La revelación de Los Dueños

Crónicas de Acá

La revelación de Los Dueños

Todavía no se estrenó en Tucumán, pero después de ganar en Cannes la película escrita y dirigida por la dupla Toscano-Radusky ya está de gira por el mundo. Los actores de un sueño construido bajo la fidelidad y la confianza en su trabajo.

Volvía del ensayo de una obra de teatro. Había caminado unas cuadras hasta conseguir un taxi. Era casi medianoche. Sabía que en su casa iba a estar su mujer y que él iba a repetir esos gestos que se le hicieron costumbre. Entró al living. Encendió el televisor y la computadora. Se acercó a su esposa, la besó y se sentó en el sillón marrón que compraron después de casarse para disfrutar sus quince minutos de relax. Cuando revisó el celular, vio una lista de llamadas perdidas. Agustín Toscano había estado tratando de ubicarlo. Estaba por marcar su número cuando el teléfono sonó: “Negro culiao, sos un groso. No sé qué cara hiciste, no sé qué gesto, pero convenciste a los jurados. Estamos en Cannes Negro puto, mañana asado, mañana asado. Chau”.

Sergio Prina, El Negro, es uno de los protagonistas de la película Los Dueños. Comenzó a meterse en el teatro a fines de los ´90, cuando cursó un taller de actuación que todavía hoy dicta Raúl Reyes. En esa pequeña sala del Círculo de la Prensa comenzó una carrera que lo llevó por los escenarios del teatro independiente y del teatro estable de Tucumán. Pero tuvo que esperar hasta 2009, cuando La Verdadera Historia de Antonio ganó la XXV Fiesta Provincial del Teatro, para que su trabajo fuera reconocido por los jurados; aunque, en el ambiente, ya se hablaba de su talento. Esa obra, fue la última que Toscano y Ezequiel Radusky dirigieron antes de comenzar a escribir el libreto de Los Dueños. Una historia que comenzó siendo escrita como obra de teatro y que terminó quedándose con una mención especial en la 52° Semana de la Crítica del Festival de Cannes 2013.

El largometraje se filmó en noviembre de 2012 en una finca del interior de Famaillá. Y apenas cinco meses después, quedaba seleccionada entre 1.200 películas de todo el mundo para participar de este certamen que impulsó la carrera del creador de Amores Perros, el mexicano Alejandro González Iñárritu y la del coreano Wong Kar-Wai, ese director que a fuerza de vestuarios y música supo construir la melancolía del paso del tiempo en In the Mood for Love. La sorpresa fue inmensa, porque el sólo hecho de entrar en esa selección significaba que Cannes -el festival de cine más importante del mundo después de la premiación de los Oscar- había destacado una creación íntegramente tucumana.

Charles Tesson es un crítico e historiador francés que fue uno de los columnistas destacados de la revista Cahiers du Cinéma. Este año, por segunda vez consecutiva, estuvo a cargo de la dirección de esta sección paralela del Festival de Cannes, creada en 1962 por el Sindicato de la crítica de Francia. La idea de esta competencia es descubrir y afianzar el camino artístico de los nuevos creadores y es considerada la marquesina de lo mejor del cine de los jóvenes realizadores porque, en este certamen, sólo ingresan operas primas o segundas películas. Es decir que, para tirar la precisa, en esta vidriera no entra cualquiera.

Cuando El Negro Prina se enteró de que habían sido seleccionados para participar en Cannes, estaba solo. Había salido hasta el balcón de su apartamento para tener una mejor señal en su teléfono y desde ahí podía ver la ochava de Italia y 25 de Mayo, esquina que está cubierta de grafitis que alientan el fanatismo por el decano, el club que pinta de celeste y blanco las paredes del barrio. Comenzó a gritar. Su emoción hizo asustar a su mujer que fue hacia donde él estaba para ver qué le pasaba. Pero cuando se enteró de la noticia, ella también empezó a gritar y a saltar hasta que los vecinos salieron para ver qué era lo que les pasaba.

El cronograma estaba marcado. Parecía un imposible pero la programación francesa no dejaba dudas. Una película tucumana competiría con otras seis operas primas para llevarse el premio que otorga este certamen oficial del Festival de Cannes. Sus contendientes provenían de Italia, Canadá, India, Irlanda, Rusia y Francia. Al final de la cuarta semana de mayo el reconocimiento quedó en manos de la creación franco-italiana Salvo. Un film que relata la vida de un asesino de la mafia en Palermo. Pero entre los críticos había rumores de que podía haber una sorpresa y esos rumores se convirtieron en la mención especial que le otorgaron a la película escrita y dirigida por Toscano y Radusky, un reconocimiento que nunca antes se había otorgado en este certamen.

