Noche de cine con el Mellizo secote

Crónicas de Acá

Noche de cine con el Mellizo secote

Enrique Orellana apaga el celular y se acomoda en una butaca del Espacio Incaa. Empieza «La ciudad de las réplicas», la película protagonizada por todo lo que haya sido duplicado en Famaillá.

 

Algunos testimonios durante la filmación confirmarán más tarde lo que se ve ahora: que es un hombre de pocas palabras y de menos gestos, poco proclive a la risa o, al menos, inmune a la sorpresa, a los gags involuntarios que salpica la pantalla. Es cierto que para Enrique Orellana esto no es un estreno, como sí lo es para la gran mayoría de los que llenan la sala. Él ya ha oído esa chacarera con que arranca la película, ya conoce las historias de los entrevistados, ya sabe que –como si se tratara de otro duplicado- unos subtítulos al filo de la pantalla traducen a un correcto inglés la tonada y los modismos tucumanos.

«La ciudad de las réplicas» no es una novedad para Orellana y, sin embargo, segundos después de iniciada la proyección, el legislador apaga respetuosamente su celular -previo chequeo de Whatsapp-, inclina la cabeza hacia atrás y así atiende, casi impávido, la función completa. Ha sido uno de los últimos en entrar y, algunos tropiezos mediante, se ha abierto lugar hasta su butaca en la fila séptima, en el centro mismo del Espacio Incaa. «Yo quedé fascinada con Famaillá», está diciendo a modo de presentación la tucumana Belina Zavadisca, directora del filme, pero aquí, entre el público, el Mellizo pareciera no oírla, inmerso como está en la cartilla del Festival Tucumán Cine.

Por supuesto, Orellana no necesita que le expliquen que Zavadisca y su equipo han quedado prendados de la autodenominada Capital Nacional de la Empanada. No sólo ya lo sabe: lo da por obvio. ¿Quién se resistiría a una ciudad que ha tomado lo mejor del mundo real y del ficticio -el Vaticano, el Parque Jurásico, el mar Caribe, las galletas de jengibre norteamericanas- y lo hizo propio? Lo que algunos quizás definen como un original y su copia, otros pueden reinterpretarlo como dos versiones de lo mismo que se autosustentan. Quizás por eso, al estreno local de la película que retrata la obsesión de Famaillá por el duplicado, Enrique ha asistido sin su réplica.

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No hay variaciones, casi, en las emociones que transmite Orellana en los 60 minutos de proyección. La película no ha sido concebida como una comedia -podría describirse como un documental con pizcas de ficción-, pero varios de sus diálogos y escenas mueven a la risa espontánea, que a veces es murmullo aislado y otras, carcajada acompañada de aplausos.

Enrique, sin embargo, concede sonrisas contadas. No se inmuta, por ejemplo, cuando las imágenes de una fiesta patria muestran a un chihuahua con frac y galera frente al Cabildo vernáculo; le resulta natural el Bugs Bunny desvaído que saluda al público durante el desfile navideño que organiza la Municipalidad; tampoco encuentra gracioso, como sí los espectadores, que su hermano José al supervisar un nuevo conjunto de réplicas haga acotaciones como «lo veo cabezón al perro este».

A veces parece tentarse más con las reacciones del público que con la película misma. Sucede en los momentos más festejados, como cuando José relata que se inició en el clientelismo repartiendo los regalos de casamiento de Enrique, o como cuando las empanaderas campeonas aceptan ser comparadas con sus propias estatuas. Su seriedad se debe más a una condición de su carácter que a un ánimo coyuntural: los entrevistados lo describen como el mellizo “serio y ejecutor”, mientras que José es “simpático y gremialista”. “Pasa que siempre hay entre los hermanos uno que es tímido y otro más abierto –admitirá él, después-. Yo soy un poco secote, como dicen, pero quienes me conocen saben que estoy comprometido con la lucha, con la fe y con el cargo que he obtenido gracias a la gente”.

Como sea, cada vez que una carcajada general revuelve al público, aquella trillada chanza que distingue entre quienes se ríen “de” y quienes se ríen “con” se hace añicos en la impasibilidad de Orellana. En ningún momento, desde que el filme fue estrenado en el Bafici con similares repercusiones, los Mellizos han evaluado burlistas esas risas; en cambio, leen en ellas simpatía y apoyo masivo a su gestión. “Creo que recién ahora tomo conciencia de lo que hemos provocado, de lo que hicimos en nuestro pueblo. ¿Cuál es la parte que más me emocionó? La que muestra las obras porque sé el esfuerzo que nos costó realizarlas”.

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Lejos está “La ciudad de las réplicas” de ser una propaganda de gestión, aunque la inercia política de los Orellana se obstine en asimilarla y aprovecharla como tal. Tampoco cede al lugar común de caricaturizar la oferta múltiple de Famaillá o de exacerbar las cualidades extraordinarias de su obra pública y de las mentes detrás de ella. Zavadisca simplemente muestra, asume que no hacen falta intérpretes ante tal torrente de hechos, testimonios y escenarios que hablan por sí mismos. Su intervención como autora está dada a partir de sutilezas: cierta música de fondo, un paneo sobre algunos elementos de decoración, la rienda suelta a algunos diálogos.

Tan invisible se hace el equipo que, de repente, el público se ve metido dentro de la casa en que los Orellana reciben a los vecinos; atienden sus pedidos de dinero, de materiales o de favores, y los despiden con una palmada de hombros que ratifica lo exitoso de la gestión. El clientelismo no sólo está exhibido en su práctica sino que los propios hermanos lo admiten en una charla en que lo definen como una práctica bastante anterior a su entrada en la política, y en la que describen con naturalidad su alternancia en los cargos de legislador e intendente como un “tomala vos, dámela a mí”.

 

Enrique parece ajeno a todo eso cuando, aceptando la invitación de alguien del público, se para al frente de la sala y toma el micrófono. Dispara edulcorados elogios al filme y a su directora, en cuya “entrega total” admite haber reparado. Más tarde, comparará el esfuerzo del equipo en la búsqueda de recursos con una receta de cocina: “es como una tortilla de papas para la que tenés seis huevos. Si la querés sacar más grande, necesitás 12 huevos y dos kilos de papas en vez de uno, porque tiene que ser más linda y serán más los invitados. Y a esta película le pusieron mucha papa y huevo”, razona.

Ya más centrado en las réplicas a las que alude la producción, Enrique admite que han hecho de Famaillá “un lugar que no se puede creer”, pero también aclara que de otra manera esa ciudad jamás hubiera llamado la atención de tantos turistas. “Llevar visitantes a Tafí del Valle, cualquiera. Llevarlos a Famaillá era más difícil que hacer gárgaras boca abajo, y sin embargo lo hicimos –dice,  y luego se enreda al citar la definición del turismo como una industria sin chimeneas-. Hoy Famaillá es una pequeña chimenea que da un poquito de humo”.

Hacia el final volverá a dejarse arrastrar por la corriente del discurso político (en el sí se permite más sonrisas y carisma), distribuirá más palmadas, ponderará de nuevo el talento y el trabajo de Zavadisca. “A veces pareciera que tenemos sueños de locos, pero hay que hacer el esfuerzo de llevarlos a cabo porque lo que queda en el anonimato no sirve”, reflexiona, aunque ya no pueda saberse si sigue hablando de la directora o ha empezado a referirse a sí mismo.

 

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