La redacción de Tucumán Zeta se volvió aula

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La redacción de Tucumán Zeta se volvió aula

Relatoría de Ana María Chehin del primer encuentro del Taller de periodismo narrativo, crónicas y perfiles de Tucumán Zeta realizado el viernes 11 de noviembre en la Asociación de Prensa de Tucumán.

Relatoría: “Taller de periodismo narrativo, crónicas y perfiles”
Convoca: Tucumán Zeta
Maestros: Exequiel Svetliza, Bruno Cirnigliaro, Pedro Noli, Diego Aráoz
Relatora: Ana María Chehin

Primer Encuentro
A Juan Luis le gusta escribir cuentos, notas políticas, a veces colabora con Agenda Uno, quiere aprender a escribir relatos cortos; Melisa es comunicadora social y confiesa que viene por curiosidad; Maximiliano estudia comunicación; Camila es periodista deportiva y estudia letras; Luis cuenta que está a punto de recibirse también de periodista; Nicolás vino de Santiago del Estero, trabaja para Subida de Línea, Facundo es estudiante de periodismo deportivo, recién empieza, más tarde se suman Maxi y Diego. Todos tienen en común el interés por deshilvanar la trama poderosa del periodismo narrativo para urdirla otra vez en los propios textos.

La propuesta es escribir, más específicamente, acompañar el proceso de producción de una crónica de al menos 650 palabras. El objetivo es trabajarla durante el taller. Pedro Noli dice que Tucumán Zeta es una aventura hermosa y que la revista se caracteriza por un espíritu colaborativo. Con esta premisa la redacción de TZ se vuelve aula.

Un cuento que es de verdad
La escritura es la última parte del proceso de la crónica, la idea es ver durante este taller todas sus etapas. Bruno Cirnigliaro dice que la primera, -motivo de este encuentro- está signada por la decisión de qué escribir. Antes de entrar de lleno en ello propone consensuar qué se entiende por periodismo narrativo. Plantea construir una definición entre todos, la idea de la construcción colectiva está siempre presente para Tucumán Zeta. Luis dice que el periodismo narrativo rompe el día a día; Pedro aporta que no está regido por una agenda noticiosa sino que busca una vuelta de tuerca. Me suena a algo real -dice Juan Luis- contar algo con más carne, con los pies en la tierra- y le suena bien. Exequiel Svetliza habla de la perdurabilidad de un relato que no se agota en el hecho noticioso. Cita a Operación Masacre (1957), un texto presente que no ha perdido su fuerza. Bruno insiste en el modo en que la literatura le presta herramientas a la crónica, pero que nunca jamás puede traicionar “la verdad”, aunque esa verdad es siempre subjetiva, aclara Exequiel. Se trata de un relato subjetivo y su base es la honestidad. Pedro completa la idea: hay un yo que no puede traicionar al lector ni a sí mismo. La cita de García Márquez es ineludible “la crónica es un cuento que es verdad”.

Limitaciones
Alguien pregunta por el límite de la crónica, por su extensión. Se pregunta si se leen textos de largo aliento. La batalla es esa, contestan a coro los cronistas: no hay límites. El desafío es hacer un producto que se deje leer.
¿La crónica se trata sobre personajes o sobre lugares o sobre hechos? Los lugares no hablan, no realizan acciones. Siempre el personaje es importante; el lugar está atravesado por las acciones de las personas que lo habitan, en coincidencia con los planteos de Michel De Certeau.

Miguel Ángel Bastenier refiere a la crónica como blanco móvil. A través de esta alegoría compara al periodista con el cazador que “ayudado por su intuición, tendrá en el blanco móvil la mejor oportunidad de cumplir con los mejores delirios de la profesión” pero debe perseguir esa historia que se mueve constantemente. La crónica tiene limitaciones que no tiene la ficción. Es necesario e inevitable desgrabar ocho horas de entrevista. La referencia a Leila Guerriero llega justa: cuando está escribiendo un perfil se vuelve especialista en esa persona.

Operación Masacre regresa otra vez a la discusión. La escena del fusilamiento fallido sirve para ilustrar la diferencia entre el periodismo narrativo y el periodismo de agenda. Camila se engancha y pregunta cuál es el límite para reconstruir una escena en la que no se estuvo. Por un lado, constatar la fuente y por otro el arte de narrar, el trabajo con el lenguaje que permite construir o, en según el caso, reconstruir. El gran problema es cómo representar la realidad. En esos bordes está la riqueza de la crónica, el juego verbal, contar lo que a veces parece increíble o bien, desafía la lógica de la realidad. La escena inicial de “Matamos a Tarrín” [1] sirve para ilustrar este tema.