Antes de esta película, Gerardo Vallejo había sido el único director de cine de Tucumán en ser reconocido internacionalmente. Pero ya habían pasado 45 años desde que había filmado El Camino Hacia la Muerte del Viejo Reales. Un documental que se entrecruzaba con la ficción para relatar la vida de una familia de cuatro cañeros hundidos en la pobreza. Producción que recibió el premio principal del Festival de Mannheim-Heidelberg en 1971, en Alemania.

Los Dueños narra la historia de un imposible. La dueña de una finca, una porteña que regresa a la propiedad de sus padres, fija su mirada sobre la oscura piel de un peón. Sergio, el protagonista, no sabe qué onda. Se resiste. No quiere que se metan en su terreno. Con sus padres ha invadido las camas en las que antes dormían sus patrones, pero se siente incómodo ante las curvas de esa mujer que lo busca para tratar de seducirlo. Él la esquiva, pero ella insiste. El desenlace de esta relación se ganó la aprobación de Cannes. Pero en Tucumán esa conclusión se conocerá recién en octubre, cuando la película sea parte de la programación de la octava edición del festival Gerardo Vallejo.

Al día siguiente de enterarse de que la película que había protagonizado iba a participar de la misma competencia en la que se consagró al director italiano Bernardo Bertolucci, Prina disfrutó del asado que se hizo en la terraza de la casa de Radusky. Todavía no habían ganado nada, pero la felicidad ya era tal que entre bocados de vacío y costilla se lloraba alegría y se comía.

La chimenea del asador puede verse desde la calle. La terraza tiene una tapia baja que apenas supera la altura de la cintura. Ocho columnas verdes tienen incrustados los hierros de una verja roja que rodea todo ese espacio abierto al aire libre. Ese es el lugar en el que se hizo el asado. La casa está ubicada en el pasaje Salguero, ese que los taxistas conocen como el pasaje del decano. La cuadra desemboca en la calle Bolivia donde se levanta una de las tribunas de la cancha de Atlético Tucumán. En la vereda, debajo de esa popular pintada de celeste y blanco -hace 25 años- se organiza todos los jueves una feria en la que se puede comer asado y comprar ropa a precios que se ajustan a la economía del bolsillo.

Llego al pasaje. Los directores ya me están esperando. Es jueves 20 de junio. Es de noche y hace frío. El invierno era una estación prácticamente olvidada para los tucumanos, pero en este 2013 la temperatura se dignó a bajar durante varias semanas. Para entrar habrá que mandar un mensaje de texto porque el timbre no funciona. Radusky abre la puerta y un perro pequeño escapa hacia la calle. Es Cachito, la mascota de la casa. Tiene un pelaje blanco con manchas irregulares marrones y negras. Lo llaman pero se resiste a obedecer. Olfatea un árbol, se pierde entre dos autos que están estacionados hasta que decide volver. Subimos al primer piso por una escalera angosta. Al abrir la puerta del apartamento me encuentro con una habitación amplia que casi no tiene muebles. Una de las paredes está cubierta por un cuadro que la cubre casi por completo. Es un paño marrón claro el que, con trazos negros, se pintó una estampida de toros. La luz es tenue pero ilumina todo el espacio. Estoy conociendo el lugar en el que por primera vez se ensayaron las escenas de Los Dueños. Esta es la casa donde todo comenzó. Aquí fue donde estos creadores que surgieron en el teatro tucumano adaptaron las ideas que iban a trabajar con los actores de la obra Los Dueños en un guión de cine. Cuando decidieron dar ese salto se pasaron dos semanas metidos en las habitaciones de estas paredes antiguas dándole forma a un proyecto que terminaría ganando el concurso nacional de óperas primas del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa), en abril de 2010

