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Con golazos de su marca registrada, Luis Miguel Rodríguez ganó tanto con Atlético Tucumán que dentro del pecho también lleva el celeste y blanco.
Lo que sucedió en el campo de juego y en las tribunas del estadio Monumental José Fierro, la tarde del 16 de abril de 2016, ningún meteorólogo lo anticipó.
Un sol que castigaba a quienes salieron desde sus casas sin una gorra o el clásico gorrito de cancha con los colores de su equipo, un cielo con muy pocas nubes a la vista y una temperatura que llegaba a los 35° de sensación térmica, jamás hubiesen hecho imaginar el fenómeno meteorológico que se iba a desatar en el césped de la cancha de Atlético Tucumán, equipo que juega en la Primera División del fútbol argentino.
Por eso, cuando sobre el campo de juego del José Fierro comenzaron a llover pelotas de fútbol, fueron los que estaban en las tribunas y los que seguían el partido por televisión entre Atlético y Defensa y Justicia quienes quedaron en off side al ser testigos del inesperado suceso.
Pero, ¿cómo fue que se desató el fenómeno que ni el meteorólogo más prestigioso pudo predecir?
Se jugaba el primer minuto de los dos que había agregado el árbitro Saúl Laverni, en el primer tiempo del partido, cuando el defensor de Defensa y Justicia, Damián Martínez, le dio una patada desde atrás a Leandro González –mediocampista de los tucumanos-, en el área de su propio equipo. El juez se llevó el silbato a la boca y no dudó: penal para el Decano y roja para Martínez luego de ver la segunda amarilla.
El fallo del referí hizo que los corazones de los miles de decanos que poblaron las tribunas del estadio ubicado en 25 de Mayo y Chile, en la zona norte de San Miguel de Tucumán, comiencen a acelerarse cual turbina de avión remontando la pista a punto de despegar. El motivo era uno sólo: el capitán, ídolo y emblema del equipo, Luis Miguel Rodríguez, estaba ante la chance de convertir su gol número 100 vistiendo la camiseta del Deca.
Es por eso que la escena posterior tuvo una carga emotiva y de suspenso propia de una producción hollywoodense a desarrollarse en slow motion: Rodríguez caminó lentamente hasta el punto del penal con la pelota en sus manos, la acomodó y dio nueve pasos hacia atrás sin perder de vista a la redonda. Mientras los ojos y las cámaras de todo el estadio se posaban sobre sus 1,68 metros de altura, llevó sus manos a la cintura. Parado en la medialuna del área grande, con su antebrazo izquierdo secó un poco de el sudor que caía de su frente, producto del calor y, seguramente, también de la ansiedad.
Celular en mano, la multitud que se encuentra en la cancha quiere registrar este momento que puede ser histórico para el ídolo que usa la dorsal “7”. Otros, los que prefieren guardar sólo en sus memorias lo que está a punto de suceder, usan sus manos como viseras para que los rayos del sol no les obstaculicen la vista.
Ellos, como yo, han sido testigos del camino previo de Pulguita hasta la antesala de los 100 goles. Un camino que se inició en 2007 en la cancha de Desamparados de San Juan, cuando el Decano jugaba en ese infierno que era el torneo Argentino A (tercera categoría del fútbol argentino), campeonato al que le sobraban malos arbitrajes y estadios en pésimas condiciones.
Pulguita y los hinchas del Decano imaginan este momento desde el gol 97, la noche del regreso a Primera ante Los Andes, el 5 de noviembre de 2015. La meta estuvo más cerca, ya en la máxima categoría, el día que Rodríguez le marcó de cabeza a Atlético Rafaela, en febrero pasado, en el triunfo por 3 a 0, para llegar a la marca de los 98 tantos.
Ni hablar del 1 de abril, cuando PR7 (las siglas de su nombre y apellido más el número con el que juega) abrió el camino del agónico triunfo por 2 a 1 ante Huracán, con un toque de derecha para vencer al arquero Marcos Díaz. Esa noche, en el minuto 95, Rodrigo Aliendro marcó el gol de la que tal vez fue la victoria más celebrada por los hinchas en los últimos tiempos. En aquél partido, el registro de Rodríguez ya llegaba a 99 goles jugando para el Deca.
Lo que sigue es la escena del festejo original que dio vuelta al mundo y fue nota de diarios deportivos en todos los idiomas: carrera del Pulguita, amague con saltito previo al disparo y ejecución al palo derecho del arquero. Gol 100 y un centenar de pelotas con la leyenda “La historia la hacen pocos” caen al campo de juego desde la platea que da a la calle 25 de Mayo.
La celebración por el centenar de goles del Pulguita no fue nada improvisado. Dos meses antes, la Subcomisión del hincha, integrada por un grupo de alrededor 25 fanáticos del Decano que prepara los recibimientos al equipo en los días de los partidos, y hasta colabora en la refacción de las instalaciones del club y realiza rifas para recaudar fondos que luego serán destinados a la compra de indumentaria deportiva y elementos de entrenamiento (pelotas, conos) para las inferiores del club, ideó el homenaje para el ídolo decano.
