Chau Roke

Bitácora Zeta

Chau Roke

Esteban del Santo escribe sobre su colega, el fotógrafo de la Ciudadela que, pese a las tristezas que pasó por ser amputado, decía que estaba en pie, con un solo pie, pero en pie.

Era una clásica tarde de domingo en la Ciudadela. El Santo jugaba con Los Andes por una nueva fecha de la B Nacional y yo me preparé para ir a la cancha a hacer fotos como habitualmente lo hago: primero la previa a los alrededores, donde los vasos y los abrazos se mezclan con el humo de los choris, donde son todos amigos, hermanos, aunque nunca antes se hayan visto. Luego las tribunas, que de a poco se van poblando, y por último el campo de juego. Y,  ahí adentro, entre todos los colegas fotógrafos estaba Roke.

Era un día normalmente especial como siempre que juega San Martín. Y digo especial, esta vez también, porque no sabía que esa tarde nublada iba a conocer a Roke Chávez, una persona humilde, sencilla y luchadora como todos lo describen.

Me llamó la atención porque su impronta no es una imagen que se suele ver a menudo en un campo de juego: un fotógrafo que trabaja con la pierna amputada. Ya lo había visto en otras oportunidades, pero siempre detrás de la tela, en la tribuna, en la barra, como un hincha más pero con sus muletas, su cámara y su sonrisa de tanguero. Tanguero era él por herencia de su padre.

Fanático de San Martín y fotógrafo, eso nadie lo duda. Aunque también tuvo otros empleos: pintor, letrista, feriante, heladero, vendedor de pollos… casi tantos empleos como Don Ramón.

Una tarde me invitó a su estudio, que más que estudio parecía un baúl de recuerdos: fotos por doquier, el tocadiscos que era de su padre y cuadros con pinturas de su hermana. Cuando golpeé las manos él desde adentro me gritó: «Pasá, pasa nomás». Ahí me contó orgulloso que hasta llegó a jugar en las inferiores de San Martín, dirigido por “El burro” Carol. Porque Roke amaba jugar al fútbol: “El fin de semana era jugar al fútbol y meterle al escabio. Ya no estaba en San Martín pero yo seguía jugando. Eran campeonatos no profesionales. El problema es que después de cada partido siempre estaba el tercer tiempo. Y que a mí me duraba mucho el tercer tiempo, me dedicaba a cantar tangos que es lo que me gustó siempre”.

Fotógrafo desde el 78, cuando tenía apenas 18 años, la fotografía fue su medio de vida y el sustento de su familia hasta su último día, el 3 de abril pasado.

Una tarde en su casa me contó que hizo más de 3.000 gigantografias. Las editaba y diseñaba él mismo. Se sentía a gusto haciéndolas. Salvo una vez le tocó una que le dolió bastante, la de su sobrino Ezequiel, que falleció víctima de un cáncer. Y esta triste realidad también fue el comienzo su nueva relación con el club.

Era la época de Diego Cagna como Director Técnico. Roke había hablado con las autoridades para que el equipo mostrara la pancarta de su sobrino. Y aquello ocurrió tal cual lo quiso en el partido contra Boca Unidos, el 24 de noviembre de 2016.

Luego volvió al club para hablar con algún dirigente. Y entonces lo atendió Ruben Moisello, que en ese momento era el Gerente. Cuando lo vio tramitó su propia credencial para entrar al campo de juego y hacer lo que más le gustó en el lugar que más amó.

Ese día estaba nublado (el clima que más me gusta para hacer fotos). Cuando lo encontré, le pedí permiso para hacer la foto. Me dijo que sí y después charlamos por primera vez.

Después me confesó que esa fue foto su carta de presentación para, entre muchas cosas, conseguir trabajo: “Porque el sólo hecho de que te vean amputado en una cancha de fútbol te da un poco más de aceptación a la hora de presupuestar un laburo. Y también es la oportunidad de mostrarle a la gente que no estoy caído del todo. Que sigo en pie, con un solo pie, pero de pie”.

A lo largo de su vida, Roke tuvo una vida normal; con sus buenos y malos momentos. Un dia, pintando se cayó de arriba de la escalera y se rompió la rodilla. Operación tras operación, se sumaron a la mala circulación y a la diabetes y, reacio para ir a los médicos, finalmente en el año 2015, le amputaron la pierna derecha a la altura de la rodilla.

Me contó que, después de lo de la pierna, sintió mucho la discriminación. Que los clientes que tenían tres o cuatro hijos habían dejado de llamarlo para que él fotografiara sus cumpleaños.

“Con el tema de la pierna sentí bastante la discriminación de la sociedad. Perdí muchos laburos, muchos clientes, muchos amigos. Porque todos esos amigos que tenía cuando me juntaba a jugar al fútbol, a comer un asado o a cantar tangos, a muchos, no los volví a ver más. Pero con el tiempo, las redes sociales me ayudaron un poco para que la gente vea que estoy en pie, estoy laburando y haciendo lo que me gustó siempre”.

Conversé dos veces con Roke en su casa, en el último mes.  Me invitó a su estudio en barrio Floresta. Es un lugar sencillo: un mural de Carlos Gardel en la puerta, la tapia baja y los perros ladrando en el patio. Su anciana madre sentada en la puerta y, detrás de ella, hay otras pinturas tangueras. Cuando me invitó a pasar, me esperó sentado frente su computadora, tomando una Mirinda Manzana, mirando a la ventana que da a calle Las Piedras, donde los vecinos que pasaban, iban y venían y decían: “Hola Roke. Chau Roke”.

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