Seguimos caminando por la casa y abrimos una puerta que nos comunica con la cocina. Saludo al otro director y los tres nos sentamos alrededor de una mesa sobre la que hay una botella de vidrio con agua y tres platos. Mientras cenamos una sopa de verduras comienzan a contarme como trabajaron para hacer la película. Después de ganar el concurso del Incaa fueron poseídos por una angustia y una ansiedad tal, que piensan que debe tener algún tipo de definición en la psicología. Todo el tiempo pensaban que el rodaje iba a comenzar al día siguiente. Consumidos por esa idea viajaron a Buenos Aires para reunirse con los directivos de Rizoma, la productora que es propietaria de un porcentaje de la película. Al llegar a la empresa nadie comprendía su desesperación. Pero los llevaron a recorrer los estudios y les presentaron a algunos de los técnicos que iban a trabajar con ellos. Después los sentaron y les dijeron que los fondos para la película iban a salir recién en tres años, así que se suspendía todo hasta 2011 pero el almanaque apenas había dejado atrás a julio de 2010.
No es sencillo seguirles el ritmo. Hablan los dos a la vez y tratan de explicar lo que vivieron en estos tres años. Con una computadora pondrán música en toda la entrevista. Escuchamos de todo hasta que coincidimos en lo bien que suena El Mató, esa banda indie de La Plata. Rodrigo Moreno es a uno de los primeros que destacan. Él fue el tutor que Rizoma les asignó para ayudarlos a comprender el lenguaje del cine. Moreno es un realizador destacado del cine argentino que -en 2006- ganó el premio al mejor guión en el Festival de Berlín por la película El Custodio, que interpretó Hugo Chávez. Con él armaron y desarmaron el guión de Los Dueños que después de haber sido reescrito 13 veces quedó listo para comenzar a rodar. O al menos eso era lo que creían.

El director de arte de la película fue el uruguayo Gonzalo Delgado que también se había ocupado del arte en El Custodio. Pero con él había ocurrido algo particular. Nunca le había llegado el último guión que escribieron con Moreno. Sólo había recibido el primer libreto, ese que enviaron al concurso del Incaa. Delgado vino a Tucumán dos meses antes de comenzar el rodaje. Quería conocer el lugar a los actores tucumanos con los que iba a trabajar. Al reunirse con los directores, les hizo una crítica fundamental. Les dijo que después de tanto reescribir contaban tantas cosas que la historia aburría por todos lados. En el camino de las reiteradas reescrituras habían perdido demasiado. El primer libreto era muy divertido. Los personajes explicaban todo y se podía ver el trabajo de dos teatreros escribiendo un guión de cine. Por eso les propuso retomar ese primer libreto y cruzarlo con el último. Tuvieron que ponerse a escribir todo de nuevo. Pero en ese reencontrarse con el primer guión, volvieron a enamorarse de esos personajes que habían imaginado. De esa última reescritura, surgió el argumento con el que se filmó la película.

A lo largo de la charla se puede ver un poco de la manera en la que trabajan. Centran su atención en aspectos diferentes. Tienen puntos en los que coinciden y otros en los que piensan distinto. Pero construyen una dinámica que les funciona. “No es sencillo trabajar de a dos. Está todo bien con laburar entre dos. Está muy bueno, pero también te das cuenta que no esta taaan bueno”, reconoce Radusky.

Toscano y Radusky se conocieron cuando eran niños y se hicieron amigos. Los dos sobrepasan el metro ochenta y son dueños de un estilo propio tanto para vestirse como para construir estéticas. Fueron compañeros de primaria y secundaria en el Gymnasium y entraron juntos a la Facultad de Artes para estudiar teatro. Pueden invitarte a su casa a comer o a compartir un vino, tanto como establecer un gélido diálogo. Hacen y mueren en la suya y no se preocupan demasiado por generar onda con los demás. Pueden ser ásperos en sus opiniones y plantear una distancia entre ellos y el resto. Pero valoran la sinceridad como un ingrediente imprescindible para establecer una conversación directa en la que intentan descubrir a la persona que tienen enfrente de ellos. Quizás por eso suman detractores. Sin embargo, no son desagradables. Simplemente hablan en un lenguaje codificado que se ajusta a su profesión y a su manera de ver la vida.

El rodaje duró cinco semanas y, en el sistema de trabajo que tienen, buscan sumar opiniones de todos los que participan en el proyecto. Sin plantear debates gigantes, porque se convertiría en algo incontrolable, pero sí respetando los distintos puntos de vista. Pero hay algunos que no se adaptan a esa onda y, cuando eso ocurre, no trabajan con ellos. En la película hubo una asistente que decidió bajarse porque no se acopló a ese sistema que admiten, no es sencillo. “Buscamos que las personas que están con nosotros entren en una dinámica de trabajo en la que puedan tomarse un momento para descansar, pero eso es difícil de entender en el cine”, explica Toscano.

