El Maestro aún vive en Los Avelinos

Crónicas de Acá

El Maestro aún vive en Los Avelinos

Tres generaciones de tucumanos han bailado al ritmo de las cumbias y guarachas de Los Avelinos. Con 81 discos sobre sus espaldas, la banda aún planea recorrer fiestas, casamientos y todo tipo de lugares en los que su música haga mover las caderas. La renovación se ha puesto en marcha.

 

Un hombre mayor, lo suficientemente borracho, se acercó a Abel Avelino Gómez. El saxofonista del grupo de música tropical Los Avelinos trata de prestar atención y entender lo que aquél señor le balbucea con un aliento a vino que llega hasta la puerta del salón. Es en vano. El hombre no puede articular frases. Apenas logra soltar un “tu viejo era un capo”.

Es sábado por la tarde. Los Avelinos han llegado hasta Banda del Río Salí para tocar en el cumpleaños 50 de un concejal de esta ciudad: Ramón Radín. Son el número central en una fiesta que tiene comida, vino y coca cola para saciar la sed de un batallón chino; también hay un animador, un dj, y un grupo de folklore que repite aros y cuenta casi sin parar chistes sobre suegras, hombres cornudos y miembros viriles diminutos que los invitados a la fiesta aplauden hasta doler las manos.

Los Avelinos todavía no arrancaron su show y Abel, que hace una prueba de sonido con su instrumento, ya tiene al ebrio y a otro más contándoles anécdotas sobre su padre. “Estas cosas suceden siempre y me las tomo con humor, hermano. Varias veces me pasó que alguno me dijera ‘tu viejo tocó en el fondo de mi casa’ o ‘a tu papá le conseguí yo su primer saxo’. Mirá si tengo que atender cada boludez que me dicen”, cuenta Abel, de 56 años, sin perder el humor, mientras hace un gesto de resignación moviendo la cabeza de un lado para otro, ante el acoso incesante de aquellos borrachos.

El mayor de los hijos de Carlos Abel Gómez, lanzado a la popularidad como El Maestro Avelino, es el más asediado por los invitados a la fiesta. El saxo, los anteojos y el gran parecido a su padre, llevan a creer que es el mismísimo Maestro, fundador del grupo hace 59 años.

A decir verdad, sólo en los momentos previos a tocar, o incluso durante el show, es cuando Abel se transforma en el referente de la banda. El resto del tiempo, quien dirige y toma las decisiones en todo lo referido al grupo, es su hermano menor Carlos Avelino Gómez.

A Carlos, la gente mucha bola no le da en los shows. Es que su apariencia física llevaría a pensar que es hermano de Juan Román Riquelme, enganche de Boca Juniors, y no primogénito de El Maestro.

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Carlos lleva las riendas del grupo desde muy temprana edad. A los 13 años, y como consecuencia del fallecimiento de uno de los miembros de la banda, Lavan Orquera, el menor de los hijos de El Maestro se sumó al grupo para tocar los teclados. El que ya era parte de la formación era su hermano, Abel.

Hasta ese momento, Carlos había ocultado a su padre que desde los ocho años le robaba sus instrumentos para aprender a tocarlos en forma autodidacta. El día que Don Avelino le pidió a su hijo que se uniera a la banda, se llevó una gran sorpresa al enterarse que Carlos ya sabía todas sus canciones. La determinación que observó en él, lo llevó a designarle un rol fundamental en la banda que, por ese entonces, era conocida como Avelino y su conjunto.

A pesar de no tener edad ni para comprar cigarrillos, Carlos se transformó en el cerebro del grupo. La primera decisión que tomó fue extenderles un certificado de jubilación a los músicos que acompañaron a Don Avelino desde los comienzos. “Mi papá ya no quería ocuparse de las cuestiones organizativas, así que dejó todo en mis manos. Yo le dije que los músicos habían cumplido un ciclo y que se tenían que retirar por la puerta grande. Hubo un show de despedida, y en 1989 hicimos un casting para incorporar nuevos músicos”, recuerda mientras sigue atento un resumen de goles en el televisor pantalla de led colgado en la pared de la amplia cocina de su casa, la cual no se parece en nada al resto de las viviendas construidas en serie, en Lomas de Tafí. El frente cerrado, dos entradas -con puerta y portón del garaje-, la pintura blanca aún fresca y un portero visor, la distinguen del resto de las casas de la cuadra pintadas de color beige, de entradas descubiertas y sólo una puerta de acceso.

