La atroz muerte de Ángel Pisarello

Crónicas de Acá

La atroz muerte de Ángel Pisarello

Militante histórico del partido radical, Ángel Gerardo Pisarello murió bajo las armas de la última dictadura militar. Hoy, su apellido es un emblema que muy pocos conocen. Esta es la primera vez que alguien cuenta su historia: cómo fueron sus últimas horas, cómo pensaba alguien dispuesto a morir por sus ideas.

“Desde 1930 se vienen sucediendo los golpes militares en la Argentina y todos son iguales, mucho bla bla para que no cambie nada”.

Con esta frase taxativa y mirando fijo a su mujer, Ángel Gerardo Pisarello cerró la puerta de cancel y salió a la calle con paso largo y urgente. Le estiró la mano a un taxi que venía buscando clientes, subió y dijo: “a la cárcel de Villa Urquiza, por favor”. Ningún jugador es capaz de barruntar un desenlace perdidoso. Así era Ángel, aunque no jugaba.

Se bajó del auto y una multitud se había arremolinado en la puerta de entrada de la penitenciaría porque hubo un intento de huida, tableteo de ametralladoras, gritos, autos que salieron raudamente entre chillidos de cubiertas y más gritos. No todos lograron huir. Algunos quedaron sobre alfombras de sangre, puertas abiertas y autos funcionando sin chofer.

Él era así: se abrió paso entre la gente y cuando llegó al cordón policial que cercaba la puerta, dijo:

– Llame a algún responsable, soy abogado y voy a intervenir en este hecho por pedido expreso de los familiares de las víctimas.

Los cancerberos –todos transpirados, pero con cara ajustada- no contestaban. Sólo sostenían sus escudos con firmeza y con las armas largas en la mano derecha.

Entre ambulancias y patrulleros se llevaron todo. Llegó un camión hidrante de los bomberos de la policía y lavaron la calle roja. Con el agua disolvieron el color y Ángel quedó del lado de adentro esperando a un funcionario que – después de horas – avisó por medio de un auxiliar que no llegaría. Se abotonó el saco y salió. Cuando estuvo afuera y la puerta de rejas cerrada con trabas y candados, un guardiacárcel se acercó desde el lado de adentro y le gritó: “¡seguí jodiendo vos, vas a ser boleta!”.

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*****

Él era así.

Un día, cuando éramos jóvenes, nos invitó a su casa porque tenía algo importante que mostrarnos. Llegamos y nos sentó alrededor del tocadiscos.

“Escuchen”, dijo.

Música dramática y una voz que anuncia a Fidel Castro leyendo una carta del Che Guevara. Luego, Julio Cortázar habla sobre la Revolución Cubana. Un locutor profesional refiere los logros de la gesta.

Sentados, casi agazapados, con miedo y frío, escuchamos atentamente. El Flaco Pisarello – así lo conocían todos – nos mira y se entusiasma con nuestro entusiasmo.

Nos vamos de su casa con una copia del disco envuelto – a nuestro modo de ver – discretamente para compartir con otros. Incluso llegamos a escucharlo en la casa del profesor de geografía.

Su esposa, la Aurorita, tenía un autito que el Flaco le sacaba para salir con algunos de los dirigentes gremiales de la época, a tirar bombas molotov por las calles. Quienes hoy lo refieren dicen:

-¿Ves? ¡estaba loco!

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Ángel Gerardo Pisarello nació el 23 de septiembre de 1916 pero lo anotaron el 24, en La Salada, Corrientes. Descendía de un genovés, José Francisco: filoanarquista, militante de la Unión Cívica Radical, llegado a la Argentina en 1850. A poco de nacer “el Flaco”, se fueron a vivir a Chaco, donde instalaron una imprenta.

Con la Tatá – la primogénita de Pisarello y de Aurora Prado – somos amigos desde antes de nacer porque nuestros padres ya eran amigos entrañables. En su casa, que es hermosa, en el barrio sur, después de mirar el generoso jardín, tomamos varios cafés porque nos vimos varias veces para esta crónica, evocamos anécdotas intercaladas de risas y lágrimas en momentos distintos.

Mi padre, – cuenta la Tatá- se acordaba que iba a la casa de sus primos y nadaban en las lagunas correntinas, que son pequeñitas, y contaba que se subían a una balsa y se internaban lago adentro. La hermana, la Cambita, lloraba desde la playa porque se podían perder y no volver nunca más.

