, como si las hubiese sacado algún novio de una de las chicas en la intimidad. Que la gente está al pedo, me dice. Que fijate vos –le digo- que qué barbaridad. Que si todos los novios sacaran esas fotos a sus novias, él no tendría trabajo. Que a partir de ahí empezó a poner su firma en las fotos, para que entiendan que son producciones profesionales. Que a fin de año quiere publicar un libro. Que algún día le gustaría hacer desnudos en la peatonal al mediodía. Que esto no es hacerse el loquito y poner una mina en bolas en cualquier parte. Que no, no, no. Que no es tan así nomás. Que hay que cuidar a la modelo, tener estructura, contratar policías de civil. Que algún día lo va a hacer, me dice. Porque la adrenalina de esas sesiones es buenísima. Y que si Cristina Kirchner le dice que sí, le hace un desnudo en el acto.
-¿¡Qué!? ¿Cristina Kirchner?,- le digo.
– Sí, por qué no. No porque tenga una preferencia política, pero sí lo haría. Jamás se ha hecho un desnudo de una presidenta.
– ¿Y cómo sería?
– Buscaría quebrantar esa personalidad fuerte y avasallante que tiene. Pero no quebrarla en el mal sentido, sino retratarla de una manera vulnerable. Mostraría lo que es: una persona y nada más. Todo lo demás no existe. No es una entidad suprema, ni un dios ni nada. Sólo es una persona desnuda.
Si fuera sólo eso, pienso.
*****
Es martes 9 de julio. Día de la independencia argentina que aprovechamos para hacer la sesión de fotos para esta crónica. Hace frío. Estamos en la sala con Ger Riarte y nuestra fotógrafa Flor Zurita. Hay una estufa encendida en un costado a la que habrá que acercarse si uno quiere un poco de calor.
La idea inicial es hacer fotos de Ger con algunas de sus modelos. Es lo que acordamos en la última entrevista que tuvimos. Flor le pregunta a Ger si pensó algo para la producción. Ger le dice que sí, que pensó en una situación común, nada demasiado producido: las chicas desnudas charlando o tomando mate con él, sentadas en el sofá.
La primera en llegar es Victoria Scrocchi. Tiene 26 años y es licenciada en Relaciones Públicas. Ger le dice que su pelo es hermoso. Y lo es. Lo tiene lacio y largo. Pero además es rubia, tiene los ojos claros, la piel muy blanca y la cara algo redonda con gestos bien marcados.
Julieta Díaz, 25 años, llega a los pocos minutos, sonriendo. Hace malabares de circo; tiene un emprendimiento de arte reciclado y está en el último año de Abogacía. “Siempre me gustó su mirada”, dirá Ger de ella, después. Tiene el pelo negro, no demasiada estatura y la piel trigueña. Cuando sonríe se le ilumina la cara.
La última en llegar es Agustina Díaz Moreno, de 22 años, recepcionista en un consultorio médico. “Recién me levanto”, dice como avergonzada, mientras saluda. Pero en su cara no se le nota. “Tiene buen porte pero su personalidad es lo más. Avasalla con sus desnudos. Lo disfruta mucho”, dirá Ger de Agustina también. Tiene cara de niña, el pelo castaño, los ojos saltones, una boca pequeña y las cejas arqueadas. Sus ojos son claros.
En la computadora, le muestro a Ger algunas crónicas publicadas en nuestra revista y cómo quedarían las fotos en la página. Mientras tanto, en el sofá, Agustina conversa con Victoria. Escucho que hablan de lo que hicieron la noche anterior. Julieta se está peinando en el baño. Pide una trabita pero nadie tiene.
Antes de comenzar a hacer las fotos, Ger aclara que no quiere que se vea una cosa machista, de él con sus chicas desnudas. Quiere que el desnudo sea una parte, pero no el todo de una escena. Algo en la que el desnudo esté ahí, como algo normal, como una cosa más entre el mate y la palabra.
