Tapalín no se va más

Crónicas de Acá

Tapalín no se va más

En la siesta del sábado, el payaso se baja de un Ford Ka rojo, vestido con el mismo traje que aún usa en la televisión, en una casa del barrio Elena White y, cuando se hace de noche y en medio de la oscuridad, la luz de un teléfono celular le alumbra la cara. Eso sucede en esta historia.

Años atrás y en un pasillo de Canal 10, Raúl Armisén, quien era el director del canal, le dijo que no a Tapalín y desde entonces el cordobés Piñón Fijo fue el payaso de las mañanas tucumanas. Y Tapalín, un payaso en la calle.

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Es una mañana de sábado y de sol. Anoche hubo una helada de luna llena, por eso quienes salieron temprano y caminan ahora por 24 de septiembre llevan sus abrigos en la mano y, a la altura 568 de esta calle, pasan frente a un sesentón de cara grande y ojos azules, que tiene teñido de rubio el poco cabello que le queda y que está sentado junto al vidrio en el Café Parravichini.

Este señor está acompañado de un joven morocho de pelo ondulado llamado Gabriel y todos los sábados, desde hace un año, se encuentran a las once y desayunan acá. Luego, siempre antes del mediodía, se van juntos al edificio que está en la misma cuadra y en la misma acera, a la par del estacionamiento, en dirección hacia el cerro San Javier.

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En estos momentos se están parando. El hombre mayor paga la cuenta de ambos. Este sábado usa una camisa verde clara que le cae por la espalda como una bolsa mal inflada porque sólo en partes está metida adentro del pantalón. Su pantalón es de esos que venden en la ex Terminal. De la silla, levanta un morral de cuero negro y gastado, que no brilla y que en el ángulo inferior, el que apunta al suelo, el hilo de la costura empezó a ceder y le está dejando espacio a un agujero. Salen del café y al cruzar por frente del estacionamiento, el hombre -que se llama César pero nadie lo conoce por su nombre- patea un felpón verde que se cayó de sus cargas y no se dio cuenta. Y el joven, que había corrido de un pique hasta el auto, aparece con un bolso y un bonete largo, amarillo y puntiagudo. Se lo entrega y luego recoge la fibra.

Entran al edificio y suben por el ascensor hasta el segundo piso, donde funciona una radio y un canal de televisión. Caminan por el pasillo interno.

Uno podría pensar que estos dos medios de comunicación ocupan, aunque sea, todo el segundo piso. Pero no es así: los estudios de Radio Dinámica y de Canal 7, el nuevo canal de aire de Tucumán, están distribuidos dentro de un departamento de tres habitaciones y un living.

Y también uno podría suponer que el caballero que ahora golpea la puerta es un jubilado que acaba de desayunar con su nieto; un hombre al que se le caen las cosas sin que se dé cuenta, pero tampoco es así: es la figura central del canal.

No.

Es, antes que nada y más allá del tiempo, el payaso más conocido que tuvo Tucumán, quien hace 20 años llenaba estadios de básquet, se metía en los barrios pobres de la provincia con su show y llevaba a la televisión, junto a su éxito y a su gloria de audiencia, a los niños de todas las escuelas y colegios de la provincia.

Es el payaso de acá, que fue candidato a concejal, imagen de unos juguitos que llevaban su nombre, cantante de boleros en cabarets, protagonista de su propia película y, fuera de las cámaras, un hombre que toda su carrera vivió solo.

Es, también, el payaso que a algunos les trae malos recuerdos. Dicen que les daba miedo, que les traumó la infancia y que es bizarro (en el nuevo sentido del término, ordinario, extravagante), entre otras cosas, porque entregaba premios de pollos crudos a los niños que ganaban una carrera de embolsados.

Es un personaje excéntrico que, pese a que sus años de gloria ya pasaron, está convencido de que su carrera sigue creciendo.

Es el payaso Tapalín. Y es el sábado 22 de Junio. Están por ser las 12. Ahora está sentado frente al micrófono, esperando que termine la presentación de su programa radial, que conduce una vez por semana, durante una hora por FM Dinámica, 104.3.

Gabriel, el joven que desayunaba con él, es su productor desde hace 13 años, y ahora también es el programador, musicalizador, realizador de videos y es la persona que acaba de gritar: ¡Aire!