Da la impresión que, como músico de Los Avelinos y productor de bandas de música tropical ignotas, a Carlos le va bastante bien. Su casa, su auto, un estudio amplio y bien armado de instrumentos, dan fe de ello. “Estoy agradecido de poder vivir de lo que me gusta. Es una herencia de mi viejo, él nos dejó el camino despejado a mi hermano y a mí”, afirma el cerebro del grupo. “En cambio –continúa- el resto de los chicos de la banda tiene cada uno su laburo fuera”.

Abel, también certifica esa gratitud por tener unos buenos mangos en la cuenta bancaria gracias a la música. “Es reconfortante vivir de lo que a uno le gusta. Nos fue y nos va bastante bien en lo que hacemos”, refuerza el mayor de los hijos de El maestro, que comenzó a estudiar clarinete y flauta traversa a los siete años en el Conservatorio de la Provincia. Luego hizo lo propio en la Escuela de Música de La Universidad Nacional de Tucumán.

Tiempo después, al igual que su padre, ingresó al colegio militar del Ejército de la Nación, donde estudió para convertirse en director de la banda.

Se hartó el día que le dieron un pase para prestar servicios en Corrientes. “La vida con los militares no era para mí”, confiesa.

Su llegada a Los Avelinos se produciría tiempo después, en 1985.

Que la marca Los Avelinos pueda seguir facturando se debe gracias al nombre que se hizo El Maestro en la provincia, quien nació en 1929, en Trancas, y a los siete años quedó huérfano.

El haber quedado sin padres, hizo que Don Avelino recale en la Colonia de Menores, lugar en el que conoció a la persona que lo empujó a la música: Mario Cognato. El profesor lo ayudó a inscribirse en el Conservatorio de Música de la Provincia, donde El Maestro estudió clarinete y saxofón.

En 1944, al cumplir 15 años, Don Avelino se mudó a Corrientes, e ingresó a la escuela de música de esa provincia. Meses más tarde, El Maestro formó su primera banda, a la que bautizó Las Doce Estrellas Del Ritmo.

En ella, los músicos tocaban bailones (ritmo similar a la cumbia pero con otro tipo de golpe), de un modo totalmente distinto al que lo hacen ahora: sentados sobre sillas en el escenario.

Pero como El Maestro parecía decidido a ser profeta en su tierra, pegó la vuelta en 1953, previo paso por Córdoba, provincia en la que nació su primer hijo, Abel.

“Mi viejo era un innovador, y en la época en la que formó La Bandita de Avelino quiso que los músicos tocaran de pie y haciendo pasitos para acompañar las canciones”, recuerda Carlos. “Incluso hasta en la vestimenta había innovado: él impuso a todos los músicos de la banda a usar trajes”, agrega. “Mi viejo era así; andaba siempre bien vestido. Creo que es lo único que nos obligó a hacer a mi hermano y a mí”, refuerza Abel. “¡Si hasta en la casa andaba vestido con traje y corbata!”, exclama.

Ese fue el sello de El Maestro: trajes claros u oscuros, pañuelo en el bolsillo izquierdo del saco y sombrero. Una postal que este cronista recuerda de alguno de los muchos videos que el músico grabó: el Rosedal del Parque 9 de Julio, Don Avelino vestido de primera, y su saxofón en la mano.

La Bandita de Avelino solía presentarse en las radios LV7, LV12 y Splendid. Y la gente solía asistir a esos recitales. Fue en uno de esos shows en los que, de puro arrebatado, a la banda se sumó Ramón Palito Ortega para tocar maracas. Palito sólo estuvo unos meses con el grupo, los que alcanzaron para cimentar una gran amistad con Don Avelino.

Luego, Ortega se marchó a Buenos Aires para probar suerte y triunfó como músico. Incluso, Palito llegó a grabar películas, y en los `90, gracias a su popularidad, la política se cruzó en su destino y llegó a convertirse en gobernador de Tucumán.

Para los tucumanos fue una fortuna que su carrera política haya sido tan corta como su experiencia en Los Avelinos.

En 1956, canciones como ‘Palo y leña’, ‘Cumbia loca’ y ‘Fiesta tucumana’ ya eran conocidas en las radios y los bailes, hasta que meses más tarde fueron inmortalizadas en el primer disco de pasta que grabó El Maestro. Desde ese entonces, sentados o parados, y con 81 discos al hombro, Los Avelinos hicieron y hacen bailar a generaciones de tucumanos. Catorce discos de oro, cinco de platino y tres de doble platino, dan cuenta del grado de popularidad que alcanzó El Maestro junto a su banda.

La clave del éxito reside en canciones de ritmos pegadizos y letras que hablan sobre aspectos sencillos y cotidianos: amores, desamores, invitaciones para que bailen las picaronas, y una que se destaca sobre todas ellas: Con la frente en alto.

