Bitácora Zeta

Esto me hizo García Márquez

Una noche me encontré llorando en la terminal de colectivos de Córdoba. Estaba dentro de una de las cabinas de teléfono del telecentro del primer piso. Hablaba, desde allá, con mi novia, con mi viejo, con mi amigo. Cortaba con uno y empezaba con el otro. Fueron las primeras lágrimas que me cedió el periodismo. Y todas cayeron por alegría.

Antes de subirme al colectivo, esa noche, revisé una vez más la computadora del café con acceso a internet de la terminal. Vi mi nombre entre los seleccionados para un taller de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano, la escuela más pasional del mejor oficio del mundo, que presidió Gabriel García Márquez hasta el día de su muerte.

Tenía 25 años y trabajaba en el diario El Tribuno, acá, en Tucumán. Desde ese día todo fue distinto en mi vida.

Cuando uno encuentre algo que lo apasione, habrá encontrado el tesoro más grande de la vida. Y esa noche, yo solito, en Córdoba, lo encontré por primera vez.

Es probable que haya quienes no dimensionen lo que escribo o que les parezca exagerado. Es así, eso está bien. Porque las pasiones son tan personales y tan exageradas que cuando uno las comparte, incluso con quienes más quiere, se disminuyen; no tenemos elementos expresivos que nos permitan hacer sentir al otro lo mismo que sentimos nosotros cuando estamos apasionados.

Con las únicas personas que puede haber una conexión real, que aproxime sentimientos parejos, es con quien solito o solita haya llegado a la misma pasión, en el mismo momento. Y así como yo lloraba en Córdoba, había quince periodistas más en Sudamérica que, esa noche, les latía más fuerte el corazón.

Y, aviones de por medio, nos encontramos en Cartagena de Indias.

Cada oficio tendrá su escuela. Cada maestrito con su librito. Ese mes en Cartagena, con Bastenier, me dejó herramientas muy valiosas para ejercer mi trabajo. Me ayudó a ser más claro, más preciso, más coherente en un texto.

Y ese mes, la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, me dejó, lo voy a escribir directo, sin flores que lo adornen, pero a cambio le voy a pedir que piense en estas tres palabras juntas: un sentimiento nuevo.

Un sentimiento nuevo.

No le llego a los talones a quienes escribieron, durante estos días, con enorme sabiduría sobre la obra de García Márquez. Ni muchísimo menos a quienes vivieron junto a él. Ojalá mi sacrificio me acerque a sus caminos.

Pero hay algo -y esto lo digo con total convicción- hay algo que puedo escribir de García Márquez, algo que hizo en mí y en miles de compañeros de oficio:

Gabriel García Márquez me clavó una flecha en el corazón.

Mediante su Fundación, cargó de sentido, de pasiones, de vocación incontrolable el alma de los reporteros que andamos dando vueltas por Iberoamérica. Cuando alguien va a uno de esos talleres, vuelve distinto; vuelve enamorado.
Porque uno ahí no controla lo que siente. Está sentado, listo, atentísimo a cada palabra del maestro. Preparadísimo para salir a la calle a buscar historias, contento como changuito con su primera bicicleta. Somos un montón de changuitos que sentimos lo mismo, que llegamos de distintos países, amigos del alma, que se enamoraron como yo.
Todo cobra sentido de nuevo en Cartagena. Todo se vuelve importante. Y uno, entonces, termina enamorado del periodismo de calidad.
Yo me enamoré de mi profesión. Y eso se lo debo a Gabo.
Ni una lágrima por tristeza. Mi llanto es por agradecimiento, maestro.

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