Cuando un actor sube al escenario nunca está solo. Siempre está con el otro, con el espacio o con él mismo. De ahí surge la certeza de que la construcción del espacio escénico define muchos detalles. Saber en qué lugar y circunstancia está parado le permite al actor armar la materialidad escénica que después llega al espectador. En ese proceso creativo, Delgado fue un cimiento para el rodaje. O “el tercer director”, como lo bautizaron los dos escritores tucumanos. “Cuál es el problema de que alguien resuelva lo que vos no podes hacer. Para nosotros el director de arte fue muy importante. Él explicaba todo. No sólo porque había construido el espacio sino porque nos explicaba, a los actores y a nosotros, como debían entrar al cuadro los personajes. Somos teatreros. No sabíamos un pingo. Estudié cine pero igual no sabía nada”, agrega Toscano.

A pesar que todavía no se pudo ver la película. En el ambiente teatral del que provienen la alegría es generalizada. Todos los conocen y saben que no son unos improvisados que tuvieron suerte. Su carrera se forjó peldaño a peldaño. Trabajan todo el tiempo para lo que hacen y eso se respeta. Ese cariño se tradujo en las múltiples felicitaciones que recibieron de los colegas y de las personas con las que se cruzaron. En la película trabajaron 40 personas y la mayoría es de Tucumán. Algo que no ocurría en muchísimo tiempo. Cachito, el perro, ha estado jugando durante casi toda la entrevista. Pero cuando apago el grabador, lo veo que se ha quedado dormido sobre las piernas de Radusky.

Ubicar a Liliana Juarez, la otra protagonista de la película, no fue tarea sencilla. Horarios cruzados, ensayos de por medio y su trabajo en la Dirección General de Rentas le impidieron compartir la picada que compartimos con Prina y los directores. Esa reunión en la que El negro contó que para muchas de las bromas que le hace en la película a Germán de Silva, su padre en la ficción, se inspiró en las burlas que, junto con su hermana, le hacía a su hermano mayor. Después de decir eso nos habíamos quedado en silencio porque nos dijo que nunca antes había contado eso.

Finalmente nos encontramos en el Centro Cultural Virla. Nos saludamos y nos sentamos en el bar que está en la antesala del auditorio. Hay una muestra de muñecas peponas que estuvo colgada hasta el 27 de julio. Un grupo de niños juega mientras hace un taller de artes plásticas. La Lili lleva puesto un pullover tejido color verde manzana y, antes que nada, me cuenta que tiene el cabello corto porque se lo tuvo que cortar para hacer la película. Tiene que entrar al ensayo de una obra que está haciendo ahora y no tenemos mucho tiempo. Vamos a hablar de Cannes.

Para los directores viajar a Francia fue una experiencia increíble. Pero reconocen que en ese contexto de alfombra roja no los conocía nadie. Por eso se concentraron en las reuniones en los bares que frecuenta el ambiente del cine. En esas mesas es donde de verdad se hacen las películas. Directores, actores, técnicos y realizadores se mezclan e imaginan proyectos que después se ven en la pantalla grande. Atesoran ese momento como algo único que pudieron disfrutar con sus familias. Pero como ya están trabajando en su nueva película, prefieren concentrarse en el presente. Es por eso que la magia de lo vivido no aparece hasta que ella la evoca.

Las emociones comenzaron desde el primer día que pisó tierra francesa. Se hospedó en un hotel de Mandelieu, una localidad que se parece a Villa Nougués y que está ubicada a una distancia similar a la que separa a Tafí Viejo de San miguel de Tucumán. Es una amante de las bromas y siempre lleva una ironía bajo el brazo para tratar de hacer reír a quien se le acerca. En Rentas la conocen por eso. Por eso Toscano y Radusky le pidieron que intentará mantenerse lo más seria posible durante el certamen, pero desde el primer dí una fama inesperada la hizo sobresalir sin que necesitara lanzar un chiste.

Al llegar a Cannes Charles Tesson, el director de la Semana de la Crítica la saludó como si la conociera de siempre. Con una inconfundible tonada francesa le dijo: “Liliana de Tucumán”. No entendía nada. Pensaba que era una broma y se preguntaba si era alguna persona de Buenos Aires al que le habían dicho que ella iba a viajar. Lo saludó y después le explicaron que su cara ya era conocida porque aparecía en todos los afiches que promocionaban el estreno. Sin pensarlo, se había convertido en la actriz más famosa de la película. Incluso por arriba de la estrella de Rosario Bléfari, la artista que representa a la mujer que busca enamorar al personaje de El Negro Prina. “Le sorprendió que haya viajado desde Tucumán, que está del otro lado del mundo para estar en la competencia”.

