Bitácora Zeta

Cortázar, gracias por la duda

Una tarde me tomé un tren al sur de la ciudad. Después de media hora de viaje me bajé en una estación muy cercana al Parc Montsouri, ese extremo de París adonde yo quería llegar. Caminé hasta allá. Entré por uno de los accesos principales. Eran como las cinco de la tarde; el cielo estaba algo nublado, como casi siempre en esta ciudad acostumbrada a esconder tanto el sol. Empecé a caminar por sus callecitas. Es un parque precioso, lleno de recovecos para perderse encandilado por un bosque incandescente que te abraza en plena ciudad de cemento. Vi niños con uniforme escolar jugando con sus madres y niñeras; vi un señor mayor sentado en un banco con la mirada perdida en el lago, vi un parque que no figura en ningún circuito turístico de París pero cuyo nombre conocía porque ahí, dos personajes de una novela literaria llamada Rayuela pasearon bajo la lluvia de un atardecer helado de marzo.

Ella andaba con un paraguas roto que había encontrado tirado en una plaza hacía tiempo y que había usado muchísimo. Como esa tarde había caído un chaparrón tremendo, ella quiso abrir orgullosa su paraguas roto mientras entraban juntos en el parque. Los dos se reían como locos porque se empapaban mucho y pensaron que un paraguas encontrado en una plaza debía morir dignamente en un parque y no en un tacho sucio de basura. Entonces subieron hasta lo alto, cerca del puentecito que está sobre el ferrocarril, y desde ahí arrojaron el paraguas con todas sus fuerzas hasta el fondo de la barranca de césped mojado. El paraguas quedó ahí, tirado abajo en el pasto, mínimo y negro, como un insecto pisoteado. Y aunque esa tarde en que yo estaba ahí no llovía, y esos personajes no existieron nunca más allá del papel, yo me subí a la parte alta del parque, llegué al mismo puentecito que está todavía sobre el ferrocarril, miré hacia el barranco de césped allá abajo y pensé en encontrar ese paraguas roto que dos personajes literarios habían arrojado lejos hacía más de 50 años.

Entonces descubrí algo maravilloso: que la ficción y la realidad son dos caras de una misma moneda que para mí se entrecruzan cotidianamente. Que aunque el mundo civilizado te empuje a vivir del lado de la realidad tangible de las cosas, siempre habrá un lugar imaginario de absoluta libertad, donde uno podrá recrear lo impensado y, por ejemplo, subirse a un puentecito sobre un ferrocarril en un parque lejano de una ciudad desconocida a buscar cosas que nunca existieron.

O que sí existieron.

Eso descubrí: la maravillosa duda de no saber qué es ficción y qué es realidad.

Todo eso gracias a Cortázar.

Feliz cumpleaños número 100, maestro.
Gracias por la duda.

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