“La idea sobre el festejo con pelotas al campo de juego la tiró uno de los integrantes de la Sub comisión en alguna noche de cuelgue. En realidad, todo lo que hacemos surge así. Nos juntamos, charlamos, tomamos unos tragos y pintan las ideas. Así fue como se nos ocurrió el homenaje al Pulga”, cuenta uno de los integrantes de la Sub comisión del hincha, que pide permanecer en el anonimato. “Acá lo que importa es Atlético. El club está por encima de cualquier nombre”, aclara el por qué a su negativa de que se publique su nombre y apellido.
La noche del partido ante Atlético Rafaela, en febrero, los integrantes de la Sub comisión estaban distribuidos en la platea, pelotas en mano, esperando que Rodríguez llegue a la marca deseada. Así estuvieron en los partidos siguientes hasta que llegó la tarde en que se iba a concretar el festejo.
En el tablero electrónico ubicado en lo más alto de la tribuna popular de la calle Chile, el número 100 es tachado con una cruz luego del gol que marcó el delantero.
“¡Para gritarlo! ¡100 goles de Pulga Rodríguez con esta camiseta! ¡Pura historia, Luis Miguel Rodríguez!”, relataba Gustavo Kuffner durante la transmisión de Fútbol Para Todos. Su compañero, el comentarista Mario Cordo, no quería ser menos con los elogios hacia el Pulga, que en ese momento devolvía algunas pelotas a la tribuna y se besaba el escudo de la camiseta antes de entrar al vestuario: “Cuánta categoría… En una cancha que es una caldera; por el clima y por la gente”.
Por logros como estos, Pulguita se ganó un lugar en el olimpo de ídolos decanos. En ese paraíso están algunos jugadores que brillaron en los torneos de la Liga Tucumana, Regionales y Nacionales, como Rafael Albrecht, un defensor con la capacidad de convertir muchos goles, que luego brilló en San Lorenzo y el fútbol europeo. También está Hugo Ginel, otro defensor que llegó a integrar el equipo juvenil de la Selección nacional que jugó en las Olimpiadas de Roma 1960. Por ahí anda Juan Francisco Castro, el goleador histórico del Decano con 114 tantos, a pesar de haber jugado como mediocampista de marca. Por supuesta que está Julio Ricardo Villa, quizás el jugador más habilidoso que se haya calzado la camiseta celeste y blanca, y Víctor Palomba, un volante de gran manejo de pelota. Obviamente no faltan los que llevaron al Decano por primera vez a jugar el Nacional B, como Luis Correcaminos Reartez, un delantero de una gran velocidad y una capacidad enorme para amargar a San Martín de Tucumán en los clásicos de los años ´80. No falta Raúl Aredes, un enganche habilidoso de pegada exquisita. Y otros contemporáneos como, Lucas Ischuk, el arquero que convirtió el penal que significó el ascenso a la B Nacional en 2008; Juan Manuel Azconzábal, quien integró el equipo que ascendió a Primera División en 2009, además de ser el director técnico que consagró a Atlético en la máxima categoría, y Cristian Luchetti, que, al igual que Pulguita, jugaron con el Deca en Primera División.
Esa condición de ídolo no eximió a Rodríguez de algunos cuestionamientos. Y a esos reproches, Pulguita los contestó con algunos gestos dentro y fuera de la cancha.
Luis Miguel Rodríguez está tirado en suelo del living-comedor de su departamento ubicado en el Barrio Sur de San Miguel de Tucumán. El delantero de Atlético Tucumán lleva varios días en esa posición. Apenas se levanta para ir al baño y para comer lo que tenga a mano en la heladera.
En la casa de su familia, en Simoca, una localidad ubicada al sureste de la provincia de Tucumán, están preocupados porque hace 10 días que no saben nada de Pulguita. Desde que Rodríguez superó la operación de ligamentos cruzados en su rodilla derecha, se ha encerrado en su departamento en el que vive solo. No ha contactado a ninguno de sus familiares y amigos desde ese entonces.
Para entender a ese Pulguita de ánimos por el piso hay que retroceder hasta el 9 de diciembre de 2011. Es que aquél fin de año el delantero parecía que se encaminaba a cerrar una feliz temporada futbolística. Esa noche, en un partido de la B Nacional, Atlético derrotó a domicilio a Desamparados de San Juan por 2 a 1. El simoqueño fue una de las figuras del equipo al marcar el primer gol del partido. El triunfo dejaba al Decano cerca de los puestos de ascenso. El presente era inmejorable.
Sin embargo, en la vuelta a Tucumán se confirmó que Pulguita había sufrido durante el partido la rotura total del ligamento cruzado de su rodilla derecha.
Entonces, no quedaba otra opción que operar. Y luego de la intervención quirúrgica, la parte más dura: la recuperación.
A pesar de que algunos trascendidos en las redes sociales aseguraban que en realidad Pulguita se había lesionado jugando un partido de fútbol 5 con amigos, tiempo después se supo que el delantero había sufrido la rotura parcial del ligamento cruzado semanas atrás de que la lesión sea más grave.
