La decisión de Lourdes

Crónicas

La decisión de Lourdes

Cómo es hacerse un aborto con misoprostol en la clandestinidad. El relato crudo de una experiencia íntima y dolorosa.

Lourdes está desnuda en la bañera bajo la ducha caliente de una casa en Posadas, Misiones. Al principio su posición es fetal. Luego se retuerce y prueba boca abajo mientras el agua no deja de caer. Con la cortina corrida del baño, al lado suyo y agachada, mojándose los brazos y las manos, Amanda la acompaña. Y le habla bajo mientras la sujeta, intentando calmarla.

Es el mediodía infernal del domingo 18 de marzo. Hacen 35° y Lourdes acaba de colocarse la primera dosis de misoprostol, el medicamento que produce contracciones en el útero para provocar el aborto. Son tres dosis de cuatro pastillas juntas, cada una del tamaño de un Qura Plus. Lourdes las introdujo en su cuerpo por la vagina, acostada en la cama con las piernas arriba y apoyadas en la pared durante una hora, una hora formando la L de Lourdes. No lo hizo por la boca por temor al vómito.

«Lo iba a hacer vía oral, por la boca, porque me parecía más seguro ver que la pastilla ingresaba. A través de la vía vaginal no sabés si te la ponés bien», le explica Lourdes a Ximena, su amiga en Tucumán, en uno de los mensajes de whatsapp que le envía ese mediodía. En otro mensaje le cuenta que se colocó las primeras cuatro pastillas después de comer una riquísima tarta de pollo y puerro que Amanda cocinó. Y que junto a Amanda, en Misiones, pusieron Mi gran casamiento griego 2, la simpática secuela de la exitosa comedia donde la protagonista, efectivamente griega, atiende el restorán familiar a la espera de su, en términos de Hollywood, príncipe azul.

Lourdes y Amanda se habían tomado su tiempo la noche anterior para elegir la película que verían este domingo al mediodía. Habían definido el título mientras comían pizza: «Amanda quería que me ría». Reírse, o al menos sonreír, mientras el efecto del misoprostol comenzaba a actuar; reírse, o al menos sonreír, para descontracturar las contracturas del proceso ya iniciado para realizar el aborto. Eso también había decidido Lourdes cuando a los trece minutos de comenzada la película, en una escena donde las coquetas mujeres de la familia griega se estiran el cuello para lucir más jóvenes al sonreír para una foto grupal, en ese momento de la película fue cuando Lourdes tomó a Amanda de la mano, le señaló la pantalla con la película y le dijo: «Apagala, apagala que me muero».

II

Lourdes había conocido a Ximena y a Amanda a través de la carrera en común: Arqueología. El primer día de clases Lourdes y Ximena se habían mirado de reojo por un comentario sobre un pin de Cristina Kirchner en la solapa de Lourdes que rápidamente se aclaró: «Nos preguntamos: ‘¿Vos sos kirchnerista?’ ¿Sí? ¡Yo también! Y pum, nació el amor». Después del flechazo de dos dedos formando una V, Lourdes y Ximena comenzaron a militar justamente en el barrio Néstor Kirchner, uno de los más humildes de Tucumán. Ahí conocieron a María y a Joana.

«María era una mujer del barrio. Tenía 24 años, pero parecía de 38. Tenía cuatro hijos, dos nenas, dos nenes, y su compañero ejercía violencia de género. Pese a ello, él era albañil y estaban construyendo una casilla. María se acercó mucho a nosotras y nos contaba que sólo tenían relaciones cuando conseguían preservativos». Ni ella ni él querían tener más hijos.

Y Joana era una niña del barrio. Tenía 9 años, introspectiva pero simpática, la mejor alumna del taller de Artes. “Hasta que un día se apagó. Llegó un sábado con rastros de maquillaje corrido y dejó de dibujar. Se había apagado completamente: ya no dibujaba, no conversaba, tenía vergüenza, estaba dolida, se notaba que había estado llorando. Era muy chica. Y supimos que la hacían ejercer la prostitución».