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¡Hola chicos, chiquititos y chiquititotes con cara de cascotes! Yo soy el Payaso Tapalín ¿Qué tal yo? ¿Cómo están ustedes? Hoy hay un sol radiante, el sol de la bandera, qué maravilla el Día de la Bandera ¿A vos te gusta la bandera? No la de San Martín – Tapalín se ríe y abre la boca como si fuera a comer un alfajor entero- la nuestra, la de la patria. Hoy vamos a rendirle homenaje a la bandera y también al papá porque ustedes recordarán que yo estaba enfermito. La gente estaba haciendo colecta para las flores de mi tumba y yo les dije: A mí me gustan los pensamientos. Y me dijeron: No Tapalín; en esta época sólo hay choclos. – Y Tapalín vuelve a reírse y después hace un puchero con sonido y tira la cabeza para atrás – Mmmmm… Aunque ustedes ya saben que cuando yo me muera quiero que me cremen y tiren mis cenizas en El Cadillal para joder a los pescao, jua, jua, jua, jua. Vos vas a pescar y te aparece un pescao y dice: ¿Qué tal yo? Ah no, ponelo de vuelta que ése es Tapalín jua, jua, jua.

Tapalín habla sin parar, como si una palabra empujara a la otra. Y yo que estoy en el estudio trato de ponerlo en silencio para sólo mirarlo. Mientras conduce su programa de radio, se expresa con todo el cuerpo: lleva las manos hacia arriba, levanta las cejas y luego las frunce mientras cierra los puños, tiembla desde el torso y baja la quijada, como si quisiera esconder su cara. Y se queda ahí y sus labios tiritan. Dice algo, llora o implora. Y como si fuera una serie de fotos, con movimientos secuenciados y en cámara lenta, las manos se van acercando una a otra hacia el micrófono, hasta que Tapalín se para y nuevamente explota. Y de repente sus ojos se pusieron tan enormes que me pregunto cómo es posible que entren en la misma cara ahora que Tapalín abre la boca para reírse. Y llega un corte comercial.

Su programa de radio tiene 20 anunciantes y la tanda completa se emite dos veces por emisión, y además hay algunas publicidades que él mismo tiene que completar en vivo. Como la de la bailanta Qué Época, por ejemplo, que varía según el cantante que se presente esa noche. En este caso será Diego Olmos. Tapalín siempre supo vender su show muy bien. Cuando estaba en las radios Metropolitana y en Joven también tenía buena publicidad. Además de su público, hay anunciantes que lo quieren mucho y son seguidores y vitalicios, haga lo que haga Tapalín.

En su época de esplendor lo anunció Coca Cola y el supermercado Limpito confió ciegamente en él y financió el ciclo más exitoso de presentaciones en vivo que hubo en Tucumán: Tapalín por los barrios. En ese entonces, a principio de los 90, Tapalín, incansable hasta hoy, ofreció funciones gratuitas en plazas y escuelas de decenas de barrios y villas de miseria y de hambre de la provincia. Llegaba un camión e instalaba un circo. Había una orquesta en vivo, payasos y pochoclos y juegos que incluían a un montón de chicos de caritas sucias. Además Tapalín llevaba choripanes y gaseosas para cada uno. Y en el medio estaba él, atento absolutamente a todo. Era el mismo show que se repetía en la tele: primero en Canal 8, desde 1982 hasta 1989 y luego en Canal 10, desde 1991 hasta 2002, según años que él más o menos puede precisar. Luego continuó con apariciones esporádicas.

Y por ello, por su exhibición constante, presente y televisada durante dos décadas, es muy difícil encontrar hoy en Tucumán alguien que sea mayor de 25 años y que cuando lo vea pasar en su Ford Ka rojo vestido de payaso, como anda los sábados por la siesta, no se quede con la boca abierta o manotee el celular para sacarle una foto a Tapalín manejando.

La tanda comercial del programa continúa. Ahora Tapalín interviene en la grabación para destacar los descuentos en verija, picana y trasjamón a $27,99 de la carnicería Aldito. Lee la oferta de una hoja rayada que estaba suelta en su cuaderno. Termina, luego se calla, entonces aprovecho para preguntarle tres cuestiones íconos de su personaje: el origen del ¿Qué tal yo? (su latiguillo), el motivo de su nombre de payaso y por qué su traje es tan particular, que parece que tiene los bolsillos laterales salidos afuera.

