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Mientras se hace de noche en la playa de Copacabana, un muchacho de camiseta celeste y blanca besa a una chica que luce los mismos colores, en la ropa y en el rostro. Hay brisa, mar, una luna amarilla y una pantalla gigante que muestra a la selección Argentina en sus primeros segundos de juego en el mundial de fútbol.
Hace instantes coreamos, todos juntos, la introducción del Himno Nacional Argentino usando sólo la letra o, y cuando terminamos empezamos con: Argentina! Argentina! Argentina! Luego, a mi costado izquierdo, dos amigos se abrazan y se quedan mirando la pantalla, que les iluminaba la cara. Otros, con gritos eufóricos, piden a todos que canten: Dale guacho! Entonces, después del pitido inicial vino el beso y, seguidito nomás, el gol en contra de Bosnia y nosotros saltamos en la arena, mientas ocurre el grito de gol más fuerte que haya acompañado a cualquier ola de cualquier mar del mundo. Abrazos con El Pollo y con Patinho.
Sigue el partido. Muchos habían alquilado una reposera, pero otros que estaban adelante no querían sentarse. Empiezan algunas discusiones entre personas separadas por 20 metros. En eso del griterío con mucho tono rioplatense, se cruzan unos brasileños con sus camisetas amarillas y dientes blancos, y el coro aparece otra vez: brasilero, brasilero, qué amargado se te ve, Maradona es más grande, es más grande que Pelé.
Se acaba el primer tiempo, suena Ji Ji Ji y me meto un ratito en el pogo más playero del mundo.
Luego, Messi hace lo que tanto sabe hacer, de la manera que todos conocen, pero que muy pocos pueden detener. Y otra vez la arena vuela hasta las rodillas, la gente se abrazaba y muchos miramos con ganas la tele: tan cerquita que estamos de esa cancha, después de haber viajado tanto y no poder entrar.
Ya estoy en la pieza del hostel. Acaba de llegar un compañero de habitación que tenía entrada. Había salido sorteado en la venta de la FIFA que destinó solo 4000 tickets para los residentes argentinos. El resto formó parte de un negocio clandestino, la reventa, que deja afuera de la cancha a miles de hinchas y que favorece el acceso a los que más dinero tienen. Me cuenta que segundos antes de que Messi hiciera el gol, la cantidad enorme de brasileños que había en el estadio había empezado a cantar por Neymar. Luego me muestra las fotos, videos de la tribuna y dice que es una experiencia indescriptible. Y entonces, abre la mochila y, en uno de esos gestos donde alguien deja de ser un desconocido y se vuelve un copado, me regala uno de los vasos cerveceros que vendían en el estadio y que tienen escrito la fecha y los equipos que jugaron ese día. Le digo gracias y le doy un abrazo. Y pienso que ojalá tenga la fortuna de devolverle exactamente el mismo gesto, pero con otro rival. Ya veremos. Quedan partidos por delante. Vamos Argentina carajo!