Lourdes y Ximena continuaron con la militancia y la certeza en palabras de Lourdes: «Toda mujer siente la injusticia de la otra desde chica: no importa la época, el lugar, la posición social ni la teoría feminista. Todas saben cuándo estás tolerando algo que no está bien, ya sea una piña, un golpe, un celo, el maltrato verbal, psicológico. Siempre se lo siente. La cuestión está en poder salir de eso. Y en situaciones de vulnerabilidad como las vividas, es mucho más difícil».

III

Amanda había invitado a excavar a Lourdes. Así habían profundizado el vínculo. Pero Lourdes no iba a volver a ver a Amanda hasta después de un viaje que comenzó en octubre de 2017. Es el viaje que da comienzo a la decisión final de Lourdes. Junto a Emiliano, ambos se aventuraron a viajar en una sola moto por las costas de Brasil durante seis meses. Ellos dos y la moto, testigo del diario de viaje, de los primeros amaneceres bajo el sol y el mar, de los pies descalzos en la arena, y de la venta de kangas, del vocablo africano “envolver, encerrar”, una tela liviana para tenderse sobre la playa. En eso andaban Lourdes y Emiliano cuando en Río de Janeiro comenzaron los problemas: “Él empezó a tener una serie de actos de maltrato, bastante seguido, cada tres días, durante 15 días. Nosotras sabemos lo que es la violencia de género, pero al vivirlo y estar tan inmersa en eso, ahí la teoría se te hace mierda”, le contaba en otro mensaje Lourdes a Ximena, quien al leerlo decidió viajar a Brasil.

La primera noche de Ximena en Bahía fue un largo diálogo con Lourdes y el día siguiente presenció los silencios en la pareja, el desgano en el tono, los diálogos bajos para que Ximena no escuchara: “Él sabía que yo sabía todo lo que estaba pasando, quedó expuesto”. Ximena decidió quedarse unos días más hasta la última charla en Brasil con Lourdes. De esa noche Ximena recuerda: “Una se dice que todo está bien: ella me lo dice, yo se lo digo. Pero con las miradas nos decimos: ‘No, esto no está bien. Esto va a terminar como el orto’”.

Sin Ximena ya en Brasil, el viaje de Lourdes y Emiliano continúa sobre las rutas en moto hasta que un día, después del carnaval, Lourdes le avisa que está cansada, que se siente muy agotada, que vuelvan a Tucumán. Lourdes se lo estaba diciendo cuando sintió un gusto rancio en la comida y una arcada después del humo del cigarrillo. “Empecé a sentir que mi cuerpo explotaba. Se me hincharon las tetas, me dolían, sentía que se abría todo el sector alrededor del pezón, sentía cómo se estiraba y se estiraba. Y lo que yo pensaba que era un dolor de ovarios, la ovulación, que me estaba por venir, empezaron a ser puntadas”.

Ya adolorida, Lourdes siguió viajando en moto con Emiliano por el interior de Brasil, acercándose a Mato Grosso do Sul. Hacia ahí se dirigían cuando la moto sufrió una falla mecánica en medio de la ruta. Caía la tarde. La moto no respondía cuando Lourdes y su compañero hicieron fuerza, empujaron para sacar la rueda, y empujaron otra vez más para mover el equipaje. En un descanso, mientras recuperaban el aire, agitados, vieron a la distancia un camión, lo corrieron para detenerlo, agitando los brazos, haciendo dedo para que los lleven cuando Lourdes de repente se frena y le dice a Emiliano: “Tengo una contracción”. Con una semana de atraso, Lourdes le dice: “Emiliano, necesito comprar un test de embarazo. Vamos a una ciudad o a un pueblo donde haya una farmacia. Siento que estoy embarazada”. Emiliano le responde a Lourdes: “Si estás embarazada es mejor que te enterés en Argentina”. Lourdes insiste y le aclara: “No, necesito saber ya”. Esa noche llegan a Mato Grosso do Sul, todavía a 14 horas de Misiones. Lourdes entra al baño de una estación de servicio con el test de embarazo en la mano. Hace pis detrás de una puerta. Espera unos diez minutos, y cuando mira el dispositivo encuentra las dos rayitas. Lourdes se toma unos segundos con el test positivo en la mano y de inmediato mira el celular, las rayitas del celular, dos o tres, con suficiente señal para mandarle un mensaje de cuatro palabras a Amanda en Misiones: “Estoy yendo a abortar”.