El mayor de los ocho hermanos Rodríguez, Walter, siente que algo no está bien y decide ir a visitar a Pulguita. Walter fue un mediocampista que también jugó en Atlético Tucumán, equipo con el que se consagró campeón del Torneo Clausura del Argentino A 2003. Además, Walter es el Pulga, apodo que Luis Miguel tomó prestado, pero con el diminutivo. “Yo soy el primero, el original. Pero se lo presto sin problemas”, cuenta Walter mientas lanza una carcajada. Ahora el Pulga más grande cumple la función de representante de Pulguita.
Walter tiene libre acceso al departamento en el que vive el ciudadano más ilustre de Simoca. “Donde viva él, yo tengo una llave. No hay forma que se escape de mí”, asegura para dejar en claro que controla cada movimiento de su hermano.
Al entrar al departamento, Walter encontró a su hermano acostado en el piso y con la mirada perdida. Estaba sucio, desprolijo y pálido. El pelo lo tenía revuelto y algo duro a causa de la falta de higiene. Pulguita estaba con el torso desnudo, los pies descalzos y únicamente vestía un pantalón corto Topper negro con el escudo de Atlético y el número 7; su número. Llevaba más de 10 días sin asomarse a la calle.
“Lo encontré deprimido”, recuerda el mayor de los hermanos Rodríguez sobre aquella escena. “Lo ayudé a que se bañe y me lo llevé para Simoca”, agregó sobre cómo fue que se inició el proceso de recuperación mental del delantero decano en la localidad que lleva en su corazón.
Pulguita sufría un montón por los dolores en la rodilla. Sufría hasta llorar. “Quería dejar todo. No quería saber más nada con jugar al fútbol”, rememora el delantero sobre aquél deseo que hubiese cambiado para siempre su vida. Mientras habla en el playón del estadio José Fierro, la casa de Atlético Tucumán, Pulguita rasca su cabeza constantemente con su mano izquierda, un gesto que los jugadores de fútbol, al menos los argentinos, suelen emplear en cada entrevista.
En Simoca, Rodríguez puso en marcha su recuperación rodeado de sus afectos y comiendo guiso de arroz con pollo, el plato preferido del delantero que su mamá, María Beatriz, le prepara. Ese era uno de los aspectos fundamentales para que el delantero recobre las ganas por pegarle a la pelota nuevamente. Estar rodeado de sus seres queridos en su pueblo natal.
Simoca es una localidad que se encuentra al sur de Tucumán, a 56 kilómetros de la capital de la provincia. Su nombre se hizo conocido gracias a sus ferias, sus tradiciones y sus costumbres.
Los sábados, para los simoqueños, son de reencuentro para sus casi 15.000 habitantes. Es que muchos de los pobladores concurren a la feria a vender todo tipo de mercadería a precios accesibles para sus visitantes. El clima de cada sábado en Simoca, sea con sol o con lluvia, es de fiesta: se come platos regionales como empanadas, humitas, tamales, y se bebe vino y cerveza, en mayor parte, acompañado por zambas, chacareras y alguna que otra cumbia que suena por los parlantes ubicados en los puestos de la feria.
Hasta Simoca también llega gente de otros puntos de la provincia para disfrutar de la gastronomía que goza de tan buena reputación.
Y ese es el lugar en el mundo del Pulguita. El lugar en el que creció y comenzó a correr detrás de una pelota.
Luis Miguel ama tanto a Simoca que en un partido que Atlético jugó frente a Chacarita por el Nacional B 2008/2009, la hizo conocer a todo el país.
Pulguita convirtió el único gol con el que el Decano derrotó al Funebrero en aquella tarde-noche de abril. En la celebración, el delantero levantó su camiseta hasta cubrir su rostro y dejó ver una remera con la inscripción “I love Simoca” y un corazón grande.
La otra manera que Walter encontró para motivar a su hermano fue llevarlo a ver los partidos de veteranos que se jugaban en esa zona de la provincia. “Juegan estos gordos y no vas a jugar vos”, le reprochaba Pulga a Pulguita a un costado de la cancha, que miraba los partidos sentado en una reposera y con la pierna derecha inmóvil. “Tenía razón cuando me puteaba”, asiente Pulguita con sus cejas levantadas sobre los retos de su hermano.
Para cuando arrancó los ejercicios de fisioterapia, los dolores fueron in crescendo. “Nunca sufrí tanto en mi vida. Durante los ejercicios de recuperación me costaba flexionar la rodilla. Me dolía muchísimo”, recuerda Luis Miguel sobre la lesión más grave que tuvo en su carrera como jugador.
Aun así, Pulguita cumplió con la rutina al pie de la letra y quería jugar de nuevo al fútbol. Había recuperado la motivación y quería seguir haciendo historia con la camiseta de Atlético Tucumán.
“Griten el gol, hijos de puta. Quiero escuchar a los boludos que cuestionaron mis lesiones y mi compromiso con el equipo. Griten bien fuerte el gol”.