-Es que este no es un traje de payaso, es un traje de toni, me dice con una seriedad que me asombra.

-¿De toni?, le pregunto.

– Sí, de Toni, un amigo mío que me lo ha prestado -Tapalín me acaba de hacer un chiste de los de su estilo en la primera pregunta de la entrevista y luego se empieza a reir- Este traje es de toni.

– Y disculpe mi ignorancia, pero cuál es la diferen…

– Sí, querido, tenés una cara de ignorante terrible, jua, jua jua.

Tapalín me tira el segundo chiste a la cara y empiezo a comprender, algo que comprobaré después, que este payaso lleva al escenario a toda persona que esté cerca de él, a toda persona que converse con él. Y que en este caso yo soy el que recibe las bofetadas para que los demás se rían. Él es el que cierra los chistes, el que los tapa, y de ahí, viene su nombre. Cuando era niño, cuenta, su hermano le decía que tenía una tapa para cada situación cómica, y de tapador, vino Tapalín. Muchos años después, el hombre que lo llevó a la radio, el director Paliza, usaba la muletilla ¿Que tal yo? y Tapalín lo recuerda y dice que en su honor la lleva consigo. En cuanto al traje y la diferencia entre un toni y un payaso, me dirá luego, que el toni no se tira al piso, ni se ensucia, que es más “finoli”, dice él, que el payaso.

Se acaba la tanda comercial y Gabriel, el operador, pone un tema de Julio Iglesias mientras Tapalín se pinta la cara de blanco, se pone el mameluco verde con los triángulos que le cuelgan del costado y se calza los guantes. No sé si habrá en el mundo otro payaso que en su programa de radio use el traje aunque, lógicamente, la audiencia no lo vea. No lo sé, el planeta está lleno de inesperados. Eso sí: habría que buscar mucho para encontrar a otro payaso que cante a dúo con Julio Iglesias como lo hace Tapalín en este momento, que parece que está sufriendo, que la cara se le desgarra:

Tropecé de nuevo y con la misma piedra/en cuestión de amores nunca aprenderé/yo que había jurado no jugar con fuego/ tropecé de nuevo y con el mismo pie.

Para completar la escena aparece en el estudio un hombre vestido de saco y corbata, impecable, con una bufanda blanca sin anudar que le cuelga del cuello hacia ambos lados y, con andar tanguero, se apoya en la pared, cerquita mío.

– Qué personaje, me dice al oído mientras Tapalín termina con un llanto actuado su canto con Julio Iglesias.

El programa de radio se acaba. Tapalín se despide, se acomoda el bonete, cruza por el pasillo las dos habitaciones hasta el estudio de tele para empezar Tapalín Para Todos, su show semanal en vivo por Norte Televisión, Canal 7, una señal que se emite sólo por aire, porque ninguno de los video cables locales la incluye en su grilla. Así nomás, de continuado, de la radio a la tele.

Las dos cámaras enfocan a una mesa y a un fondo verde. Y ahora, el payaso está yendo de una punta a la otra buscando una bandera argentina de plástico. La encuentra en un rincón y se acerca a Gabriel. Le dice algo, entonces, su asistente va en busca de un vaso de agua que deja arriba de la mesa, junto a un florero, y luego se pone a la par del hombre que mira los televisores en la sala de monitoreo.

Por la pantalla se ve a Tapalín que sostiene abierta la bandera. Está quieto y sonriente. Y espera congelado que desde acá, de la sala de control, alguien grite ¡aire! para que otra vez el programa que hace dos décadas alcanzó picos de rating en la televisión tucumana vuelva estar en vivo. Aunque ahora sea mínima la producción, reducida la audiencia y más pequeño el canal, Tapalín aún sigue en la tele.