IV

Lourdes siempre tuvo en claro dos cosas: cuándo iba a abortar y dónde. “No es una opción ser madre”, le avisa Lourdes, ya rumbo a Foz de Iguazú, a Ximena, quien de regreso en Tucumán recibe otra catarata de mensajes al celular en la puerta de su trabajo mientras fuma tres cigarrillos seguidos, uno detrás del otro. En Misiones, Amanda junto a un amigo y a una compañera socorrista, los tres escuchan a Lourdes preguntándose en voz alta: “¿Voy a sobrevivir? ¿Me voy a morir? ¿Voy a morir desangrada? Nunca hice un aborto, no sé exactamente cómo se hace. ¿Dónde voy a conseguir la misoprostol? ¿Será real la estadística de cuántas mujeres mueren por misoprostol?”

Durante el debate en el Congreso, el principal argumento establecido por los legisladores a favor de la legalización del aborto son los números de la tasa de mortalidad. Sostienen, tal como recopilan ELA (Equipo Latinoamericano de Justicia y Género) y REDAAS (Red de Acceso al Aborto Seguro Argentina), que en Argentina, el aborto es la primera causa individual de muerte materna. Desde la vuelta de la democracia, 3030 mujeres murieron como consecuencia de la clandestinidad del aborto. En 2013, 49 mil mujeres egresaron de hospitales públicos por complicaciones relacionadas a un aborto: la mitad de ellas menores de 25 años. La Organización Mundial de la Salud (OMS) incluyó el misoprostol entre sus medicamentos esenciales: está comprobado que su uso aumenta la seguridad y reduce riesgos en prácticas de aborto auto-inducidos, en particular en países donde el aborto es ilegal. Según la Federación Latinoamericana de Sociedades de Obstetricia y Ginecología (FLASOG), 9 de cada 10 abortos realizados con misoprostol son efectivos.

Sin dinero para comprar dos pasajes a Misiones en colectivo, cruzan la frontera en moto, pero es la moto una vez más la que desencadena la escena final entre ambos, la escena del adiós. Es cuando durante el recorrido la moto se traba, la cadena sale de su eje y la moto no puede avanzar más. Lourdes ya había tenido una contracción haciendo las tareas de mecánica. “Emiliano ya lo sabía: si sucedía algo con la moto, yo ya no podía hacer fuerza, pero insiste: ‘Necesito que me ayudés a poner el descanso de la moto’. No entendía”. Lourdes se ofrece a buscar una piedra para trabar la moto. Todo se hace cuesta arriba en una ruta empinada: “Emiliano me empieza a gritar, se pone rojo, colorado del odio, me empieza a decir muchas cosas, a insultar, a maltratar”.

Lourdes está escuchando los gritos y los insultos. Se le acerca a Emiliano y le dice: “Te dije que no te lo iba a permitir más, ni un maltrato más. ¡Te callás! ¡Cerrás la boca! Sos una mierda porque sabés que estoy embarazada, con el miedo del aborto, tengo todos los síntomas en el cuerpo. ¡Esto es mío! Vos no vas a hacer el aborto, vos no corrés riesgos. Por lo menos dejarme estar bien sentimentalmente”. Pero la escena final se produce cuando una vez más aparece otra camioneta en la ruta con cinco hombres sentados atrás, en la caja: “Habíamos hablado del peligro en estos viajes, del peligro que te violen, de que te levanten. Con tanta saliva gastada, Emiliano me dice: ‘Yo los voy a parar y te vas a ir con ellos. Yo no te llevo más en la moto’. Me amenazó que me iba a subir a esa camioneta. Le advertí: ‘Si vos lo hacés, no sabés la que se te viene’”.

Finalmente bajaron los cinco hombres, incómodos con la situación, cortando en portugués el silencio de la última escena, ayudándolos a arreglar la moto. Sin decir nada durante 20 kilómetros hasta la próxima terminal, con la única plata para pagar la nafta de la moto o pagar solamente el pasaje de Lourdes, todavía a tres días de cruzar a Misiones, tres días más viajando juntos sin hablar, Lourdes le cuenta a Ximena: “Sentía que mi cuerpo se partía en dos, que me moría por el stress emocional. Cuando llegamos a Misiones, le dije a él que no lo quería ver más, que me trajera la plata del misoprostol. Después de eso trató de manipularme. Pero no le di más cabida. No lo vi nunca más”.

