Bitácora Zeta

El mozo que servía a Vinicius

Estoy en la esquina de Prudente de Moraes y Vinicius de Moraes, en el barrio de Ipanema, en Río de Janeiro. Justo aquí hay un bar. Un bar que antes se llamaba “Veloso”, pero que ahora se llama “Garota de Ipanema”. Que antes era chiquito, con un par de mesas, pero que ahora ocupa toda la esquina. Que antes estaba lleno de poetas, músicos, artistas y borrachos pero que ahora está lleno de turistas. Un bar donde antes, un día de 1962, unos jóvenes llamados Vinicius de Moraes y Tom Jobim –dos de los más célebres compositores que dio la música popular brasilera- vieron pasar a una muchacha de 17 años que iba camino hacia el mar. Y que, encantados con tamaña belleza, compusieron la bossa nova más interpretada y conocida de todos los tiempos, la célebre “Garota de Ipanema”. Desde aquí mismo, desde esta esquina, desde este bar, desde esta mesa donde acabo de pedir mi segunda caipirinha a un mozo joven y atento, en este mediodía extrañamente lluvioso de Río de Janeiro.

No podía ser de otra manera. Ahora que lo pienso, la bossa nova se escucha en casa desde que tengo uso de razón. Nadie trajo un disco memorioso de Joao Gilberto una tarde de domingo, ni se agarró de los pelos al escuchar esa entonces nueva cadencia musical proveniente de Brasil. La bossa nova siempre estuvo ahí, en los anaqueles de la casa de mis abuelos maternos en Sao Paulo, o en los muebles de mimbre de mi casa natal, en barrio sur, en Tucumán. Y siempre estuvo ahí como una dulce compañía, de fondo, como la banda sonora de nuestra infancia familiar. Después, en la adolescencia, empecé a estudiar sus letras, a leer algunos libros, a conocer mejor a esta generación de talentosísimos bohemios empedernidos que nos regaban de alegría las tardes en Tucumán o las noches en Brasil. Vinicius de Moraes, Tom Jobim, Chico Buarque, Toquinho, Baden Powell, Caetano Veloso, María Bethania, entre tantos otros, siempre fueron nombres comunes y corrientes en nuestras mesas, como si fuesen los vecinos de al lado. Todos ellos han pasado por aquí, se han emborrachado aquí, han cantado aquí. Por eso mi fascinación al entrar en este bar. Que ya no es como entonces pero que conserva la mesa donde Vinicius, el gran Vinicius, se sentaba todas las mañanas, a tomar whisky y ver la gente pasar.

A esta hora todavía hay poca gente. Aprovecho para pararme y mirar las paredes abarrotadas de fotos, recortes de diarios, instrumentos y cuadros que atestiguan que por aquí han pasado todos ellos. Mirando las paredes como si estuviera en un gran museo, encantado con tener ante mí un pedazo de la historia de la MPB (Música Popular Brasilera), siento que alguien se acerca a mí y me toma de los brazos. Con un mínimo sobresalto me doy vuelta para ver quién es. Y escucho que me dicen “Si querés saber la historia de todo esto, hablá conmigo. Yo aquí lo he visto todo”.

Es Arlindo. El mozo más antiguo de este bar. Tiene el pelo blanco y las manos grandes. Hace 53 años que trabaja acá. “Fue mi primer trabajo, y seguramente será el último”, me dice con su voz débil y ronca. Le estiro la mano y con un apretón sellamos un pacto de confianza. Por supuesto que le pregunto lo obvio. “Usted conoció a Vinicius?”. Sin responder me conduce hacia una pared donde hay una foto en blanco y negro de Vinicius y Tom Jobim, en la playa de Ipanema. Los dos están sonrientes, en uno de esos atardeceres hermosos en el mar, brindando con cachaça, ese aguardiente de caña con que se hace la caipirinha, y detrás de ellos un mozo joven con moño negro, saco blanco y cara rígida, sosteniendo una bandeja.

– ¿Ése es usted?, le pregunto.

– Ése soy yo un día que hicimos una producción para una revista en la playa.

– ¿Y usted estaba el día que compusieron Garota de Ipanema?

– Yo los atendía todos los días. Esa tarde Vinicius estaba sentado ahí con Tom Jobim –me señala una mesa de madera que está vacía en un rincón-. Había pedido un whisky como de costumbre, y de repente, apareció caminando por la vereda una muchacha muy hermosa, yendo hacia el mar. Vinicius quedó encantado con esa mujer. Un poco más tarde, la chica volvió a pasar y él la llamó. Ella se acercó y él le dijo a Jobim: “Olha que coisa mais linda, mais cheia de graça” (NdR: así comienza “Garota de Ipanema”: mira qué cosa más linda, más llena de gracia). Y así nació la canción Garota de Ipanema.

Arlindo me lo contó así, de pie, casi al oído, en este bar emblemático de Río de Janeiro. Yo no le quería soltar la mano, imaginando cuantos whiskys habrán servido en las mesas de estos tipos que les han puesto música a mi vida y a la de tanta gente. En 1963, Garota de Ipanema se convirtió en un hit mundial, estuvo 96 semanas seguidas en el ranking de la revista Billboard y ganó cuatro premios Grammy’s. Brasil se puso de moda en el mundo entero y Vinicius y Tom vieron por primera vez mucha plata junta.

Fue aquí donde Jobim y Vinicius, recién en 1965, le contaron a Heló Eneída que ella era la garota de Ipanema, con lo que inmediatamente la lanzaron al estrellato. Y fue aquí donde un día de 1966, Arlindo se acercó a la mesa donde estaba Jobim diciéndole que un gringo lo llamaba desde Nueva York. Era Frank Sinatra, que quería grabar Garota de Ipanema y que llamó al bar donde seguro encontraría a Jobim.

El que lo atendió había sido Arlindo. El mismo que trabaja aquí desde hace 53 años. El mismo que conversa conmigo en este mediodía lluvioso de Río de Janeiro.

A veces, sólo a veces, los artistas no buscan a sus musas sino que éstas los encuentran a ellos, en una vereda al pasar. Y a veces, los que hacemos Tucumán Zeta, no buscamos las crónicas, sino que éstas nos encuentran a nosotros, en alguna mesa de un bar.

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