El estreno del 20 de Mayo fue otro momento épico. Junto con los productores y directores subió al escenario para presentar la película. Hablaron todos y aunque ella se desesperaba por hablar pensaba en lo que le habían dicho. Tenía que mantener la sobriedad, pero Tesson volvió a ponerla en juego. Después de escuchar todos los agradecimientos le preguntó a Toscano si ella no iba a hablar. Le pasaron el micrófono y sin dudar se despachó con las cuatro líneas de un saludo en francés que se había aprendido antes de viajar. Sorprendió a todos y coronó esos segundos con el resonante “Bonjour” con el que se despidió del escenario. ¿El nacimiento de una estrella?
Pero las alegrías no terminaron ahí porque, para su sorpresa, hubo espectadores que la felicitaron por su actuación y quisieron que posara con ellos para tomarse una foto. “Era como un sueño mágico”, recuerda. Pero el recuerdo que más atesora es cuando con todos los invitados del certamen, caminó por la alfombra roja para entrar al Palacio de Cannes. Es una caminata sincronizada al milímetro. No se puede ir ni más lento ni más rápido de lo indicado. Ese día cumplía 52, la misma medida de tiempo que tiene el certamen. Y para sus adentros está convencida de que fue el mejor cumpleaños que le organizó su madre que murió en el verano.

Estaba viviendo un sueño que alcanzó gracias a la ayuda de los amigos que tiene en su trabajo que hicieron una rifa en la que el ganador se llevaba $ 1.000 para juntar el dinero que necesitaba para viajar. Recibió cariño de todas partes y supo disfrutar de ese gesto de amabilidad. Al avanzar la estadía de los quince días que estuvo en Mandelieu comenzaron a reconocerla y llamarla: “vedette”. Esa fue la coronación de las cinco semanas de rodaje que compartió con su ficticio esposo, Germán de Silva, tiempo que les alcanzó para contarse sus vidas. “Los dos empezamos a hacer teatro cuando ya éramos grandes por un consejo del sicólogo para superar la depresión de nuestros divorcios. Él es una gran persona y nos hicimos amigos”.

El único de los cuatro que no viajó fue El Negro Prina. No le cerraban los números y prefirió quedarse en Tucumán porque está convencido de que todo lo que conmueve de Los Dueños, se concentra en los años que pasaron ensayando en la casa de Radusky. Estamos en el living en el que aquella noche de abril recibió la noticia de que la película en la que había actuado se iba de gira mundial. Esta el sillón marrón, el televisor y la computadora. Hay una mesa ratona con un vidrio turquesa y una repisa negra en la que tiene los pequeños juguetes viejos que colecciona. Las luces están cubiertas por lámparas hechas con alambre y piedras de fantasía que él mismo construyó. Compartimos una gaseosa mientras me cuenta que en el acto por el día del Himno Nacional “El Colorao” Amaya, el intendente de la capital, lo felicitó por el éxito de la película. Ese día estaba poniendo el sonido para la ceremonia que se hizo en la Casa Histórica. “Irme hubiera sido alucinante, más que nada para compartir esa experiencia con los chicos con los que compartí tantas cosas lindas. Pero yo alquilo, Charly, y tengo que seguir generando plata”.

La primera vez que se vio en un noticiero en la televisión no tuvo tiempo de llamar a nadie. Los treinta segundos que duró la noticia sólo le permitieron sorprenderse al ver su cara en la tele. La alegría lo desborda. La película le encanta y aunque comparte con los directores la idea de que no sabe cómo reaccionará el público tucumano cuando la vea, sabe que está muy bien contada y actuada. “Hemos hecho esta película pensando en que nos tenía que gustar a nosotros. Es imposible medir cómo reaccionará el público. Y en ese sentido me parece que uno tiene que ser lo más fiel a uno mismo. Uno tiene que ser el mejor juez de su producción”.

Como el resto de sus compañeros, Prina sigue trabajando en otra actividad para mantenerse y también vivió situaciones impensadas. Como cuando después de ganar la mención en Cannes, lo llamaron por teléfono para ofrecerle $ 300 para disfrazarse de duende en una fiesta de quince. O como cuando Ramón, el verdulero del barrio le dijo: “ahí está mi amigo… había sabido ser actor usted”. Y le regaló medio zapallo.

 

Sugerencias

Newsletter