Ya en Misiones, al lado de Amanda está Carla, la socorrista que le explica a Lourdes, que intenta calmarla explicándole que no, que hacerse el aborto ya no es lo recomendable, que lo mejor es esperar hasta la séptima semana de gestación: “Es cuando el embrión realmente se agarra y la vibración generada por el misoprostol llega y desprende todo”. Y Carla le responde a Lourdes aquella pregunta en voz alta: “Te calmás, no te vas a morir”.

V

Las socorristas son cientas en todo el país. El sitio socorristasenred.org dice como presentación: Feministas que abortamos. Y está ilustrado por el dibujo de 17 zapatillas Converse rosas de lona, cada zapatilla unida a la otra por los cordones blancos, por el talón o por la punta de goma. ¿Quiénes son? “Somos activistas feministas que armamos Socorros Rosas. Tomamos este nombre en clave genealógica, inspiradas ineludiblemente en los acompañamientos de las feministas de las décadas del 60 y del 70. En particular los de las italianas, pero también de las francesas y de las estadounidenses, quienes generaron espacios de consejerías y acompañamientos para mujeres que necesitaban practicarse un aborto desafiando así las imposiciones del heteropatriarcado”. ¿Qué hacen? “Activamos en distintas geografías de Argentina. Nos articulamos para pasar información y acompañar a mujeres que deciden abortar. Para que lo hagan de manera segura. Para que atraviesen esta decisión acompañadas y cuidadas. Mientras hacemos socorrismos, aprendemos de y con las mujeres de la experiencia de abortar con misoprostol”. ¿Dónde pueden contactárselas? Socorristas en red comprende 46 puntos de ayuda en la Argentina: siete en la provincia de Buenos Aires, uno en Chaco, uno en Chubut, cuatro en Córdoba, uno en Corrientes, dos en Entre Ríos, tres en Jujuy, dos en La Pampa, tres en Mendoza, cuatro en Neuquén, siete en Río Negro, una en Salta, una en San Juan, tres en San Luis, dos en Santa Fe, uno en Santiago del Estero, una en Tierra del Fuego, una en Tucumán y una en Misiones, adonde está Lourdes.

Y Lourdes no es la única.

Suena el teléfono de Socorristas Misiones. Suena una, dos, tres veces. El diálogo ocurre entre una socorrista y una joven. El diálogo es el siguiente:

– ¿Hola?

– ¿Hola? Hola, sí, estoy desesperada. Me pasó este número la amiga de una amiga. Yo no sé bien qué hacen ustedes, pero… ¿esto es seguro? Yo estoy sola… O sea no… Quiero saber cómo hacerlo, me dan información…

– Sí. Tranquila… Tranquila… Respirá hondo… Confiá en nosotras, ¿cómo te llamás?

El diálogo forma parte de un corto filmado por Marulina White y publicado en la página de facebook de Socorristas Misiones. La respuesta a la voz que pregunta cómo te llamás son distintas voces, diferentes nombres, edades y clases sociales, todas unidas por la misma razón:

– Mi nombre es Virginia.

– Mi nombre es Marcela.

– Mi nombre es Laura.

– Mi nombre es Karen.

– Mi nombre es Yamila.

– Mi nombre es Rosa.

Lourdes, ya en manos de las socorristas de Misiones, continúa su odisea por las farmacias para conseguir el misoprostol y por los hospitales para que la atendiera una ginecóloga. Lourdes tiene los cuatro mil pesos para comprar el misoprostol. Las socorristas le aconsejan: “Lourdes, no podés ir a la farmacia vos, que vaya algún amigo. Saben para qué se usa. Te la terminan vendiendo pero pasás por una situación de mierda”. Y le advierten qué hacer si tiene complicaciones una vez conseguido el misoprostol: “Estás a siete cuadras del hospital materno. Tenés que negar cualquier interrupción, simplemente decir que lo has perdido. Si lo hacés por la boca es más seguro que nadie se dé cuenta. Si es por la vagina, tenés que lavar bien todo para que no queden restos de la pastilla, para no tener problemas legales”.