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*****

Si hay un momento en que Tapalín deja de ser burlesco es cuando narra sus comienzos. Es la historia que repite con gusto y tiempo, es el otro extremo de su personaje que no desaparece por más que no haya cámaras, escenario, ni micrófonos. Es, en la vida corriente, la escena en que se apagan las luces y, entre la oscuridad, se enciende un reflector que lo ilumina amarillo desde arriba y que deja un círculo en el suelo mientras de fondo se oye un violín. Estamos en una sala de la Unión Argentina de Artistas de Variedades, el sindicato donde es vocal, y es el momento en que Tapalín ofrece un monólogo de nostalgia:

Yo nací en Santa Fé en un circo sin techo, un circo pobre. La vida en los circos es difícil -cuenta Tapalín mucho más pausado, reflexivo, con cara de payaso triste- Cuando empieza la función todo es risa y alegría, pero atrás de la carpa hay familias bajo la lluvia y no siempre alcanza la plata para la olla popular.

Cantaba todo el día, de una punta a la otra, fuera o dentro del circo, hasta que un día me fui a una radio de Rosario y pedí una audición. Y me fue bien. Y entonces armé mi mochilita y con 17 años me fui a Buenos Aires a probar suerte. Yo quería cantarle al mundo, dice Tapalín y mira para arriba con una sonrisa hacia el sol.

–  Un amigo me recomendó para Sábados Circulares y entonces yo esperaba adentro del Canal 9 a que pasara Pipo Mancera y cuando lo veía le decía: ¡Hola, yo soy el chico que vino de Rosario! Y Pipo Mancera me decía: sí, sí, la semana que viene vení. Pero yo vine de Rosario, señor Mancera, y no sé si voy a tener para el pasaje, le alcanzaba a contestar, pero él ya no estaba.

Entonces me quedé en Buenos Aires y me contacté con el mundo de los artistas. Una vez acompañé a Abel Montes de Los Big Ben a grabar en Phillips y ahí estaban los productores y andaban en busca de una nueva voz para Sudamérica.

Y Abel les dijo: Probalo a este muchacho. Y los productores dijeron: ¿Que vos cantás? Y yo canté:

(Tapalín canta uno de sus boleros preferidos, Una mujer. Gesticula con las manos, con su rostro y con los ojos cerrados)

La mujer que al amor no se asoma / no merece llamarse mujer.
Es cual flor que no esparce su aroma/ como un leño que no sabe arder.

Y de repente, toda una orquesta sonó de atrás.

Después de eso, César Quiroga, firmó entonces un contrato con Philips Argentina, adquirió el nombre artístico de Carlos Geomar y salió de gira por Sudamérica. Cuenta que México le gustó mucho, tanto que se quedó un año en Acapulco y que cuando volvió a Argentina, Philips no quiso renovarle el contrato y las demás discográficas lo veían como un rebelde. Entonces Carlos Geomar quedó en la calle. Y empezó a cantar boleros por los suburbios, en cafés de borrachos, en bares vacíos y en cabarets del olvido.

– Yo sólo quería cantar y en esos lugares me daban espacio. La vida del artista puede ser dura, pero cuando está el arte, el arte todo cura ¿Qué tal yo? Me salió en versito.

Y entre sus viajes, boleros, trabajos temporales, un día se encontró en Tucumán vendiendo praliné arriba de una bicicleta.

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– Vivía en un hotel de El Bajo y fui pobre pero jamás robé. Bueno, a decir verdad una vez lo hice.

Tapalín se mira a sí mismo. Se consuela con la mirada mientras hace una pausa, deja un espacio tal vez para que le pregunte qué robó o tal vez porque se arrepiente de haber dicho eso.

-¿Qué robaste?, le pregunto.

– Papas fritas – suelta, empieza llorar y su boca grande toma la forma de una herradura. El payaso Tapalín, un hombre de 68 años, llora delante de mí como un chico que le robaron un chupetín- Yo tenía mucho hambre y ahí estaba el plato y ese día no había vendido nada. Entonces metí un manotazo y salí corriendo a la habitación de la pensión.

Tapalín se calma, solloza y aparece Jorge Real, el delegado gremial en Tucumán de la Unión Argentina de Artistas de Variedades, quien trabaja con Tapalín desde hace 30 años y hoy pelea para que se respete la Ley 4.274 de fomento a los artistas locales: de cada 5 espectáculos en un determinado lugar, dos deberían ser producciones de acá. Jorge fue su mano derecha en el escenario, el payaso Pelusita, personaje que aún interpreta.

-¿Qué te pasa?, le pregunta.