En Chaco, Pisarello fue auxiliar de contaduría de la Municipalidad. Entró a militar en el partido radical y fue secretario del Concejo Deliberante. Ése fue su primer trabajo político, en 1938.

Se fue a Córdoba a estudiar abogacía pero no lo aceptan porque su primo hermano, poeta, era miembro del Partido Comunista.

En ese momento estaban mal vistos los del PC, siempre estuvieron fichados y no lo aceptan, me cuenta ahora su hija Tatá.

Se va a Buenos Aires y le sucede lo mismo. Finalmente lo aceptan en la Universidad de Tucumán. Aquí apenas ingresó, lo eligieron consejero directivo de la facultad. En 1946 es elegido delegado de la Facultad de Derecho en la Federación Universitaria de Tucumán. La de aquel tiempo era exigente con los estudiantes que debían ser consejeros. Pedían primero ejemplo antes que militancia. Pisarello tenía ambas cosas. Sucedía alrededor del año 1947. Con Hugo Fabio y con Celestino Gelsi – ex gobernador de Tucumán- arman la Juventud Radical. En el 48’ salió electo senador provincial.

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Orgulloso de su nuevo cargo político, le escribe a la madre: “Mamá, he sido elegido senador”. Y a vuelta de correo, ella le contesta: “Yo te he mandado a que estudies y no a que hagas política”.

Él era así: Radical, inteligente, voraz lector, de carácter vehemente y apasionado, un empecinado, con una cabeza en ebullición permanente, solía resultar una incomodidad para muchos.

Es muy divertido leer los diarios de sesiones de esa época porque a pesar de que había 29 peronistas y un solo radical, no se lo dejaba hablar, entonces aparece en la versión taquigráfica: “doctor Pisarello bájese de la mesa porque no tiene la palabra”, cuenta ahora su hija.

Después le hicieron juicio político. Lo defendió el doctor Ramón Adrián Araujo, pero sin remedio. Lo expulsaron, mientras hacían lo mismo con Celestino Gelsi en la Cámara de Diputados.

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Pocos saben quién era Pisarello y, sin embargo, hoy hay muchos que usan su nombre por mera conveniencia política. Hablé con un dirigente que me lo dijo con absoluta nitidez: “Pisarello fue mi bandera y ahora que me preguntás no tengo la menor idea de lo que le pasó. Sólo sé que lo mataron, que fue trágica su muerte, que hubo crueldad, que fue durante el proceso, y nada más”.

Hasta hoy, hay agrupaciones políticas que llevan su nombre. Incluso su muerte, la muerte de Ángel Gerardo Pisarello, en la Unión Cívica Radical es una bandera que se evoca en cada aniversario del partido. Está en la memoria difusa de algunos radicales de la época –que quedan pocos- a pesar de que el partido fue un soporte sólido para la familia en el momento de su muerte.

Me da la impresión de que a la memoria la han perdido los jóvenes y no los viejos.

La dictadura del llamado «Proceso de Reorganización Nacional» de 1976 agravó la situación económica y social de la provincia, agobiada ya como consecuencia de la instauración de la «Revolución Argentina» de 1966, que cerró once ingenios azucareros y provocó la emigración de una cuarta parte de su población, en busca de nuevas fuentes de trabajo. El Proceso, a su vez, favoreció con su política económica a los sectores más concentrados de la economía y provocó la ruina de la industria argentina. Con el fin de someter y disciplinar a los sectores populares, los militares desplegaron una feroz represión y recurrieron al terrorismo de Estado y la desaparición de personas –una deriva criminal ya iniciada, por cierto, por el gobierno de Isabel Perón que los precedió: los verdugos mandaban y una buena parte de la sociedad era su cómplice.

Pisarello fue una de sus tantas víctimas.

Había tenido en aquellos días – poco antes de su desaparición – muchas reuniones largas en varias casas de gente afectada por el terrorismo de estado y volvió a su casa. La Petisa – como mentaba a su mujer – lo esperaba preocupada porque había visto en la tele, y escuchaba por la radio que las cosas estaban cada vez más feas. El día lo había terminado visitando a su hija mayor que había dado a luz su segundo hijo.

Mientras cenaba con su habitual cognac Tres Plumas contó sin detalles los acontecimientos que había vivido, en realidad, padecido. Cada día era un padecimiento.