VI

Es jueves 8 de marzo y a Lourdes la comida le da asco. Como en las principales capitales del país y en consonancia con todo el mundo, en Posadas también se realiza la marcha por el Día Internacional de la Mujer. Lourdes se emociona con las manifestaciones artísticas. Lleva una botella de agua porque entra la noche pero la temperatura no baja: hacen 31 grados. Una compañera canta en la plaza 9 de Julio, la principal de la capital misionera. La letra de la canción de la intérprete se remite a la experiencia en primera persona de una violación. En ese momento, una persona irrumpe en la escena, grita, insulta y prende fuego una palmera de la plaza. Lourdes y sus compañeras corren con sus botellas, le tiran agua a la palmera, apagan el fuego y lo celebran: “Fue un triunfo”.

Una semana después, mientras espera la pastilla, Lourdes sufre la violencia en un instituto donde se hace la ecografía. Lourdes está en la camilla, Amanda a su lado y el médico burla el protocolo del personal de salud en el que sólo debe informar cuántas semanas de gestación tiene el embarazo, durante el proceso no puede obligar a escuchar latidos ni a mirar imágenes y evitar comentarios que molesten, incomoden o intimiden. Pese a ello, el médico le pregunta a Lourdes: “¿Lo querés ver? ¿Lo querés escuchar? Volvé en 15 días”. Un amigo de Lourdes averigua que el mejor día para comprar el misoprostol es un sábado a la mañana cuando no haya nadie en una farmacia de confianza. Las socorristas le recomiendan visitar a una ginecóloga en el Hospital Nuestra Señora de Fátima. Al llegar, a Lourdes le dicen que recién hay turno en un mes. Lourdes se mete entre paciente y paciente y le pide a la doctora que la vea, necesitaba saber qué tan avanzada estaba una lesión que tenía en el cuello del útero. La respuesta de la doctora es un grito: “¡Me tienen hartas las socorristas! ¡Hay cinco chicas en el pasillo con el mismo caso que vos! ¡Estoy cansada! ¡Volvé mañana!” Lourdes le pide que no la trate así, le aclara que no piensa volver y deja el hospital llorando.

Es viernes 16 de marzo y el misoprostol sigue sin aparecer. Lourdes está sola en la casa de Amanda porque Amanda debió viajar a Buenos Aires. Es de noche y Lourdes enciende la computadora. La única luz del cuarto es la que sale de la pantalla donde luego verá apenas el comienzo de Mi gran casamiento griego 2. Antes, Lourdes está frente a la pantalla y escribe en Google: “Cómo hacerse un aborto casero”. La búsqueda arroja diversos resultados y Lourdes se interesa por los blogs de mujeres desesperadas, mujeres muy chicas: “Tengo 15 años y necesito abortar. Probé con el té de ruda y no pasó nada”. Así pasa la noche Lourdes hasta que el sábado a la mañana su amigo consigue el misoprostol. En Tucumán, Ximena recibe un mensaje: “Llegó. Mañana lo hago”.

VII

Es domingo al mediodía y Ximena espera los mensajes del paso a paso rodeada de niños que festejan un cumpleaños, Ximena sentada delante del mesón principal del cumpleaños coronado por una gran torta. Ni Ximena ni nadie en la fiesta todavía han cantado el cumpleaños feliz cuando una amiga le mira la cara a Ximena y le pregunta qué le pasa: “Lourdes está abortando. Estoy a tres cuadras de la casa de sus padres. Si algo pasa, salgo corriendo a decirles”. Eso le dice Ximena a su amiga cuando llegan noticias de Lourdes: son las 11 y, antes de la primera dosis de cuatro pastillas de misoprostol, acaba de tomar tres ibuprofenos de 600 miligramos para tratar de evitar dolores y un Reliverán por los vómitos.