Bruno hace una salvedad: “somos todo” y deja sentada su posición sobre todos los roles que el periodista debe cumplir: antropólogo, sociólogo, etc. El reto está en hacerse invisible como propone Tomás Eloy Martínez, es decir, compartir con el personaje de tal manera que al cabo de un tiempo el cronista se vuelva imperceptible.

El cronista no es un mero transmisor de información, tiene que desentrañar la historia, sus personajes. Tiene que estar atento. La ética es un tema central. También debe decidir cuál es el límite de lo que dice, en especial sobre los personajes.

El trabajo propiamente dicho
La modalidad de trabajo consiste en simular la mesa redacción de Tucumán Zeta.

1. La elección del tema
La pregunta inevitable es cómo. A veces el tema te elije a vos, a veces se trabaja con el residuo de un diario, el género brinda muchas posibilidades. A veces la historia está donde fuimos a buscar otras. La historia particular de una persona representa todo un drama humano, Tomás Eloy Martínez resuena otra vez. El personaje puede ser una excusa para contar toda una serie de cosas. Es importante la pregunta ¿de qué hablamos cuando hablamos de?. La crónica “El hombre que cae” [2] de Tom Junod es una excusa para contar la tragedia de las torres gemelas. Leila Guerriero en Una historia sencilla (2013) demuestra cómo lo más difícil es contar algo que no es extraordinario. No existe un único criterio para elegir qué contar: puede que el tema te erice la piel, o que emerja del deseo de escribir sobre lo que genera curiosidad. Se cuenta sobre lo que se conoce o sobre lo que es absolutamente desconocido. Ambas posibilidades son válidas.

Cuando la decisión está tomada, entonces se puede elucubrar cuáles serían las fuentes; quién podría contar esa historia, en definitiva, pensar en la práctica.

El ejercicio está en marcha. Fluyen los temas, los personajes, las anécdotas, las limitaciones y posibilidades. Todos aportan en mayor o menor medida. Mientras tanto, se cuelan algunas ideas sobre el trabajo propiamente dicho. La entrevista es una instancia crucial. Es, dice Exequiel, una confesión laica. Hay que llegar a la situación en la que el personaje le cuente al cronista lo que no le contó a nadie. En la medida de lo posible, tratar de buscar un espacio de intimidad. La casa puede ser clave: los objetos, las fotos, los muebles, los olores, todo tiene algo para decir.
El desafío: ganarle al prejuicio. Nadie es completamente bueno ni malo. Alguien sugiere la crónica de Caparrós sobre Videla [3] y la de Leila Guerriero sobre Jorge González “El gigante que quiso ser grande” [4].

De pronto todos los participantes empiezan a relajarse y la mesa de redacción toma forma, se intercambian opiniones, todos contribuyen con experiencias y textos que invitan a leer y a escribir. Cada quién va encontrando su rumbo.

Los temas ya están sobre la mesa.

Consejos básicos:
– Contactar con la fuente y decir cuál es la intención.
– Advertir que se está grabando la entrevista (si se graba).
– Hacer preguntas obvias aunque sean obvias (la fichita policial).
– Una posibilidad es preguntar sobre un día, la idea es enfocar en una cosa precisa.
– Honestidad ante todo.
– Mirar al entrevistado, observar los gestos (muchas veces eso cambia el sentido).
– Estar atento a lo que no registra el grabador (perfumes, ruidos, el entorno).
– Lean. Uno aprende leyendo.

Una cita de Hiroshima de John Hersey cierra la jornada. Invita a leer, a pensar, a escribir, a cronicar.

Se cierra el telón.

[Notas]

[1] “En esa esquina, asentaron con respetuosa ceremonia el cajón para que Tarrín se despidiera de su barrio. Cumplida la humilde liturgia, la procesión se propuso continuar con el recorrido, pero no fue fácil despegar el féretro del suelo. El cajón se volvió repentinamente mucho más pesado, tanto que levantarlo requirió del esfuerzo de seis pares de brazos. “Fue como si él no se quisiera ir de ahí”, me dice Doña Carmela, una vecina, alimentando el mito. Y me dice también que no se va a ir nunca, hasta que se haga justicia por su asesinato. Que se va a quedar ahí para protegerlos.” http://tucumanzeta.com.ar/matamos-a-tarrin/

[2] http://bicentenario.fnpi.org/meteriales/el_hombre_que_cae.pdf

[3] “Videla Gym” http://blogs.elpais.com/pamplinas/2013/05/muerte-de-un-asesino.html

[4] http://elpais.com/diario/2007/02/16/eps/1171610810_850215.html

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