– Nada, nada, le dice Tapalín, se seca los ojos con las manos empuñadas y empieza a calmarse.

Jorge es la única persona que Tapalín nombra cuando le pregunto sobre sus amigos. Juntos vivieron la época de gloria. Y cuando pasó el furor, Jorge también estuvo ahí.

Antes de llegar a la tele, Tapalín tuvo un exitoso programa de radio en los mediodías de LV7, llamado El Show de Carlos Geomar. Un día se presentó, sacó chapa de su historia de cantante y a Paliza le gustó su personaje, que era, según él mismo lo cuenta, igual que Tapalín.

– O sea que Tapalín nació en la radio y bajo otro nombre.

– Yo nací payaso, me contesta César Quiroga, Carlos Geomar o El Payaso Tapalín, tres nombres distintos y un solo personaje duradero.

Luego se presentó en Canal 8 con el traje puesto y le fue muy bien. Y a los productores del canal, entre los que se encontraba el finado periodista Mauro Castagneri, les pareció acertado incorporarlo a la grilla.

Todos los sábados iba un colegio o una escuela distinta y, además, el estudio estaba abierto al público. Hubo niños que volvieron a sus casas enojados porque no ganaron el premio del camión de plástico, otros que llegaron felices con uno de los seis pollos crudos que entregaban como premio en cada programa, otros alegres porque acertaron las adivinanzas, jugaron y se encontraron con los compañeros del grado, otros que volvían llorando porque un hombre vestido de colores brillosos, con la cara pintada de blanco y con gestos exagerados les causaba miedo. Como sea que hubieran vuelto, acá nadie puede negar que durante años, miles de niños y niñas de Tucumán regresaron a sus casas luego de ver al payaso Tapalín.

Después de su llanto cargado de gestos, Tapalín se calma.

– Este es uno de los mejores actores que hay en Tucumán, es un gran actor, dice Pelusa.

– Yo sé llorar, pero no es una actuación. Es llevar un momento de tu vida al escenario – agrega Tapalín – Los actores cuando lloramos, lloramos de verdad porque traemos al escenario un recuerdo que nos duele. Y eso nos hace llorar.

– ¿Y por qué los payasos lloran?

– Porque los payasos estamos tristes.

Caminamos los tres por el pasillo, mientras nos despedimos. En las paredes de los costados hay afiches que muestran a Eva Perón como Socia Honoraria N°1 de la Unión de Artistas. Tapalín y Pelusa se quedan en la puerta. Y mientras me alejo, Tapalín me dice:

– Cualquier cosa llamá después de las seis.

– Sí, s…

– Que a esa hora no vas a encontrar a nadie, completa el tercer chiste me hace en la cara.

Entonces Pelusa lo mira complaciente y después gira la cabeza hacia mí, sonriendo, amistoso, y me dice:

– No, en serio, cualquier cosa ya sabés…

– Sí, grac…

– Solucionalo como podás.

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Belina Zavadisca era una de las niñas que volvía de su casa luego de ver a Tapalín. Ahora, a sus 27 años, es una cineasta tucumana que vive en Buenos Aires, donde piensa nuevos contenidos de ficción y entretenimiento para Telefé.

Hace cuatro años, vivía acá y junto a dos de sus colegas de la productora Achilata, Mariana Rotundo y Federico Del Pero, ganaron el Raymundo Glayzer, un concurso federal de largometrajes del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales. Su proyecto: la película de Tapalín.

La idea maduró. Presentaron los avances de su trabajo (el work in progress) en octubre de 2008, y finalmente en julio del año pasado, luego de un nuevo apoyo el INCAA, empezaron el rodaje. Belina y el equipo de producción pasaron 30 días pegados a Tapalín. En estas semanas se encuentran en la etapa final de la post producción que dará por resultado de tres documentales.

Desde Buenos Aires y por escrito, Belina reflexiona:

Tapalín es un personaje de la televisión. Su relación con las cámaras es sumamente televisiva, de show, espectáculo y entretenimiento. Es un actor con un registro de actuación muy alejado del realismo. Yo aprendí de él que siempre que hay una cámara hay una puesta en escena para esa cámara, por más realista que sea el efecto que se produce, no deja de ser una actuación. Esa intención documental, de retratarlo en su vida cotidiana como si la cámara no estuviera ahí, de pronto se volvió algo completamente ingenuo para mí.