Flor hace unas pruebas con su cámara. Camina yendo de un lado a otro. Ger trae un flash de su estudio, donde veo unos globos de colores colgando que sobraron del cumpleaños de un sobrino la noche anterior.
Hay café y mate para todos. Las chicas están sentadas en el sofá, todavía vestidas. Casi sin querer, se arma la ronda. Victoria me cuenta que posó unas diez veces para Ger. Que lo conoce desde chica y que siempre que se desnudó para hacer fotos, pasó mucho frío. “Hoy no será la excepción”, le advierto. Y mira la estufa encendida.
Les pregunto qué las llevó a hacerse fotos desnudas.
La primera en hablar es Julieta. Habla pausado, como arrastrando las palabras. Casi como una niña. Dice que cuando Ger le propuso hacer el primer desnudo –ya hizo varios- le costó mucho aceptar. “Yo tengo un mambo con mi cuerpo. Y para mí ha sido toda una experiencia posar desnuda. Creo que pasa por la relación que cada mujer tiene con su cuerpo. Siempre tengo miedo igual, son mis bloqueos. Y con las fotos me pasa de preguntarme ‘¿esta chica soy yo?’. Es muy movilizante para mí, interiormente, más allá de lo que él haga como artista y que me guste. Es muy fuerte”.
Agustina asiente y dice: “Ger me dio una confianza increíble. Yo había ido con dos amigos la primera vez que me saqué fotos. Y él me dio una confianza para que me relaje y esté todo bien”. A su lado, Victoria dispara con su voz grave: “Sí, o sea, lo ves a Ger y decís ‘¿éste es Ger?’-y habla de otros fotógrafos que se creen que están más arriba que todos, según sus palabras-. “Él hace de cuenta que estamos posando vestidas. Siempre les digo a mis amigas ‘andá a hacer fotos con Ger y te vas a dar cuenta que sos una puerta”. Y todos se ríen.
El paso hacia la desnudez de las chicas se dio de una manera tan natural como la conversación. Cuando concluí la entrevista, miré a Ger como diciéndole “todo tuyo, cuando quieras empecemos la producción”. Y él miró a las chicas y ellas entendieron. Se pararon y comenzaron a sacarse la ropa. No fueron al baño ni al dormitorio. Una vez desnudas –sólo quedaron con sus bombachas- fueron a la estufa. Se quedaron ahí, las tres paraditas disputándose el calor de la pantalla. Sólo Julieta se quedó con su remera negra puesta. Quizás por el frío. En un rato se la sacará.
Mientras tanto, Flor, Ger y yo ultimamos los detalles de la producción. Hablamos sobre posibles enfoques, encuadres y escenas. Vos ponete aquí, vos allá, el pelo por acá, yo voy al medio, y cosas por el estilo se escuchan en la sala. Las chicas y Ger se ubican en el sofá y empieza la sesión.
En este primer momento de la desnudez de Victoria, Agustina y Julieta, y durante la producción de fotos propiamente dicha, me daré cuenta que el desnudo puede convertirse en algo normal en muy poco tiempo. Esa mínima inquietud inicial de ver a personas del sexo opuesto sin ropa, en pocos minutos se convertirá en algo habitual. Agustina, Victoria, Julieta y Ger así lo demuestran. Las chicas ahora sólo tienen puestas sus bombachas. Están sentadas ahí, en el sofá, tomando mate con Ger. Conversan, se ríen, se rozan, se divierten. La idea es que nadie sienta el desnudo como un peso. Que ni siquiera sientan que hay un fotógrafo, un cronista, un extraño.
De golpe, el gatito negro de la casa irrumpe en la sala. Pega un salto hacia el sofá y se acomoda entre Ger y las tres chicas desnudas. Se deja acariciar, se desliza entre los cuerpos desnudos, pasa de brazo en brazo, de pierna en pierna. Las chicas se ríen, se lo disputan, juegan. Quizás, el desnudo fotográfico sea tan simple como esto. Como dos manos gráciles acariciando la ternura. Como una milésima de segundo en que la sensualidad se convierte en algo felino, en algo animal.