Corre el minuto 43 del primer tiempo y Pulguita Rodríguez acaba de marcar el tanto con el que Atlético Tucumán se pone en ventaja de manera parcial ante Huracán, en el partido de la fecha nueve del Torneo Transición 2016.
Para celebrar su gol, el delantero sale al trote, levanta el dedo índice de la mano izquierda con el que le da varios golpecitos a su oreja de ese perfil, mientras mira a la tribuna popular que da a calle Chile. Luego, repetirá el gesto y movimiento con el dedo índice de su mano derecha, pero con la mirada hacia la platea de calle 25 de Mayo, y finalizará con un sello que popularizó Juan Román Riquelme –ex Boca Juniors y Selección argentina- contra el entonces presidente del Xeneixe (año 2000), Mauricio Macri: las manos junto a sus orejas estilo Topo Gigio para “oír” los rumores. Aunque, en medio de tanta celebración con dedicatoria, Pulguita profesa su amor por el club al besarse el escudo celeste y blanco ubicado a la altura del corazón en la camiseta.
El inusual festejo de Luis Miguel, tapa al día siguiente del diario Olé, tiene una explicación, un mensaje claro y unos cuantos destinatarios.
Diez días antes, en la previa del partido del 19 de marzo por la fecha ocho frente a Argentinos Juniors, en la que Atlético embolsó los tres puntos gracias a la victoria por 3 a 0 sobre el Bichito, el delantero se quedó fuera de los 18 concentrados por una lesión en el isquiotibial. Esa dolencia, sumado a un rendimiento en ese momento por debajo de las expectativas acordes a sus pergaminos, fueron argumentos suficientes para que un grupo –minúsculo-de hinchas del Decano emita sentencia en esa guillotina virtual en la que se transformaron las redes sociales: Rodríguez no quiere ir al banco de suplentes y prefiere quedarse en Tucumán a mirar el partido por televisión. Es, tal vez, uno de los más bajos rendimiento del delantero vistiendo la camiseta de Atlético.
Detrás de los 102 goles de PR7 con la camiseta del Deca, los tres ascensos –uno a la B Nacional y dos a Primera División-, las dos veces que fue máximo goleador de esa categoría del ascenso –temporadas 2008/2009 y 2012/2013 ambas con 20 goles-, de tanto en tanto los rumores que ponen en duda la veracidad de sus lesiones se disparan con más fuerza que la inflación en la Argentina. El rumor más fuerte señala que Pulguita no quiere jugar cuando el equipo debe realizar viajes muy largos en colectivo, y que las dolencias son en realidad pretextos para no ausentarse tanto tiempo de la provincia. Suena a disparate.
Entonces, queda claro cuál fue el mensaje de Pulguita y a quiénes estuvo dirigido durante el festejo del gol al Globo.
En octubre de 2015, el Papa Francisco bendijo la camiseta del Deca, que el periodista tucumano Marco Lamoglia llevó al Vaticano. Desde ese momento, Atlético inició una cruzada exitosa en busca de recuperar el lugar sagrado perdido en 2010: la Primera División.
Tal vez por eso algunos hinchas entienden que es necesario agradecer a alguna divinidad los favores recibidos. La gruta de la Virgen María ubicada en la esquina noroeste de la calle 25 de Mayo y avenida Sarmiento, es un lugar clave para la fe decana.
“Ahora le damos un besito a la Virgen y luego la buscamos a la mamá para ir a comer un sanguchito”. Un hincha también llamado Francisco le habla a Quiquito, su hijo de tres años a quien sostiene con su brazo derecho, mientras con la palma de su mano izquierda se seca el sudor que cae desde su calva cabeza y recorre sus mejillas. Es una calurosa noche en el Jardín de la República y acaba de ganar Atlético.
-¿Venís a agradecer a la Virgen por el triunfo?
-Sí, amigo. Antes del partido pasamos por aquí y le pedimos que nos ayude a ganarles a estos culiaos. ¡Y mirá cómo cumplió!
-Vas a tener que venir seguido entonces…
-Y… después de esta victoria vamos a tener que hacerlo. Aunque nosotros ya tenemos a quién pedirle por los triunfos. Es nuestro ángel de la guarda y lleva la “7” en la espalda. A ese siempre es al que le pedimos goles que terminan siendo victorias.
*****
“¿Sabés lo que pasa? Estoy harto de tener que aclarar cuestiones relacionadas a mis lesiones. Son pocos los que hablan, y tendrán sus razones. Pero lo tomo como una falta de respeto porque lo amo al club. Nadie ha ganado tanto en Atlético como Sebastián Longo y yo”.
En la mañana del 18 de marzo, mientras el plantel de Atlético Tucumán volaba hacia Capital Federal para enfrentar al día siguiente a Argentinos Juniors, Pulguita Rodríguez por primera vez se quedaba fuera del equipo titular a causa de un desgarro en el isquiotibial. Vestido con remera mangas cortas, pantalón corto, medias tres cuartos y zapatillas, se prepara para realizar un entrenamiento liviano junto a otros cuatro jugadores afectados por distintas dolencias, en el complejo José Salmoiraghi, bajo un sol que obliga a esconder los ojos detrás de unos lentes negros.