Tapalín no puede separarse de Tapalín en ningún momento.

Y ahora, aquí, en Tucumán, en el pequeño estudio de canal 7 alguien grita ¡Aire! y el payaso, que estaba congelado y sonriendo con la bandera Argentina de plástico estirada de punta en punta, empieza con Tapalín Para Todos.

Canta y gesticula igual que en la radio. Mira con devoción a la cámara, le sonríe, le llora, le hace berrinches. Le habla. Tapalín se cruza por el escenario y tira su ¿que tal yo? cada tanto mientras hace chistes y se pasea con un cable canal recto, que parece una regla y que usa a manera de batuta para marcar sus movimientos. En una de esas, lo estira de más y tira un florero que está sobre la mesa, pero continúa adelante con total profesionalismo, como si nada hubiera ocurrido. Recibe llamadas al aire de niños que participan por un concurso que tiene de premio su CD. Los cuatro que llamaron acertaron por eso se hace un sorteo para ver quién ganó. Luego invita a Orlando Navarro, el hombre trajeado que había llegado al programa de radio, a que cante un tango. Tapalín arroja unas palabras de recuerdo hacia Carlos Gardel, presenta a Navarro y sale de la toma con un movimiento lento y con la boca abierta.

Luego viene una tanda comercial donde están los mismos anunciantes que en la radio y regresa la transmisión en vivo con un video donde Tapalín canta el bolero Amapola y lo dedica a la mamá anciana, a la mamá joven, a la mamá casada, a la mamá soltera, “porque ante Dios todas son madres”.

Ya al final Tapalín se para frente a la cámara y habla de querer a los padres, de soñar y de amar a la bandera. Y en su monólogo termina llorando.

Levanta el bolso y baja junto a Gabriel. Sale del edificio con el traje puesto y el bonete en la cabeza. Así, disfrazado, paga el estacionamiento y se sube al auto. El Ford Ka dobla por la 9 de Julio hasta la avenida Roca. Al llegar ahí, gira a la derecha, y en dirección hacia el cerro avanza varios kilómetros. Da unas vueltas más hasta llegar a una calle de tierra, frente a un terreno baldío, al lado de una escuela de baile, en el barrio Elena White. Ahí se detiene.

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Llamo a Tapalín por teléfono a su casa y me atiende el contestador:

– Te comunicaste con la casa del payaso Tapalín. Dejá el mensaje y te llamo más tarde.

No le dejo ningún mensaje, pero dos minutos después suena el teléfono en mi casa:

– Hola, sí ¿alguien de este número intentó contactarse con el payaso Tapalín?

En el contestador telefónico este actor tampoco se separa de su personaje. El nombre que le puso su mamá ya no existe: Quienes no lo llaman Tapalín, como su amigo Jorge, le dicen Carlitos o Carlos, por Carlos Geomar, su primer nombre artístico.

Quiero verlo en su casa. Quiero averiguar qué queda de él sin disfraz, ni cámara, pero lo primero que consigo me indica que no será tarea fácil o posible, ya que su personaje se metió hasta en su dirección postal:

– ¿Me indica por favor cómo llego a su casa?

– Tomate el 10, el que tiene el cartel del barrio Los Plátanos y decile al chofer que te avise en la parada de Tapalín.

– ¡¿Mmm?! ¿Y si no sabe dónde es? ¿Me podría pasar la dirección exacta de su casa?, le insisto.

– No, no, no te va a servir de nada. Vos decile así al chofer.

No le discuto más y esa tarde camino hasta la San Lorenzo para esperar el 10. Y hasta que llega el colectivo, noto que los naranjos de barrio Sur ya no tienen sus frutos porque esa cuadrilla de hombres que aparece todos los años los recolectó, esta vez, en tres o cuatro días. Aparece el bondi, el 10 – barrio Los Plátanos, y hago las cosas tal cual me indicó Tapalín.

Con un poco de vergüenza (por la posibilidad de quedar en ridículo) le pido al chofer que me avise en la casa de Tapalín. (- Tal vez le parece cómico, pero no es chiste, le aclaro). Y el conductor me responde, con naturalidad, que no hay problema, que serán de acá a unos 40 minutos.