Se acostaron con Gerardito, su hijo menor que tenía cinco años. Antes de dormir buscaban los diez errores en las viñetas del diario La Razón. Él aún con los anteojos de marco notable color negro, puso una mano en la nuca y dijo: “esto parece distinto”, en tono melancólico y casi en voz baja. Puso los lentes en la mesa de luz, apagó su velador y mirando a su hijo –que estaba de espaldas- le puso la mano encima con ternura y se durmió.

*****

En el “Bom-Bar” estaban tomando café dos periodistas. Se les acerca un tercero, que hacía policiales y les dice: “Mañana va a aparecer muerto Pisarello en Parque Aguirre, en Santiago del Estero”.

Los dos hombres se miraron y siguieron con la vista al informante que se fue hacia la calle.

No abundó en detalles.

*****

El anuncio se ratificó tal como había sido anunciado.

Habían pasado dos horas desde que se inició el 24 de junio de 1976. La puerta de entrada y la de cancel cayeron reventadas por la inmisericorde pateadura que le dieron un grupo de matones con uniforme policial. Otro grupo de hijos de puta entraron por el fondo. No prendieron la luz del dormitorio. Brazos bárbaros sacaron a Pisarello de la cama en calzoncillos y se lo llevaron. Gerardito, desde su inocencia, dijo primero que su padre no tenía armas, y después que no se olviden de llevarle los anteojos.

Serenamente salieron los autos y el vecindario no supo que en esa noche uno de los círculos del infierno había morado en la casa de al lado.

La Aurorita, su mujer, fue a la seccional segunda de la policía a hacer la denuncia. La acompañó su hermana. Estaba en camisón todavía envuelta en un salto de cama.

 

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Siete días después, en Santiago del Estero, tres periodistas salen de la redacción del diario La Calle y van a desestresarse al Parque Aguirre. Dos – con ropa cómoda – empiezan a trotar. El tercero se queda en el auto dormitando porque esperaba que los aires generosos le sacaran varios fernet del cuerpo.

Estaba amaneciendo. La luz de la madrugada empieza a darle forma a las protuberancias que la noche había escondido. Entredormido y buscando una posición más cómoda, Isaac ve el perfil de un hombre en posición fetal sobre el pasto. Se despabila, se friega los ojos y espera que vuelvan sus amigos. Con el índice y en voz baja les dice lo que había visto. Quietos y asustados, los tres tucumanos ven que se trataba de un hombre. Cuando el sol es más franco, se acercan y reconocen el cadáver de Ángel Pisarello. “Es él”, dice el Negro Marcos y armaron una estrategia. Fueron al diario, trajeron la máquina de fotos, capturaron muchas imágenes, casi un rollo completo, volvieron a la redacción, sacaron un rollo virgen y volvieron al lugar. Sacaron más fotos y dieron parte a la policía. Cuando llegó un patrullero y un unimog del Ejército, lo primero que hicieron fue abalanzarse sobre la cámara de fotos y arrancárselas de las manos. El fotógrafo en un acto de histrionismo del más alto nivel se quejó e invocó leyes de todo tipo pero no sirvió de nada. El rollo había sido exhibido al sol para que no se registrara nada. Lo llevaron al cadáver e informaron a Tucumán que se había encontrado “un masculino mayor en ropa interior, muerto en Parque Aguirre por causas que se desconocen, que un periodista dice que se trata de un dirigente político de esa provincia”.

Van a reconocer el cadáver Félix Justiniano Mothe, mi padre, Luis Lencina y Miguel del Sueldo.

Cuando verifican que se trataba del Flaco Pisarello, en la morgue judicial les piden que firmen la entrega del cadáver de «este hombre muerto por un paro cardio respiratorio». Debieron ingresar de a uno por vez. La escena era conmovedora. Los daños infringidos eran infinitos. Ninguno de los tres aceptó firmar nada en las condiciones solicitadas, a pesar de las presiones – y fueron muchas – que recibieron.

Finalmente lograron traer el cadáver a Tucumán.

El diario La Gaceta publica el 3 de julio de 1976, en la página 2, una información en una columna titulada: El Cadáver de un Político Tucumano Hallaron en Santiago. El texto, fechado en Buenos Aires el día 2 y firmado por Télam, refiere que “el secretario de prensa del comité nacional de la Unión Cívica Radical, Rafael Di Stéfano, en comunicaciones telefónicas con las redacciones periodísticas, dijo esta noche que había aparecido en Santiago del Estero el cadáver de Ángel Gerardo Pisarello, dirigente partidario del distrito de Tucumán”.