Luis Miguel no se entiende tan bien con la prensa –mucho menos con la partidaria- como con la pelota bajo la suela de su botín derecho. Ya en ocasiones anteriores se negó a darle notas a medios televisivos, gráficos y radiales por rumores relacionados a sus lesiones. Por eso, antes de arrancar la práctica decide cancelar la entrevista, a pesar de que menos de menos de 24 horas antes se había comprometido a mantener una charla en la que, entre otras cuestiones, iba a hablar sobre esas dudas que instalan los medios de comunicación y que disparan versiones de todo tipo.
Sin dar tantas explicaciones, Pulguita decidió ponerle punto final a la polémica que se había instalado en las redes sociales.
En la temporada que pasó, Rodríguez arrancó con dos objetivos claros que logró alcanzar: que el Decano se mantenga en Primera, y llegar a los 100 goles con la camiseta celeste y blanca. De yapa, Atlético se convirtió en la sensación del Torneo Transición al alcanzar un rendimiento histórico peleando de principio a fin entre los tres primeros lugares de su zona. El nombre de Tucumán, en el año del Bicentenario de la independencia, quedó en lo más alto gracias al Decano.
Con el correr de los partidos, Pulguita se transformó en el abanderado de la campaña de Atlético.
Hablar del Decano es hablar del simoqueño, un delantero que no responde al estereotipo del jugador que está a la moda. Este petisito de cara ancha, ojos achinados y orejas grandes, nunca se dejó la barba. Tampoco baña su cabello en gel para darle forma a alguno de esos raros peinados nuevos. Las mangas de sus brazos no están cubiertas por tatuajes. Pulguita no será jamás la imagen de una marca de calzoncillos o de un perfume.
Su picardía, esa que elogió el mismísimo Diego Maradona –quien lo convocó para jugar un amistoso cuando dirigía a la Selección argentina en 2009- al decir que el simoqueño lo recordaba a él en sus épocas de jugador por algunas características de su juego. “Movete por la derecha, dale, dale”, recuerda Pulguita sobre la arenga de Maradona durante los entrenamientos de la Selección argentina previos al partido amistoso con Ghana, que se jugó el miércoles 30 de septiembre de 2009, en el viejo estadio Chateu Carreras de Córdoba.
Como alguna vez en una entrevista que le hicieron siendo adolescente a Maradona sobre sus sueños como jugador, en la que con una inocencia propia de la edad confesaba que su primer sueño era jugar un Mundial con la Selección y luego ganarlo, Pulguita se pellizcaba cuando supo que iba a estar entre los convocados para jugar un partido representando a su país. De chico también había soñado jugar para la Selección argentina.
Los días previos a la oficialización de la convocatoria, los rumores no paraban. “¿Te llamaron?”, le preguntaban sus compañeros de equipo en ese momento. “Nada”, contestaba Pulguita con resignación. Hasta que finalmente el teléfono sonó. “Fue el día más feliz de mi vida”, dijo Rodríguez sobre aquél momento. Lo que Rodríguez soñó desde que juega al fútbol se había concretado. El changuito cuyos padres no tenían dinero para comprarles unos botines nuevos cuando era un preadolescente, había logrado llegar hasta la Selección argentina. “Mi papá y mi mamá me compraron un par de botines nuevos cuando cumplí 11 años. Los que tenía antes me quedaban chicos así que me apretaban los pies. Tenía que encoger los pies cuando me los ponía”, recuerda Pulguita sobre aquél calzado que tuvo que usar a la fuerza por la necesidad del momento.
Por eso, Luis Miguel valora todos y cada uno de los momentos que vivió en aquella convocatoria. “Puedo decir que fue lo más maravilloso que viví y que, además, estuve al lado del más grande de todos los tiempos”, afirma.
Si Rodríguez se ganó el privilegio de ser convocado a la Selección argentina, es porque suele ser noticia por los goles en calidad HD que convierte. Marcó tantos que ya podría armar su propia videoteca.
En ese material no podría faltar aquél tanto que le convirtió a Santamarina de Tandil, la tarde en la que desde la medialuna del área grande le picó la pelota al arquero Damián Cebreiro para colársela en un ángulo. Fue tanta la clase con la que definió, que el árbitro de ese partido, Alejandro Castro, le dio la mano y lo felicitó por la conquista mientras el delantero concluía el festejo. Incluso, hasta le pidió los botines con los que dibujó aquella obra de arte. Pulguita se los negó.
Un gesto similar provocó en el arquero Gastón Sessa el día que lo dejó como estatua al pincharle la pelota para que ingrese en el ángulo izquierdo del arco que da a calle Chile, en un partido entre Atlético y Boca Unidos, de Corrientes. El Gato reconoció la exquisitez de Rodríguez y fue a saludarlo mientras el delantero festejaba la conquista.
Pero con el gol que puso a sus pies a cuanto amante de fútbol haya en estas tierras, fue la noche que desde mitad de cancha le convirtió a Independiente en el Libertadores de América. Luis Miguel había recibido una habilitación de cabeza de Piriz Alvez, y desde el círculo de la mitad de la cancha le pegó a la pelota de sobrepique para vencer la corrida del arquero del Rojo, Ruso Rodríguez. Su actuación en ese partido le valió la calificación 10 por parte de la prensa especializada de todo el país.
