Bitácora Zeta

Periodistas chismosos

Y así como un médico diagnostica con dolor un cáncer, una maestra le pide al estudiante que resuelva en el pizarrón una suma, una artista plástica se despierta desnuda después de hacer el amor y se para frente al óleo a pintar, así como cada uno hace lo suyo, los periodistas contamos historias.
Y, zapatero a tu zapato, te cuento una que me encanta:

Hace muchos años, en el pueblo de Uquía, en la Quebrada de Humahuaca, hubo un diablo rebelde. En el último día del carnaval, los diablos caminaban hacia el entierro, el momento de la fiesta pagana que pone fin a la celebración y comienzo al llanto. Porque cuando se acaba el carnaval, en la Quebrada se llora. Los diablos caminaban borrachos hacia la montaña, con sus voces cambiadas, vueltas agudas para que nadie los reconozca, pese a sus trajes rojos, lleno de espejos, los dos cuernos y la cola puntiaguda. Todos subían, entre lágrimas y vino. Todos, excepto uno. Uno que se dio vuelta y empezó a caminar marcha abajo, a contramano del carnaval, a contramano de los demás diablos que iban al entierro. Uno de los pobladores se dio cuenta y lo comentó en voz alta. En la cuadra lo miraban preocupados: Todos los diablos deben enterrar el carnaval y guardar sus trajes hasta el año que viene. Sería terrible que el diablo permaneciera en la tierra fuera del carnaval. Y entonces, cuando muchos no sabían qué hacer, sucedió la contra revolución de Uquía. Fue un joven, primero, que arrancó una manzana de los árboles de la vereda, tomó impulso hacia atrás y se la arrojó al diablo que estaba ahí cerquita, a unos 20 metros. El disparo fue certero. Le dio en el pecho. El diablo recibió el impacto y siguió su rumbo sin importarle. Entonces el joven tomó otra, se la arrojó y volvió a pegarle. Pero el diablo no se detenía. Empezaron a insultarlo, el pueblo se indignó y como las palabras no alcanzaron, hombres y mujeres, se colgaron de los árboles y entre todos atacaron a los manzanazos al diablo. Los niños, al ver lo que lo hacían sus padres, hicieron lo mismo. En un momento el diablo cayó al suelo. Alguien levantó la mano y pidió que se detenga el ataque. Se acercó, lo vio de cerca. Este está poseído- dijo- No nos podemos detener. Lo dio vuelta y puso camino hacia arriba. Lo impulsó de un empujón hacia el entierro, se hizo al costado y quedó mirándolo, de la misma manera que se mira un auto que se empujó porque se quedó sin batería. El diablo caminó hacia arriba, haciendo zetas en el suelo, sosteniéndose en el aire, como si le pesaran los hombros. Y en su camino cada vez que se detuvo hasta llegar al entierro, un manzanazo le apuró el paso.

Esta historia, que es verídica claro, la escuché del finado Lino José, que la contó en la casa de su hija, la Nena José, en Volcán, el pórtico maravilloso de la Quebrada. Se la repetí varias veces a su nieta, la Vane.

Cuando la escuché pensé qué hubiera pasado si en ese momento hubiera habido un periodista ahí, el día de la rebelión del diablo. Y supongamos que ese periodista trabajara para un medio local, pongamos un diario de Uquía, algo que lamentablemente no existe. Esta historia, que por maravillosa perdura en la palabra oral, hubiera sido una noticia principal según mi criterio y según el criterio que defendemos en Tucumán Zeta.

Creo que la esencia de un pueblo, de una ciudad, de un país está en las historias de sus residentes. Y en el momento de hacerlas públicas, creo que son necesarios dos métodos: el periodístico y un método callejero. Creo que para eso estamos los periodistas, para contar. Para contar dolores, para contar alegrías, para contar goles, para contar estafas, para contar sueños, para contar la pobreza, para contar la riqueza ¿Estamos, entonces, para ser chismosos? Pese a que algunos colegas les duela esta afirmación, yo creo que sí. Y que necesariamente tiene que ser así, pero con una salvedad.
Únicamente debemos contar chismes que sean ciertos. Ese es nuestro deber. Después, hay lectores para todo, que son libres de leer lo que quieran, que son dueños de cerrar una página si no les gusta, que son dignos de aburrirse si el trabajo del periodista no está bien hecho. Y ahí está el punto clave, el periodismo bien hecho debe ser tan atractivo como un chisme de barrio.

Ya sé, cómo dice el Kilo. Ya sé. Ahora saltarán los señores de la verdad objetiva, los señores que hablan de la información impoluta, de los datos como si fueran ladrillos. Los señores que se olvidan de las personas, editores que piensan más en sus portadas que en la vida y que dicen: “¡Buenísimo!” cuando un cronista les cuenta que en el accidente de la ruta 38 murieron doce tucumanos. Pero volvamos a los chismes, mejor.

“Hay un fusilado que vive”. Tomá ese chisme, verificalo y si sos Rodolfo Walsh hacete un libro, creá un género y hacé que tu nombre perdure como uno de los hombres más valientes que hubo en este país. A eso me refiero, a la tensión de Operación Masacre. A la subjetividad de Walsh. A la investigación de Walsh. A la historia de un fusilado que vive que revela la historia sangrienta de un país, de nuestro país. Y para que se conozca hay que contarla bien.

Lo aburrido no funciona. A nadie le gusta. Si ya tenemos que pelearnos con los diseñadores gráficos que están bien arrechos por poner más espacios blancos en la página y además nuestras palabras tienen que competir con las fotos -cada vez más gigantográficas- ¿podemos darnos el lujo de no contar bien nuestro chisme? No señores, ni señoras. Si no nos esmeramos en contarlo, nadie lo va a leer y vamos a desperdiciar nuestra historia. ¿Qué somos? ¿Tiburones? No, periodistas. Y para que nos lean hacemos nuestro trabajo.

Y nos esmeremos con nuestros chismes. Miremos, espiemos, compartamos, vivamos con nuestras historias. Si podemos, llevemos los títulos a la ducha y dejemos las impresiones de una entrevista bajo la almohada que si tenemos suerte se nos aparecerá en el sueño. Protejamos los detalles en la misma cajita que la abuela guarda las joyas. Y los usemos en la fiesta del párrafo. Le demos tiempo a nuestra historia. En mundo breve de 128 caracteres apurados, amo el periodismo lento y largo. Amo los chismes bien contados.
Y ahora le tapo la boca al que piensa que el morbo, la sangre y la denigración humana son los elementos necesarios para que la gente lea. Esos son los elementos necesarios de los sádicos, de los que tienen mal gusto, de los que tienen otros problemas en sus vidas y por eso les importa un carajo la vida de los demás.

Y ahora le mando un abrazo largo para los buenos colegas. Esos que leí todo el día en Facebook y que hablan de pasión. Muy bien. Qué bello es saberme entre ellos. Y también esos que denuncian las condiciones laborales. Muy bien. Sigamos así. Peleemos por nuestras historias, peleemos por nuestro presente.

Y para cerrar esta carta: sangre, amor, dolor, sonrisas salpican por todos lados. Pero todo le sucede a una persona o a un diablo, en este caso. Y esa tiene que ser nuestra historia. No el morbo; la persona. No la sangre; el dolor. No la denigración; el padecer. No la mentira; el hecho. No bronca; la respuesta de un pueblo.

La historia de esa persona, de su vida. Seamos humanos con estas vidas.

La historia de nuestro país.

La historia de nuestro Tucumán.

La vida del otro, el chisme.

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