Amanda, en Misiones, le recomienda no tomar nada para la diarrea: “Hay ciertos compuestos químicos que pueden reaccionar al misoprostol”. Hace unos días, Lourdes había conocido a dos mujeres que habían abortado y la guiaron con fotos y mensajes durante el proceso. Una de las fotos era del saco gestacional que se desprende con el sangrado, de una textura más sólida que un coágulo y que no se disuelve con el agua, imágenes para que Lourdes supiera qué es lo que debía expulsar. Le aconsejaron que al misoprostol lo hiciera por la vía vaginal. Ahí llega el momento entonces cuando Lourdes permanece una hora en la cama con las piernas arriba formando la L de Lourdes. Amanda iba y venía. Mientras se ponía las pastillas, a la habitación llegaba el aroma a la tarta de pollo y puerro que Amanda cocinaba. Lourdes y Amanda comieron. Luego pusieron la película. Pasaron 13 minutos. Llegó la escena de las mujeres de la familia griega, la cara de Lourdes y el pedido a Amanda: “Apagala, apagala porque me muero”. Y una pregunta después del grito: “Por favor, ¿qué es esto?”

Lourdes le jura a Amanda que nunca había sentido un dolor tan físico, tan desgarrador. Es un dolor que comienza en el cuello del útero hasta el punto reflejo del útero, donde más le está doliendo en este momento, cerca de los intestinos, dañándole el sistema digestivo, provocándole la diarrea, llevándola a la ducha, a la posición fetal, retorciéndose porque llega una contracción breve y fuerte, un descanso de cinco segundos, otra contracción breve y fuerte, otro descanso, y así bajo el agua del mediodía durante una ducha de 20 minutos que Lourdes sintió como una eternidad, 20 minutos así hasta que comenzó a delirar de fiebre, intentando ayudar a Amanda a limpiarlo todo hasta que distinguió una cama blanca y caliente a la que le había dado todo el sol de Misiones por el balcón, y Amanda, siempre Amanda a su lado escuchando delirar a Lourdes, hablándole de su familia alrededor, la familia de Lourdes tomándola de la mano, y de la gata que tiene Lourdes en su casa de Tucumán ahora caminando por la almohada de una casa en Misiones, todo un delirio así, hasta dormirse.

Pero Lourdes no podía dormir durante mucho tiempo. Ximena en Tucumán, en vano, esperaba mensajes que llegaron recién cuando caía la tarde. “No me quiero poner la segunda dosis”, le avisa Lourdes en un mensaje a Ximena, ya superada por la situación y pasándole el teléfono a la amiga del cumpleaños: “No… Tomala, bebé. Es peligroso que no la tomes. Llamalas a las socorristas. Imagino que es un montón lo que sentís, corazona, pero tenés que usar todo. Después no te va a doler”. Lourdes les hizo caso y le avisa a Amanda: “Lo desprendí, salió todo”. Es entonces cuando se hace la 1 de la mañana y llega el turno de la tercera y última dosis de cuatro pastillas: “Me da miedo. Ya me siento lastimada”. Lourdes cumple con las indicaciones y llega la pregunta de Amanda: “¿Me puedo ir a dormir?”. Lourdes le dijo que lo hiciera, terminó de ver la película y también durmió.

VIII

El día después, lunes 19 de marzo, ese día recibió a Lourdes con lluvia. Ese lunes bajaron 13 grados en cuestión de horas: “Cambió de clima y cambió mi humor”, recuerda ahora Lourdes, a tres meses de aquel día, aquí al lado de Ximena, mientras come galletas de arroz y se prepara para correr una maratón en agosto, todavía con las repercusiones a flor de piel de lo que fue el miércoles 13 de junio pasado con la vigilia en Pangea, a la espera de la media sanción de la ley de Interrupción del Embarazo Voluntario, a través de una pantalla gigante colgada en las calles congeladas del bar autogestionado de Laprida al 400, y el abrazo, ese abrazo a Ximena del mediodía del histórico jueves 14, en la plaza Independencia, y miles de pañuelos verdes por los aires cuando se votó a favor de la media sanción en el Congreso.

