Bitácora Zeta

¿Estás besando como querés?

Josefina está sentada en el cordón de su casa y yo estoy a la par, y ambos sabemos que nos vamos a besar, pero ninguno se anima. Entonces Josefina gira la cabeza para atrás y ve que no hay nadie, y del bolsillo del guardapolvos saca un paquete de cigarrillos. Me dice: vos no fumás, ¿no? Le digo que no, y ella prende uno y sonríe. Juega con el humo sin mirarme, lo tira para arriba, para el otro costado, hace una seca larga, y yo siento que desaparezco de la escena -qué perdedor, pienso- hasta que Josefina me sopla el humo en la cara, pero lo hace con los ojos cerrados y con la trompita estirada de más. Entonces, derroto ese miedo, el peor, el repentino e intenso, y la beso. A los 13 años de haber nacido, beso en la boca por primera vez.

Desde ese momento no existe instante más exquisito en mi vida que los segundos previos a un beso. Yo no sé si las mujeres que besé siquiera lo sospechan, o me creen, pero a cada beso lo tengo entre los tesoros de mi memoria. Si uno pudiera tomar sus recuerdos y proyectarlos como una película, yo elegiría una secuencia de todas las veces que me besé con alguien por primera vez, así haya sido tan solo una vez. Así, como los besos censurados en Cinema Paradiso. Y la proyectaría en una pantalla gigante en la Plaza Independencia, una noche de luna enorme como la de hoy, en una función gratuita y pública que sería llamada “Besos bajos las estrellas”.

Pero no es el sentido de estas palabras confesar esta intimidad que quiero llevar al cine. Escribo esto porque urge un llamado de atención contra la rutina: Todos –y todas, principalmente- tenemos que ser conscientes de la importancia de los besos en la sociedad tucumana, argentina o mundial ¿Alguna vez te preguntaste si estás besando como querés?

Yo me lo pregunté unos días atrás, en esta manía gustosa que me apareció por pensarme, por saber quién soy. Me lo pregunté y, acto seguido, pensé que yo no soy nadie para calificar mis besos. Debería preguntarle o conversar del tema con alguna persona que en el último tiempo se haya besado conmigo. Y entonces lo hice.

No le pregunté si le gustaron mis besos. Esa pregunta tiene, en la mayoría de los casos, una respuesta afirmativa, le haya gustado o no el beso. Y cuando la respuesta es negativa, la consulta se vuelve un juego de seducción que termina, luego de un exquisito histeriqueo femenino, en otro beso.

Propuse, entonces, que habláramos de nuestro beso. Yo quería saber si se percibe el beso de la misma manera que quiero darlo. Si lo que ofrezco es realmente lo que llega. Si la mujer recibe el beso que quiero darle. Quería saber si estoy besando como quiero besar. Y eso lo tenía que decir ella.

Entonces, en la charla de nuestro beso, presté atención a cómo lo describía. Y la información que voy a proporcionar a continuación es a fines de fundamentar este artículo y destacar la importancia de una buena conversación sobre los besos, además de hacer gala sobre lo bien que ando besando, por supuesto.

Para tener un espectro más amplio, también consulté a quien recibió mis besos en el pasado. Así puedo saber si con el paso del tiempo hubo algún cambio. Pero hubo una coincidencia. Y aquí escribo extractos de ambas consultas. Se dijo que mis besos son: “envolventes, dulces, como esos besos de cámara lenta que te dan ganas de estar besando y besando hasta quedar sin aire”. Y también que: “son besos que se entregan por completo, que tienen deseo y más que un simple deseo al mismo tiempo”.

Estoy de acuerdo, muy de acuerdo. De esa manera quiero besar.

Quiero los besos lentos, en cámara lenta.

Porque me gusta acariciarte el rostro mientras te beso.

Me gusta separar mis labios de los tuyos y quedarme cerca.

Me gusta hablarle a tu boca.

Me gusta tocar tu boca.

Me gusta sonreírle a tu boca y besarte mientras sonreímos.

Me gusta que la luna se haga más grande cuando te beso.

Quiero tomarte de la cintura y llevarte hacia la pared, arrinconarte y besarte mientras te alboroto el pelo desde arriba de la nuca. Quiero dejar de besarte solo para respirar, quiero besarte con poca luz, quiero besarte y besarte. Pero desde ahí los besos continúan en otro estado, el estado de la maravilla humana, el estado de lo más hermoso del mundo, el estado de lo desnudo. Para llegar bien hasta entonces, es fundamental que el beso que uno quiere dar sea lo más parecido a un milagro. El beso tiene que ser un milagro. Un milagro o nada. ¿Estás besando un milagro? Preguntátelo.

Pienso también en los besos que no se dieron y en los segundos besos, en los besos de reencuentros. Pienso en los besos que se habrán dado mis viejos. Pienso, particularmente, en un beso que se habrán dado mis viejos. Pienso en cómo habrá sido ese beso que se dieron cuando se reencontraron luego de los siete años que los separó la última dictadura militar, entre terror, amigos que no aparecían e incertidumbre de vida. Ese beso fue un milagro. Y de ese beso nací yo.

Hace unos días leí, de la mano de Alberto Salcedo Ramos, una precisa definición de beso que Armando Chulak en detalló para su Diccionario Disidente. Dice así:

Beso: Lucha en la que dos bocas pugnan por apoderarse de una nada inmediata.

También estoy de acuerdo. Y ahora que pienso en esa lucha de labios con sed de labios se me vuelve a la cabeza la idea que ya había comentado, la de la película de mis besos, y se me parecen uno tras otro, desde el primer beso con la Jose hasta el último entre los faroles de barrio Sur. Se me cruzan besos de hace mucho y besos de ahora, besos con novias o con personas que fuimos besos y cariños. Y siento que abrí una caja mágica que brilla entre mis recuerdos.

El beso en la Leloir, a la vuelta de la casa de mi vieja, cuando vivía ahí. Esa noche que mientras caía un diluvio nos bajamos del auto para besarnos. Y entre los tantos años de besos que nos dimos, ese me persigue.

El beso que te interrumpió mientras te vestías para ir esa siesta al casamiento en el cerro.

El beso en Tilcara, de noche, en la calle vacía, contra la pirca de René Tolaba y bajo las estrellas que ardían y que salían para ser testigos de esa pasión en nuestras bocas.

El beso que te desnudó en mi cama antes de ir a la Petruccia.

El beso de Mar del Plata, sobre la avenida, ese verano que la lluvia nos sorprendió cuando volvíamos de playa y quedamos entre los bocinazos porque el semáforo se puso verde.

El beso en que nos encontró en un amanecer de rock.

El beso que nos cubrió bajo una colcha en Purmamarca.

El beso que nos apoyó en un camión.

El beso que me diste antes de irte lejos, a otro país.

El beso que nos dimos cuando volviste.

El beso que hizo más grande la luna.

El próximo beso que voy a dar.

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