Bitácora Zeta

Dos años de Tucumán Zeta

Pasaron dos años desde que Tucumán Zeta está en línea. Dos años completitos, dos años exactos. Hoy, 18 de octubre, estamos de cumpleaños. Y en esa costumbre repetitiva que tenemos las personas de festejar números redondos, me siento con esfuerzo a redactar esto.

Es complicado trabajar con palabras escritas porque resulta que uno no depende de uno. Uno depende de cuando las palabras quieran ser escritas. Y muchas veces uno se pelea con la hoja y no la quiere ver, ni le importan los textos, las ideas, ni nada. Ni nada que signifique escribir. Un trabajo que podría ser cómodo, con aire acondicionado y sentado en una silla de respaldo alto se vuelve tedioso, angustiante, preocupante. Y lo peor de todo es que causa miedo; miedo a no poder escribir nunca más, miedo a volverse aburrido, miedo a volverse monótono, gris, insípido. Miedo a tener menos expresión que una piedra.

En estos dos años en Tucumán Zeta, he pasado alguna vez por esta etapa maldita; es un desierto que sube por los pies y vuelve pesado, con arena hasta las canillas, el camino hasta la hoja en blanco. Se bloquea todo: los dedos escriben pero saben que será borrado ni bien terminen la frase. Las ideas pierden fuerza, no me gustan. No puedo permanecer sentado más de un minuto. Me voy. Abro la heladera, tomo agua, busco los auriculares y salgo a la calle.

Pero mientras todo esto sucede hay algo que no se detiene: el mundo.

Salgo a la calle y la vida está ahí. Una mujer que carga bolsas del supermercado, dos jovencitos que se besan en un banco de la plaza, una chica que se ríe mientras mira el teléfono celular, un taxista apurado, unos niños que se amontonan alrededor del vendedor de golosinas, un anciano que camina solo, otra mujer que llora en la puerta del hospital.

Veo vida. Pienso, converso, comparto, trato de entender algo que no sabía. Y en algún momento eso se vuelve texto escrito. Se escribe primero en la cabeza, con tinta de lo que uno vive, y luego, por último, pasa a la hoja, en estos códigos que son las palabras. Al escribir la primera letra, aparecen ideas que uno no tenía presente. Aparecen, de algún lugar salen.

Esa es una batalla diaria en Tucumán Zeta. Eso me cuesta. Hay veces que el motorcito no arranca. Y uno tiene que pelear con sí mismo porque el valor que le asignamos a algo, depende de lo que nos haya costado. Lo fácil se vuelve automático. Y automáticos son los robots. Yo no quiero ser un robot. Prefiero todos mis laberintos internos, mis complicaciones, mis frustraciones para vencerlas así entender que estar vivo es un logro, es un milagro.

En los primeros días que estuvimos en línea, algunos medios nos entrevistaron y nos dieron la oportunidad de presentar a esta revista mediante sus plataformas, algunas digitales, otras impresas. No recuerdo dónde, pero apareció un comentarista anónimo que pronosticó que “no duraríamos ni tres meses, como todo lo que se hace en Tucumán”.

No es fácil poner en marcha un proyecto. No es fácil llegar a tres meses. Y es difícil mantenerlo. Y no hablo de plata porque Tucumán Zeta no depende de dinero, está sostenida por un intangible muy preciso, que no todos pueden encontrar ni conservar, pero que se vuelve sumamente explosivo cuando se pone en marcha: La vocación.

Nuestra vocación de escribir implica ese desafío que tenemos con nuestro espíritu y que hasta ahora, hasta el día de hoy, mantenemos. Dice el Negro Dolina que el amor es el sentimiento más inestable de todos y que no entiende cómo una pareja puede jurarle a Dios que amará a alguien por el resto de su vida ¿Cómo alguien puede estar tan seguro de lo que sentirá en los próximos años?

Con la vocación sucede lo mismo. Hoy cumplimos dos años. Hasta ahora, esta es nuestra revista. Y seré parte de Tucumán Zeta hasta el día que no me apasione. Hasta que ese desierto desparezca y no me angustie el no poder escribir. Si no me angustiaría, no me importaría. A Dios gracias, cuando ando mudo, ando preocupado.

Por que cuando empezamos -hace más de 30 crónicas locales publicadas- no vinimos a proponer tiempo, ni dos años, ni tres meses: Tucumán Zeta fue creada para ofrecer periodismo narrativo de calidad en esta provincia.

¿Lo hemos logrado? No sé, pero esta es la revista de la que alguna vez soñé ser parte. Y como no existía, la tuvimos que inventar.

Con El Pollo Svetliza y Bruno Cirnigliaro laburamos mucho en este proyecto. Muchos días, muchas horas. Puede ser difícil trabajar con tantas subjetividades expuestas y publicadas (hechas una revista) pero tuvimos que aprender de cero. La hicimos a nuestra manera sin que nadie nos indique nada porque no teníamos a alguien que nos indicara. Solitos, dimos estos pasos. Tuvimos unas ideas y las hicimos acción. Ahí está nuestro logro. Esa es nuestra victoria.

Se sumaron la Flor Zurita y Diego Aráoz y armaron el equipo de foto. Y tantos colaboradores tenemos que somos una familia grande. Una familia que se extiende a los profes que nos invitaron a compartir nuestro proyecto con los estudiantes, a los estudiantes, a los periodistas que nos llaman, a los amigos que comparten nuestras historias y a toda persona que ayudó a que Tucumán Zeta creciera para que pudiéramos llegar a más lectores, quienes gratuitamente pueden leer nuestro trabajo.

Los lectores, a quienes ofrecemos en bandeja lo mejor que sabemos hacer en nuestra vida. Será poco, será mucho: es lo que somos, es lo que pudimos hacer hasta ahora. Sin disfraz, ni careta: esto somos. Y me enorgullece.

Ahora bien, si alguien me pregunta cómo nos fue con Tucumán Zeta estos dos años. Me imagino sólo una respuesta:

-La hicimos, hermanito. La hicimos.

Y está en marcha. Eso no es poco.

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