Hasta desde el enemigo de toda la vida de Atlético partieron loas para Rodríguez. Es que el último ídolo que tuvo San Martín de Tucumán, Gustavo Ibáñez, confesó sus ganas de jugar junto al crack del Decano. “La camiseta número 7 es del Pulga, yo me quedo con cualquier otra. No tengo ningún problema”, avisó el Ratón dejando en claro el respeto y el reconocimiento hacia el Pulga y sus ansias de calzarse la celeste y blanca. El deseo se esfumó como el gas de una cerveza mal tapada ya que la transferencia nunca se concretó.
En la carrera de Rodríguez vistiendo los colores del Deca ahora asoma un nuevo objetivo: transformarse en el máximo goleador en la historia del club. Actualmente el título está en manos de Juan Francisco Kila Castro, un mediocampista que brilló durante la década del ’70 y marcó 114 goles, algo inusual para al puesto que ocupaba. Kila, según Maradona, fue el volante que mejor lo marcó, al punto de no dejarlo tocar la pelota en un partido en el que Argentinos cayó frente al Decano, en el Monumental, por 2 a 1. Su reinado está cerca de concluir.
Un grito de gol mueve los cimientos del Monumental de 25 de Mayo y Chile y se escucha en cada rincón de Tucumán.
Aliendro acaba de marcar, con un toque de derecha, tras recibir un pase de Menéndez, el tanto en tiempo de descuento con el que Atlético derrotará a Huracán por 2 a 1.
En las tribunas de un Monumental repleto de hinchas, hay lágrimas, abrazos, y bocas llenas de un canto interminable.
En lo más alto del sector 6 de plateas, donde está ubicada la cabina de transmisión del programa partidario Simplemente Atlético, el comentarista Juan Carlos Veiga trata de ilustrar la heroica jugada de Menéndez que le permitió a Aliendro marcar el gol del triunfo. Poco puede hacer para darse a entender con claridad: tiene la voz entrecortada por la emoción que lo invade en ese momento. “¡Sos el más grande del norte, Decano! ¡Somos de Primera!”, alcanza a decir mientras sostiene con fuerza el teléfono celular con el que el programa transmite el partido. Ese triunfo le aseguraba a los tucumanos continuar en la máxima categoría.
Veiga encabeza el programa partidario que semana a semana (se emite los lunes por la tarde) lleva adelante con un grupo de nueve fundamentalistas de Atlético. Algunos, como es su caso, son periodistas. Otros, sin tener formación como comunicadores, le agarraron la mano a esto de conseguir información de primera mano sobre todo lo referido al mundo Atlético, para luego transmitírsela a los fanáticos del Decano que a cada minuto de sus vidas quieren estar al tanto de las novedades del club que les infla el pecho de pasión. La recompensa por tan grande esfuerzo es la satisfacción de sentirse parte del club. Nadie ve un peso de ganancia: el programa y las transmisiones de los partidos se sacan a flote gracias al aporte de unos cuántos auspiciantes y el bolsillo de cada uno de los integrantes del Staff.
Aquella noche del triunfo ante Huracán, unas horas después, y un poco más calmado, Veiga se animaba a aventurar que Atlético iba a realizar un gran torneo. “No hay duda que esta va camino a ser la segunda campaña más importante en la vida de Atlético Tucumán”, aseguró y de paso apoyó su argumento en el momento del Decano, del cual reflexiona que hay que tomar distancia para valorarlo: “Por lo bien que juega, lo que es ponderado por la prensa nacional. Atlético le ganó a Boca, a Racing, a Huracán… Cuando pasen los años vamos a poder valorar este enorme presente del equipo”.
Su compañero en las transmisiones, Rubén Darío «El Poeta del gol» Ortiz, un relator que cantó goles hasta en algunas ediciones de Copa América, concuerda con Veiga. “El presente del Deca es histórico”, sentencia para luego agregar que durante los ’70 “Atlético también tuvo equipos fantásticos que le peleaban palmo a palmo a Boca y a River”. “En este campeonato el Decano escribió una de las páginas más gloriosas de su historia, las que se valorarán mucho más con el tiempo”, añade el relator.
Mientras Pulguita estuvo tirado en el piso de su departamento de Barrio Sur, la vez que consideró la posibilidad de colgar los botines a pesar de que ya era un futbolista de renombre a nivel nacional, por su cabeza habrá pasado uno de los peores recuerdos de su vida.
Rodríguez tenía apenas 14 años cuando quedó varado en una estación de trenes en Budapest –Rumania- sin dinero para comer o buscar un lugar donde dormir. Estaba con cinco changuitos que fueron a probar suerte para tratar de fichar en algún equipo europeo y así gambetear una vida de necesidades insatisfechas. Fueron en busca de un futuro que los llene de gloria, fama y dinero. Lo único que encontraron fue experimentar la desesperación de no tener qué comer, una cama para poder descansar y estar lejos de un ser querido que brinde un abrazo de contención. Encima, ninguno hablaba húngaro, ni siquiera inglés. No había forma de hacerse entender para pedir ayuda y volver a casa.