¿Habrá otra persona en Tucumán que haya alcanzado esa popularidad? ¿Otra persona que pueda decir: “Decile al chofer del colectivo que te avise en mi casa”? ¿Es Tapalín el artista vivo más popular que tiene Tucumán? ¿Qué lo diferencia de Gladys? Entre otras cosas, el barrio donde vive.

El barrio Elena White tiene aún calles de tierra, casas a medio terminar y techos de chapa sostenidos con ladrillos. Está atrás del barrio Los Plátanos, al sur de la Pepsi, antes de llegar a El Manantial, donde a mediados de los 90 funcionó su pequeña empresa de juguitos congelados que llevaba su nombre.

– Acá es, me dice el chofer y me bajo en una esquina.

Tapalín me mira desde una ventana que está alta, en un primer piso de una casita despintada, gastada, humilde. Me saluda con los dedos abiertos. Luego baja, me abre la puerta y subimos por una escalera de cemento que parece de una obra en construcción inconclusa.

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No hay paredes internas en la casa de Tapalín. Cuando se cruza el último escalón, uno ingresa a una habitación con poca luz, iluminada en el centro por el sol de la tarde, que entra por el ventanal, y por un foco azul de bajo consumo que, desde un costado, refuerza la visibilidad escasa en todo el lugar.

Los dos ambientes están separados por altura. Acá, en el nivel más bajo, en la entrada, el piso está alfombrado, pero la alfombra oscura está tan gastada y entierrada que apenas se la nota; la pared está empapelada, pero hay partes donde el papel no existe y se ve el revoque. Está la heladera, la cocina, la mesa donde Tapalín desayuna y algunas veces cena leche tibia con chocolate. También hay una mesa petisa que tiene un vidrio roto junto al sillón, unas cortinas dobles frente al ventanal y un mural enorme con un paisaje de un lago que, Tapalín cree, es de una fotografía de Bariloche.

En el otro nivel, que está más elevado, está la habitación de Tapalín. Hay una cama de una plaza, un plástico que cuelga del techo que lo protege del frío y está el único elemento de esta casa que parece haber sido adquirido en los últimos años: un televisor plasma de 32 pulgadas. La caja aún está adentro de la sala.

– Esta es mi casa, es así medio bohemia, sencillita. Sencilla, ¿viste?

Tapalín es sencillo. En la ropa también lo es: Viste un conjunto deportivo imitación del Chelsea, azul, y lo usa con camisa y pantuflas. Tiene además la media derecha rota. Y por más que no pare de hablar de proyectos, de su personaje, de sus éxitos, no tiene imágenes de él en la pared. Tiene muy bien ubicado, sobre la mesa y enmarcado, un “Diploma al Artista Tucumano” que le otorgó el sindicato, con la firma de su amigo, el payaso Pelusita.

Tapalín saca una carpeta llena de recuerdos. Hay un voto de él del año en que se presentó a candidato a concejal por San Miguel de Tucumán por el Partido Justicialista, en el año 1.999. El hecho fue noticia nacional (Un payaso para concejal en Tucumán, decían los títulos), pero estuvo muy lejos de ganar la elección. “Yo era el concejal de los niños y de los humildes. Habíamos hecho una propaganda donde me sacaba el maquillaje para mostrarle al mundo mi cara. Pero no gané, me hicieron desaparecer los votos”.

También hay una foto donde se lo ve con sus amigos, metido en una pileta. Una tarde de sol de domingo, tal vez. Esa pileta está atrás de donde estamos ahora y forma parte las casas que construyó hace 20 años con el dinero que ganó en la tele. Esas casas, que ahora están en alquiler, pasarán a manos del sindicato cuando Tapalín muera, según su deseo. El payaso mira la imagen y recuerda: “Fueron años maravillosos, venía mucha gente, la pasábamos muy bien. Ahora muchos de mi generación ya no están y sin embargo yo sigo”.

– ¿Y usted no está cansado de seguir, Tapalín?