Este tema fue escrito por el menor de los hermanos, en 2011, luego de haber sido sobreseído en una causa por abuso sexual que se había iniciado en 2007.

La letra es un grito desesperado de inocencia; agradecimiento al personal de la comisaría sexta, lugar en el que permaneció detenido 26 días; una crítica al fiscal Guillermo Herrera, a quien acusó de “creer en vulgaridades” y “buscar circo para crecer más”; y un pedido para recuperar a sus dos hijos adoptivos, tenencia que perdió definitivamente. “La canción pegó muy bien pero no quiero tocarla más. Me voy a enfocar en los temas divertidos”, declaró Carlos a un medio al poco tiempo que se resolvió todo.

Para la posteridad quedó el video de la canción que fue filmado en la comisaría sexta y contó con la participación de policías y delincuentes de aquella seccional, algunos actores y hasta uno de sus abogados: Jorge Lobo Aragón.

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“Joda, joda, joda”, pide Walter, el locutor de la banda. Y Los Avelinos empiezan a hacer sonar la percusión, bongó y tumbadoras. Son nueve músicos vestidos con trajes oscuros y gastados.

Encabezados por el cumpleañero, que está vestido con una camiseta de River Plate estilo retro y tiene la cara colorada de tanto vino, los poco más de 100 invitados hacen palmas y se acercan a la pista a bailar.

Aquí hay gente de todas las edades: abuelos, padres e hijos pequeños. Todos por igual mueven sus caderas al ritmo de las cumbias y guarachas. Entre ellos se destacan un niño y una niña de unos cuatro años de edad que se han ubicado de frente a la banda con un par de sillas. No bailan. Sólo observan a los músicos con la misma atención que le deben prestar a los canales de dibujitos animados en la televisión.

Lo de los niños no es una observación casual. En la previa, Mauricio, bajista del grupo desde hace dos años, se aparta de la ronda de fernet con coca que los más jóvenes de la banda han preparado en una hielera. Y explica el fenómeno: “hay tres tipos de públicos que se enganchan con la banda. Uno es el de los viejos, que se sienten como en la gloria cuando escuchan temas que sonaron en su juventud. También los niños que, a pesar de la distancia generacional, se entusiasman cuando nos escuchan. Y están los putos que le meten fiesta como nadie”. Por el nivel de diversión que hay en esta fiesta, los putos fueron prescindibles.

Esa cuestión generacional de la que habla Mauricio se ha colado en el club de fans de Los Avelinos, que ya cuenta tres años de vida y una veintena de miembros que van desde los cuatro hasta los 35 años. Sandra, su fundadora y presidenta, la boca pintada con un color más rojo que su pelo teñido, llegó hasta Banda del Río Salí junto a dos miembros más del club, mucho más jóvenes que ella, para hacerle el aguante al grupo.

Las tres mujeres se dedicaron a cantar todos los temas y filmaron los tres sets completos de canciones con sus celulares. Más tarde subirán los videos a la cuenta de Facebook que abrieron el año pasado.

“Ser fan de Los Avelinos implica seguir a la banda a cualquier lugar y tipo de evento: cumpleaños, casamientos, eventos empresariales, bailes en comunas y de carnaval”, cuentan las tres mujeres entre risas. Son algo así como las coleras oficiales del grupo. Donde toque la banda, no hay seguridad ni listas de invitados que las frenen.

Las tres están nerviosas porque esta es la primera vez que son entrevistadas. Aquella tarde, el frío, de esos que empañan vidrios, les ha impedido calzarse las remeras oficiales del club de fans. Y si no hay remera, tampoco hay vincha. “Sólo se usan combinadas”, sentencian. Y aprovecharon la ocasión para pedir que más gente se sume al club de fans. “Te dejo mi número de celular para que lo publiques”, me pidió. Sus deseos son órdenes: 154029364.

La cantidad de lugares que han enumerado las chicas, da muestra que Los Avelinos tocan a donde los llamen. “A nosotros nos contratan y podemos animar una fiesta privada, como un cumpleaños o un casamiento, y hasta un acto político”, detalla Carlos mientras levanta su dedo índice derecho y se lo lleva a la sien, señal de que ha recordado algo que quiere compartir: “todos los años, una o dos veces, tocamos para La Inimitable (la barrabrava de Atlético). Ellos hacen un festejo privado y siempre nos contratan. Los que se la tienen que bancar son mis músicos porque, a excepción de mi hermano y yo, todos son hinchas de San Martín, y los muchachos nos obligan a tocar con camisetas y gorros de los Decas”, cuenta mientras suelta una carcajada.