Lo que debería haber sido una experiencia enriquecedora para esa edad terminó siendo una tortura. El bolso en el que Pulguita cargaba la ropa y sus ilusiones lo usó como almohada para dormir en una estación de trenes en Budapest. En realidad, no pudo pegar un ojo. Lejos, lejísimo de su Simoca natal, recordaba el aroma y el sabor del guiso de arroz con pollo que preparaba su vieja. También se acordaba de las canchitas en las que sí era feliz jugando a la pelota con sus amigos. No podía dormir porque los ojos se le llenaban de lágrimas al preguntarse una y otra vez qué hacía tan lejos de su hogar.
Esa horrible experiencia hizo que Rodríguez considere por primera vez que lo suyo no era el fútbol, a pesar de que los monstruos de Europa le vieron condiciones suficientes como para sumarlo a sus divisiones inferiores.
Su periplo europeo arrancó en España, donde Pulguita impresionó a los cazatalentos del Real Madrid en un torneo de jóvenes promesas.
Parecía que aquél changuito de Simoca que tenía que jugar con botines que le apretaban los pies porque no había dinero para comprar un par nuevo y más confortable, iba a formarse en las divisiones inferiores de unos de los clubes más poderosos del mundo.
Ese interés de los cazatalentos del Real Madrid no conformó a su representante, Carlos Ismail, que sin dar mayores explicaciones desechó la casi segura contratación de Pulguita.
Casi lo mismo le pasó en Inter de Italia. Le vieron talento los entrenadores que le tomaron la prueba, pero otra vez hubo problemas con el fichaje. “El representante le puso muchas trabas. Pasa que en ese entonces mis viejos firmaron algunos papeles sin saber bien qué eran. Si yo hubiese estado en el país en ese momento, eso no pasaba”, afirma Walter sobre los problemas que tuvo su hermano en Europa por culpa de Ismail, a quien no quiere mencionar.
“Por suerte había unos tucumanos en Rumania que colaboraron con el dinero para que mi hermano regrese al país. Estábamos todos preocupados”, cuenta el hermano de Pulguita sobra la fatídica experiencia europea del delantero.
A su regreso al país, Luis Miguel no quería saber nada con seguir jugando a la pelota. La desilusión por su experiencia europea lo golpeó como la más grave de las lesiones de un futbolista. Por eso se dedicó a ayudar a su viejo en algunos laburos que le salían, a pesar de ser un adolescente. “Daba una mano cuando mi papá trabajaba como albañil. Había que ayudar porque éramos muchos en la casa”, recuerda Rodríguez.
La que no estaba para nada de acuerdo con que Pulguita abandone el fútbol era su madre. “Mi vieja no quería que trabaje. Ella quería que yo juegue a la pelota”, cuenta Pulguita.
El paso del tiempo fue cerrando la cicatriz de aquella malograda experiencia del otro lado del océano Atlántico. Además, la insistencia de su madre también ayudó a que Pulguita recobre las ganas por jugar al fútbol.
En Simoca había perfume de gol cada vez que Rodríguez se calzaba los cortos para prenderse a un picado con sus amigos, o para jugar en algún equipo local.
Así fue como jugando para Unión Simoca comenzó a familiarizar su nombre en el ámbito futbolístico de la provincia. En un clásico contra Azucarera Argentina, Pulguita metió doce goles. Sí, fueron una docena de gritos para humillar al rival que no quiso saber nada con salir a jugar el segundo tiempo, con el marcador 14 a 0. “Metí tantos que ya no sabía cómo festejar”, dice Pulguita con una sonrisa
En Unión Simoca compartía equipo con Pulga grande. “Yo ese día no metí ninguno”, se lamenta Walter y lanza una carcajada.
Walter siempre confió en las condiciones futbolísticas de su hermano. “Es un crack. En Atlético va a triunfar. Va a lograr todo lo que yo no pude”, había dicho Pulga en una entrevista al diario La Gaceta en 2006. Y cuánta razón tuvo a pesar que otra vez el destino lo sacudía con golpe tras golpe. Como cuando San Martín le cerró las puertas por un capricho de un entrenador.
*****
San Martín de Tucumán tuvo la oportunidad de tenerlo entre sus filas.
Una mañana de mayo de 2006, Pulguita se presentó a una prueba en el equipo rojiblanco, que en ese momento jugaba el torneo Nacional B.
Rodríguez era la figura de UTA, un equipo tucumano que no paraba de ganar en la Liga local. Pulguita sentía que estaba listo para dar un salto en su carrera futbolística, por lo que fue decidido a impresionar a quien sea para fichar en el Santo.