– No querido. La edad es la que está acá – Tapalín se señala la cabeza – no en el documento. Yo no tengo las mismas fuerzas que antes para hacer tres presentaciones en vivo por los barrios, pero la fuerza que tengo la dedico a vivir, a hacer las cosas que hace Tapalín. Y yo sigo vigente. La gente me sigue saludando por la calle. Se saca fotos conmigo, me saluda. El otro día me bajé a comprar helado en Grido y como estaba con el traje puesto todos se querían sacar una foto conmigo. No me dejaron ir por media hora, jua, jua.

– ¿Se disfruta mucho?

– Sí, es reconocimiento de que algo bien hice. En vez de caer, la popularidad de Tapalín se hace más grande. Es una bola de nieve que va creciendo. Ya estuve en la tele, en la radio, me dicen que estoy en internet, y ahora voy a estar en el cine ¿Qué tal yo? Dicen que ahora se me puede ver en los teléfonos. Pero hay que pagar un peso para verme. Jua, jua, jua. Me estoy debiendo un show en el teatro San Martín o en el Alberdi, pero tiene que ser gratuito.

– Hasta entonces sigue en la tele.

– Sí, en Canal 7 me abrieron los brazos. Todos los que no tienen cable me pueden ver. Y son un montón. Y la gente llama. Vos viste que me llaman, que participan los chicos, que me preguntan. Este canal cada vez se hace más grande, además pasan películas hermosas y hay otros artistas tucumanos. Me mira toda la familia por eso el programa tiene variedades.

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– ¿Qué pasó con Canal 10?

– Armisén me dijo que no a mí y lo trajo a Piñón Fijo. Decime quién es más payaso de acá. Pero bueno, él sabrá. Ahhh, pero cuando fuimos con Belina y los chicos que están haciendo la película de mi vida, Armisén se hizo el distraído. Nos ofreció el estudio mayor y dijo: Acá está Tapalín, nuestra figura histórica.

– ¿Qué significa la televisión para usted?

– Es todo, es la posibilidad de poder entrar a la casa de miles de tucumanos y por eso la sigo haciendo. Y seguiré hasta que me muera y después me convertiré en chancho para poder ser la comida de alguien, jua, jua, jua.

Tapalín no fuma, no bebe alcohol, no usa teléfono celular, ni internet y vive acá solo desde hace más de 20 años. Le pregunto si alguna vez estuvo en pareja y me dice tímidamente que no, que en el mundo de los artistas no hay mucho tiempo para eso. Y agrega: “Pero uno siempre tiene amistades, ¿me explico?”

– No, no del todo.

– Que nunca fue necesario estar en pareja con alguien para, bueno, para hacer lo que hacen las parejas…

– Hay quienes hablan mal de Tapalín, dicen que maltrata a los niños. Y también hay quienes se meten con sus preferencias sexuales, ¿Le molesta eso?

– Por cada uno que no me quiere, hay 99 que me quieren. Por favor, toda la vida brindando cariño para los niños, pero hablan. Decime, ¿a vos te quiere todo el mundo? Eso, eso me hace propaganda. Me dicen de envidia. Me hace prensa que hablen mal, me conviene a mí. Una vez un publicista italiano me dijo: anotá la marca de tu empresa en la puerta de un baño, junto a la palabras sexo y puto. Esa es la mejor publicidad. Nada más que eso, no me interesa. El hombre que diga que tuvo algo con Tapalín que muestre las pruebas, yo le apuesto una casa. Ahora: si no las tiene, que tenga que pagar 10 años de cárcel por andar hablando.

Tapalín se molestó un poco, pero dio una respuesta para quienes hablan sin pruebas. Se hizo de noche y acá está todo más oscuro.

Le muestro, luego, una foto en mi celular donde se lo ve en su auto mientras maneja con el traje de payaso. Le digo que me la acaba de enviar un amigo, cuando se enteró que venía a entrevistarlo.

Tapalín cambia la cara. Mira la pantalla y la imagen se refleja en sus pupilas claras. La luz del teléfono le ilumina el rostro. Está encantado, hipnotizado.

– Qué increíble que haya personas que me tengan en su teléfono, dice sin dejar de mirar la pantalla.

Le digo que su figura causa mucha sorpresa a quien lo ve por la calle, que no es común ver a alguien con su vestuario, que… y detengo mis explicaciones porque me doy cuenta que no me escucha. Tapalín mira fascinado el teléfono. Tapalín se mira y vuelve a creer en él.

Tapalín, empecinadamente, Tapalín.

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