Ese fanatismo del que habla Carlos, es el que su hermano y él heredaron de El Maestro. Tal era el sentimiento que Don Avelino tenía por la celeste y blanca, que en 1976 grabó un LP con la marcha de Atlético, en la que coló un relato de Osvaldo Cafarelli sobre un gol que Julio Ricardo Villa le convirtió a San Lorenzo de Almagro por el Campeonato Nacional de 1975. No hay hincha de Atlético que no haya cantado el “gol, gol, gol, gol y goooooooooool”.

El Maestro tocó en los aniversarios del club sin cobrar un solo centavo. Hasta llegó a hacerlo en un partido semifinal de la Primera B Nacional contra Chacarita Juniors, en pleno encuentro luego de que Mauro Amato convirtiera el único gol del partido. En ese entonces, el fallecido árbitro Fabián Madorrán, suspendió por dos minutos el encuentro debido a que la banda no paraba de tocar tras el gol. “Mi viejo ofreció al grupo para tocar en la previa y en el entretiempo del partido. Pero en un momento nos dijo ‘hace un gol el Deca y empezamos a tocar’. Y cuando hizo el gol Amato, nos ordenó: ‘larguemos’. Se calentó el árbitro”, recuerda Carlos.

Así como El Maestro fue un fervoroso hincha de Atlético, también fue un devoto de la Iglesia Católica.

Tanto, que logró que sus siete hijos, dos varones y cinco mujeres –Graciela, Rossana, María, Ester y Adriana- cantaran en el coro de la Iglesia de Fátima los fines de semana, mientras él las dirigía. Eran tiempos en los que la familia vivía en Villa 9 de Julio, hasta que en 1978 se mudaron a Yerba Buena. De ahí, cada uno fue formando su familia y cambiando de domicilio.

El momento de mayor éxtasis en la fiesta se produce cuando suenan los primeros acordes de Ojalá no te hubiera conocido nunca, versión cumbia que Los Avelinos hicieron de la canción Siempre que quiera, del grupo español Muchachito Bombo Infierno. La versión que grabaron Los Avelinos es la que los productores de la película Los dueños utilizaron para musicalizar el film. Tanto Carlos como Abel, no tienen ni la más remota idea sobre qué es Los dueños, de qué se trata, ni mucho menos que la película ha recibido una mención en el festival de Cannes. “A mí me llamaron unos productores y me pidieron permiso para usar la canción. Yo les dije que sí, que no había problema. Tendré que verla a la película. ¿Ya se la puede alquilar?”, pregunta Carlos inocentemente.

Como la canción es reconocida, el niño y la niña que se habían ubicado frente a la banda, corrieron las sillas y, tomados de las manos, se pusieron a saltar. Los viejos borrachos que pedían temas también se han tomado de la mano para bailar, sin soltar un sólo segundo la copa en la que mezclaron vino con coca, la bebida que se ha transformado en vedette de esta fiesta.

Y la frontera artistas-público ha sido derrumbada. La gente se acerca a los músicos y se saca fotos mientras ellos siguen tocando. Los solteros, los casados, los divorciados, los viudos; todos han llegado al pico mayor de jolgorio. Y el vino con coca vuela sobre las cabezas de los que están bailando.

El feeling que han despertado en la gente es el que suelen encontrar en el público de localidades del interior de la provincia. “En los bailes de las comunas y en los carnavales, la gente es más receptiva con la banda. Son años. Los Avelinos se han convertido en una marca registrada”, comenta el menor de los hermanos.

Tucumán fue siempre su hogar, a pesar de haber tenido un período de fama en las afueras del Jardín de la República. Durante parte de los `80 y los ´90, el grupo tuvo numerosas presentaciones en Capital Federal y alrededores, en las que compartieron escenario junto a Gladys La Bomba Tucumana, Ricky Maravilla, Alcides, Koly Arce y Bady. “Pegamos bien en Buenos Aires. Tocábamos hasta fin de semana por medio allá”, detalla Carlos. “Lo que nos jodió fue la mafia de los porteños. Para actuar tenés que estar con ellos”, me cuenta Abel. Y revela una anécdota: “una vez, tocamos en una cantina de La Boca. Cuando terminamos el show, armamos nuestras cosas y nos retiramos. Al salir vimos que el ómnibus que teníamos nos lo habían choreado. Era la mafia que maneja la cumbia”. Y agrega: “dos días después lo recuperamos. Mi viejo había explicado en la comisaría que era nuestro medio de vida, con el que viajábamos a todas partes. Lo hallaron en Quilmes, un poco destartalado. Difícil de encontrar no era; estaba pintado de verde y dorado”.