El anhelo del delantero chocó con la negativa de Carlos Roldán, quien era el director técnico del conjunto tucumano en ese momento. El Negro ni siquiera se tomó el trabajo de tomarle una prueba a Rodríguez. Apenas le bastó con ver su aspecto físico para emitir sentencia. “Roldán me dijo que era ‘petiso’. Por eso no quedé en San Martín”, cuenta Pulguita sobre una frustrada prueba que podría haber cambiado su futuro, el de San Martín y, por supuesto, el de Atlético. ¿Se imagina alguien si Rodríguez se hubiese calzado la camiseta roja y blanca? ¿Habría conseguido allí los logros que cosechó con la camiseta de Atlético?
Así como Roldán le cerró las puertas del estadio de la Ciudadela, en Atlético a Pulguita casi que lo recibieron con una alfombra.
Roberto Jiménez, por entonces presidente de UTA, era parte de la directiva del Decano. Frustrada su prueba en San Martín, a Jiménez se le ocurrió llevarlo a probarse a Atlético.
Luego de un par de entrenamientos con el primer equipo, Carlos Indio Solari, director técnico que dirigió a la selección de Arabia Saudita en el Mundial de Estados Unidos 1994 y que en ese momento estaba al frente del conjunto de 25 de Mayo y Chile, se quedó impresionado por la habilidad y la contundencia frente al arco de Pulguita. “Si en Atlético no jugué al principio fue porque no estaba inscripto en la lista de buena fe. El Indio me quería sí o sí en el equipo así que al año siguiente (2007) firmé con el club”, cuenta Pulguita sobre cómo nació su romance con el Deca.
Entonces, la chance para pegar el salto futbolístico que tanto anhelaba se concretó. Rodríguez seguía haciendo goles en el campeonato de la Liga tucumana, pero esta vez lo hacía para Atlético.
Apenas seis meses después de la contratación de Atlético el delantero ya jugaba en el primer equipo Decano, que en ese momento competía en el Argentino A.
Bastó que le den la titularidad en el primer partido frente a Desamparados de San Juan para que Pulguita comience a inflar redes contrarias jugando con la celeste y blanca. Han pasado ya nueve años desde ese partido debut. Nueve años de los cuales se alejó de 25 de Mayo y Chile apenas un semestre para jugar en Newell´s Old Boys de Rosario, equipo para el que marcó tres goles en Primera División, pero al que nunca se adaptó.
Si bien Rosario siempre estuvo cerca, no es lo suficiente como para soportar una semana entera sin probar el guiso de arroz con pollo de mamá en Simoca.
Para cuando pegó la vuelta a Tucumán, Rodríguez estaba convencido que su mundo es Atlético y que será, casi con seguridad, la camiseta del Decano la última que usará antes de su retiro como jugador de fútbol. Como lo describe Walter: “Pulguita lo ama al club. Ya se casó, tuvo un hijo (Bautista), tiene 32 años; es muy difícil que quiera irse –de Tucumán-. Tiene un contrato por tres años y un buen arreglo económico. Mi hermano no se va a ir”. Las palabras de Pulga grande son para desechar los rumores que vinculaban a Rodríguez con Talleres de Córdoba hasta agosto. “Pulguita se va a retirar jugando para el Deca”, afirma.
Lo curioso de los hermanos Rodríguez de Simoca, es que todos son futbolistas. Y así como Walter confiaba en las condiciones futbolísticas de Pulguita, Rodríguez está seguro que el talento futbolístico de su familia tiene cuerda para rato. Es que en las inferiores del Decano juegan dos Rodríguez más: Sergio y Alan. Sergio tiene 21 y es mediocampista. Alan tiene 16 y juega de delantero, como Pulguita. “Hace muchos goles”, comenta Walter. “Ese es un crack”, confirma Pulguita.
“¿Alan tiene algún apodo”, pregunto. “Claro”, responde Pulguita. “Le dicen Pulga. Como a todos los Rodríguez de mi familia”. “¿Llegará a jugar en la primera de Atlético?”, indago. “Seguro. Tiene grandes condiciones”, asegura.
Hasta saber si Alan o Sergio lograrán integrar el plantel superior de Atlético, como lo hicieron sus hermanos Walter y Luis Miguel, el camino hasta el momento lo sigue marcando Pulguita, ese changuito que hacía goles a pesar de que debía encoger los dedos de los pies porque los botines que usaba cuando tenía 11 años le quedaban chicos. El adolescente que partió a Europa para asegurarle un futuro a su familia jugando a la pelota, pero casi que tuvo que vivir como un indigente porque no tenía plata para comer y una cama donde dormir. El muchachito que laburó de albañil hasta que un día tuvo ganas nuevamente de calzarse los cortos. El joven que metió 12 goles en tan solo medio tiempo de un partido. El delantero que ganó ascensos consecutivos con Atlético, fue goleador del Nacional B, jugó en la Selección argentina que dirigió Maradona, y que se lesionó feo. El ídolo que quiso retirarse, que volvió a levantarse y se besó el escudo de la camiseta en más de una celebración. El jugador consagrado que prepara sus botines para jugar en la altura de Quito la Copa Libertadores. El crack que siguió haciendo goles, ganó otro ascenso a Primera y que una tarde, para festejar sus 100 goles con la camiseta del Deca, hizo que llovieran 100 pelotas al campo de juego del Monumental.