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En el corazón de la montaña, una audiencia fue determinante, tras nueve años, para la condena de los asesinos del comunero de Los Chuschagasta.
La Justicia llega tarde, nueve años tarde, pero se anima a atravesar el corazón de la montaña, a recorrer 73 kilómetros desde la comodidad de la sala de audiencias para adentrarse en el territorio de la comunidad Los Chuschagasta. La mañana se cierra en una niebla helada con un viento que cala los huesos. La cantera de laja, el escenario principal del crimen, se encuentra cercado por un intenso operativo policial. Desde el cielo zumba un drone que va registrando la medida. El resto de las cámaras que no pertenecen al Ministerio Público Fiscal, de periodistas y cineastas, son obligadas a observar de lejos, en la parte alta de la lomada, como espectadores que fueron invitados de mala gana al show judicial. Los imputados Darío Amín, Luis Humberto “El Niño” Gómez y Eduardo Valdivieso, en cambio, filman y transitan a sus anchas, y hasta se sacan “selfies” con sus abogados, como recuerdo de un verano en la playa.
El tribunal, integrado por los jueces Wendy Kassar, Emilio Páez de la Torre y Gustavo Romagnoli, llama a las partes para dar inicio a la reconstrucción de los hechos. Desde lo alto de la montaña cuesta distinguir a los actores, confundidos en una multitud de ropas informales; entre las piedras no se puede andar con traje o zapatos de tacón. La Justicia se viste de “sport” para, por primera vez, acercarse a una comunidad indígena. Allí donde todo es más difícil, el acceso a la salud, a la educación, y a la misma justicia son siempre un terreno sinuoso y cuesta arriba.
Durante más de cuatro horas se teatraliza lo ocurrido. Algunos voluntarios pertenecientes al Ministerio Público Fiscal ofician de intérpretes para dar forma a las versiones de las partes. Ya en la cantera los acusados se adelantan para dar primero su versión. Escenifican con voz estruendosa, justificando los disparos contra los comuneros desarmados como un acto de legítima defensa. Luego llega el turno de testigos del hecho: Delfín Cata, Genaro Chocobar, Emilio Mamaní, Alberto Orlando Cata y Lucrecia Cata. Sobre la parte baja del terreno, en la cantera misma al costado del arroyo, se recrean los últimos momentos de vida de Javier Chocobar, justo al lado de la gruta que la comunidad construyó en su memoria. Delfín Cata recorre el lugar, señala por dónde venía Javier, bajando por la ladera y dónde estaba él. Levanta la mano mostrando cómo Gómez lo atacó y le disparó al lado de sus pies porque intentó fotografiarlo, y cómo logró inmovilizarlo. Luego los disparos desde atrás empuñados por Amín que hirieron gravemente a Emilio y Andrés Mamaní y terminaron con la vida de Javier. Su relato coincide con cada uno de los testigos, pero hay algo que falta en la escena: la confusión, los gritos y la desesperación de ese día.
Audolio Chocobar, Chanito para sus conocidos, tiene la misma mirada que hace nueve años cuando vio a su padre morir desangrado de un tiro en la pierna, a unos pocos metros de su propia casa. “Hoy espero que les quede claro lo que pasó y que los condenen a cadena perpetua”, dice. “Estamos unidos, apoyando a nuestros compañeros que deben declarar”, sostiene firme, sin quebrarse, aunque sabe que esto no es fácil para ninguno. Mucho menos con los asesinos paseando impunemente de nuevo en su territorio.
Ya aliviado y sin el peso de la tensión de declarar, Delfín Cata se abraza con Belén Leguizamón, abogada querellante de la causa. “Es tremendo todo lo que hacés, tenés que estar orgulloso”, le dice ella con la intimidad de quienes se conocen, se respetan y se quieren mucho. “Sabíamos que no iba a ser fácil”, le contesta Delfín en referencia a la presencia de los imputados. “Pero esta vez fue diferente, no estaba tan nervioso como la primera vez que declaré allá en la sala, porque aquí estamos en nuestro lugar, aquí nosotros sabemos lo que pasó ese 12 de octubre, no nos hace falta mentir”. Sin dudas es diferente, porque esta vez la Justicia fue a la Comunidad, conoció el territorio comunitario, se cruzó con sus siembras, con sus animales, con sus casas.
Hoy volvieron a marchar hasta la ciudad. Con la whipala en alto y la foto de Javier hicieron su trinchera en la sala de audiencias como desde hace dos meses. Esta vez para escuchar una sentencia:
Eduardo Valdivieso condenado por partícipe secundario en homicidio agravado por arma de fuego, tentativa de homicidio, portación ilegal de armas a 10 años de prisión.
Luis Gómez condenado por partícipe secundario del delito de homicidio, tentativa de homicidio y portación de armas, a 18 años de prisión.
Y Darío Amín condenado por homicidio agravado y tentativa de homicidio a 22 años de prisión.