Ese hecho fue uno de los motivos por los que Los Avelinos decidieron afincarse en la provincia. Y, según su testimonio, mal no les fue: “tenemos la suerte de ser uno de los pocos artistas tucumanos que fueron y son profetas en su tierra. Nos alcanza con laburar únicamente aquí todo el año”, infla el pecho Carlos.

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Abel y yo estamos afuera del salón conversando. Me cuenta anécdotas sobre su viejo y la banda. Hasta que en un momento suelta una confesión inesperada. Antes de hacerlo, se cercioró de que nadie lo estuviese escuchando (ese “nadie” en realidad se trataba de Carlos, su hermano): “es mucho esto de tocar los fines de semana, los feriados… A veces llego a mi casa –en Bella Vista- como a las seis de la mañana de un domingo, luego de haber salido un sábado al mediodía. A mi edad esas cosas desgastan”.

A Abel los años han comenzado a acusarle recibo. Llegó a la banda en 1985. Se alejó en 1992 porque su estado de ánimo andaba por el piso tras la muerte de su primera esposa. Años después se casó por segunda vez y tuvo cuatro hijos.

Hasta que en 1999, y por pedido de su madre y su hermano, volvió al grupo para reemplazar a su padre, quien falleció el 20 de diciembre de ese año.

Los Avelinos tienen un trajín similar al de los empleados públicos: la banda sólo para en enero. De ahí, todo el año arriba del escenario los fines de semana y los feriados.

Sin estar al tanto de los sentimientos y pensamientos de su hermano, Carlos, que en el pasado le hizo un lavado de cara a la banda, ahora está enfocado en el futuro de Los Avelinos. Se ha convencido de que su hijo, Carlos Javier, tiene todas las condiciones para comenzar a tocar en el grupo. Para ello, le ha pagado un profesor de saxo y, apenas termine el colegio secundario –cursa el último año-, será parte de Los Avelinos. “Cuando mi hijo entre a la banda, voy a cumplir un sueño de mi papá porque él quería que su nieto sea músico”, revela con una alegría indescriptible en el rostro.

Javier demuestra un entusiasmo similar por la música al que mostraba su padre a temprana edad. Lo acompaña a todos los recitales que puede y, en las horas de trabajo, en el estudio de grabación que está en la casa en la que viven. En él reside el legado de Los Avelinos.

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“El que no hace palmas es hincha de River”, repite Manuel, voz y coros de la banda, quien parece haber olvidado que el salón entero está adornado con telas rojas y blancas que hacen alusión al fanatismo que el dueño del cumpleaños, Radín, siente por el millo. A nadie le importa. Todo es descontrol: los mozos han dejado de servir para sacar a bailar a alguna señorita. Los que estaban bailando se fueron sobre los músicos para abrazarlos mientras estos están tocando. Al cumpleañero lo subieron sobre los hombros de un tipo y, desde las alturas agita a todos con un “ey, ey, ey”.

Los dos borrachos del principio se apoyan contra los parlantes para mantenerse en pie. A cambio de un poco de equilibrio, están sacrificando sus tímpanos.

Son las 18.30, el show está llegando a su fin, y Abel continúa siendo el más asediado por todos. “¡Sos la viva imagen de tu viejo!”, le grita un hombre al oído, mientras le aprieta el cachete izquierdo con la mano y le acerca un niño para sacarse una foto. Abel mira hacia abajo y trata de no perder la concentración y ejecutar las últimas notas de la canción.

De cerca, Javier, el hijo de Carlos, es testigo del fastidio que su tío debe tragarse. Le gusta todo ese alboroto que hay a su alrededor. Se le nota en la mirada.

Días después, Abel ya no esconde su sentimiento respecto a la banda. Y sin preocuparse por quién lo escuche – o lo llegara a leer- declara que, como mucho, le queda uno o dos años como saxofonista de Los Avelinos. “Ya no estoy para estos trotes”, asegura.

Al igual que su hermano, ve en Javier el próximo eslabón para la continuidad de la banda. “Dentro de muy poco tiempo, a mi ahijado le voy a entregar el saxo y él continuará el legado de mi viejo”, confirma.

Tanto Abel como Carlos, me cuentan que la banda va a realizar un show gratuito en diciembre, en el Teatro San Martín, a modo de homenaje a su viejo, que, por cosas del destino, cumplía años el mismo mes que falleció y que tocó por última vez en la banda.

Tal vez, el mismo mes en el que El Maestro cerró los ojos para la eternidad, un nuevo integrante asome en el horizonte para asegurar la continuidad de la banda. Uno más que viva del legado de El Maestro.

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