El 8 de agosto de 2018 se rechazó en el Senado la ley IVE que en sus tres primeros artículos indicaba: Artículo 1: En el ejercicio de su derecho humano a la salud, toda mujer tiene derecho a decidir voluntariamente la interrupción de su embarazo durante las primeras catorce semanas del proceso gestacional. Artículo 2: Toda mujer tiene derecho a acceder a la realización de la práctica del aborto en los servicios del sistema de salud, en un plazo máximo de 5 (cinco) días y en las condiciones que determina la presente ley, la Nº 26.529 y concordantes. Artículo 3: Sin perjuicio de lo dispuesto en el artículo primero, y más allá del plazo establecido. Toda mujer tiene derecho a interrumpir su embarazo en los siguientes casos: 1. Si el embarazo fuera producto de una violación, con el sólo requerimiento y la declaración jurada de la persona ante el profesional de salud interviniente.  2. Si estuviera en riesgo la vida o la salud física, psíquica o social de la mujer, considerada en los términos de salud integral como derecho humano. 3. Si existen malformaciones fetales graves.

Antes de lo que habían significado el 14 de junio los festejos en la plaza Independencia por el sí a la media sanción de la ley IVE, Lourdes había dejado Misiones en un colectivo de larga distancia rumbo a Tucumán, despidiéndose de Amanda y de quienes la habían ayudado. Ximena la esperaría en la Terminal de Ómnibus. Como detalle del destino cíclico que tienen algunas historias, así como pasó en el inicio de su viaje por las costas de Brasil ahora Lourdes volverá a hablar en portugués arriba del micro ya de regreso a Tucumán. A su lado, viajaba una pareja de brasileños con parada en el norte, destino final a la Patagonia y sin abrigos. El aire acondicionado del micro estaba fuerte y Lourdes vio a la pareja con frío. Cuando Lourdes les prestó un saco y una campera, ya llegando a Santiago del Estero, nuevamente aparecieron complicaciones en su cuerpo. Volvieron las contracciones, a Lourdes se le durmieron las piernas y, antes de repetir un cuadro de fiebre y empezar a delirar, caminó como pudo por el pasillo, sujetándose de los asientos hasta la cabina de los choferes para pedirles que pararan, que por favor se detuvieran en la próxima estación de servicio.

Lourdes bajó del micro y fue al baño. Pidió que la esperaran. Fue en ese momento que el dolor la obligó a pensar en la idea de postergar su regreso a Tucumán, bajar el bolso e ir a la Maternidad de Santiago. Allí llamaría a una amiga santiagueña para que la acompañara. La señal del celular tampoco dejó de acompañarla y decidió llamar a otra amiga en Tucumán, quien a la vez se comunicó con un acupunturista que conocía Lourdes. Intentando calmarla, ambos le pidieron a Lourdes que hablara con su cuerpo, que le hablara a su cuerpo. Lourdes nunca le había hablado a su cuerpo, no al menos con los pasos a seguir que le estaban indicando. Pero volvió al colectivo, fue al baño, puso la traba, habló, le pidió a su cuerpo que la liberara y sintió el último desprendimiento aferrado al útero, el final, el que produjo la baja de la fiebre y la llegada a Tucumán para contarle a su familia todo lo que había pasado, después de seis meses sin verlos y, entre la algarabía por el regreso, un pedido que les sonó extraño: “No me abracen muy fuerte”.

La sobremesa en la cocina de la casa de Lourdes fue a solas con su madre y padre. “Les tengo que contar algo”, les dijo. Y relató lo sucedido. Luego de contarles lo que pasó, como retazos de lo que había pasado en Brasil y en Misiones, en Lourdes aparecieron nuevos dolores durante la madrugada. A las seis de la mañana, Lourdes fue en taxi con su madre a la ginecóloga. Luego de la visita al consultorio, y con el correr de los días, Lourdes le puso palabras a una sensación que se instaló con el alta y la acompaña hasta hoy, mientras Ximena la escucha y le sirve un vaso de agua. Lourdes toma un sorbo y dice: “Sentí que estaba haciendo un acto político: tomar la decisión sobre mi cuerpo. El dolor fue simplemente una nueva fuente de fortaleza. Esto es lo que tienen los abortos clandestinos, sin anestesia. Te dejan una marca en el cuerpo, pero después de un tiempo se va. Y se sale adelante. Como acá estoy: viva”.

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