Di Stéfano agregó que Pisarello, de 60 años, había sido secuestrado hacía ocho días y anunció que a las exequias del extinto asistirá el doctor Balbín.

El diario santiagueño El Liberal decía el 4 de julio:

“Fue identificado el cadáver que apareciera el viernes 2 en la zona sur del Parque Aguirre, en esta ciudad, rodeado de panfletos de una organización subversiva. Se trata del abogado tucumano Ángel Gerardo Pisarello, conocido dirigente radical de esa provincia”.

Según esa versión periodística, alrededor de las 10 de ese viernes 2 de julio, las autoridades policiales fueron informadas por vecinos que en la calle central del Parque Aguirre, entre las calles Mendoza y Catamarca, yacía en el suelo, semidesnudo, el cuerpo de un hombre, rodeado de libelos de una organización terrorista denominada Comando Grupo Lescano, que expresaba que el extinto había sido en vida el doctor Ángel Gerardo Pisarello, a quien imputan el haber “vendido” a varios de sus integrantes. Según informaron los vecinos, tales panfletos indicaban que el doctor Pisarello había muerto antes por lo que no pudo ser ajusticiado, como se pretendía.

Inmediatamente después de conocido el hecho, las autoridades policiales iniciaron diligencias para establecer fehacientemente la identidad del cadáver, que no presentaba ninguna herida de bala, pero sí señales de torturas en el cuerpo.

*****

Marcos Taire es uno de los periodistas que vio a Pisarello esa mañana en Parque Aguirre. Su relato sobre ese hecho no me animo a alterarlo. Es éste:

“A fines de junio de 1976, varios periodistas nos encontramos en la redacción de un diario que iba a salir en Santiago del Estero: La Calle. Estaban Domingo Schiavoni (salteño aquerenciado en Tucumán), el correntino Rubín, también el Flaco Acosta (creo que su nombre era Isaac).

Algunas mañanas Rubín y yo acostumbrábamos ir a trotar al Parque Aguirre. Un día de ese invierno, no recuerdo qué día de julio, Rubín me buscó en la habitación y yo preferí no salir porque hacía muchísimo frío. Me quedé en la cama, tratando de dormir un poco más. Al rato, no más de 20 o 30 minutos, Rubín regresó y todo alterado me despertó para contarme que había un cadáver tirado en el Parque Aguirre. Me vestí rápidamente, salí corriendo, pasé por el diario para pedir un fotógrafo y me dirigí con Rubín al lugar donde estaba el cuerpo. Al llegar vimos que era un cadáver que estaba medio despatarrado, apoyado en un tronco de un árbol. No me acuerdo si por la posición del cuerpo o porque estaba desfigurado por los golpes, no lo reconocimos de inmediato. En el lugar vimos que había algunos panfletos, y al recoger uno y leerlo descubrimos que se trataba de Ángel Pisarello. Esos panfletos acusaban al Flaco de haber sido un «delincuente subversivo» y defensor de «terroristas». El fotógrafo del diario, de apellido Gallardo, hizo un montón de tomas, desde todos los ángulos y nos fuimos cuando llegó la policía santiagueña, a la que creo que Rubín había avisado.

Conmovidos, regresamos al diario, desde donde llamé por teléfono al doctor Luis Lencina, querido amigo, para contarle que había aparecido el cadáver de Pisarello. No recuerdo que haya intervenido alguna autoridad del radicalismo santiagueño, pero mi memoria puede estar jugándome una mala pasada, a casi 40 años del episodio. Lo que sí recuerdo es que un rato antes de que Lencina me buscara en el diario apareció una comisión militar encabezada por el jefe del Batallón que tenía sede en Santiago, un coronel de apellido Correa Aldana. Los militares incautaron todas las fotografías tomadas por el flaco Gallardo”.

*****

Las calles decían: “fue un acto de coraje”, “un acto de inconsciencia”, “¿en qué habrá andado?”, “se lo merece por andar defendiendo zurdos de mierda”, “fue un patriota”.

Hoy, su muerte es motivo de espaciados homenajes. Pisarello no barruntó nunca una muerte así, sólo por ejercer una profesión y luchar por un país mejor.

Isaac Acosta, otro de esos periodistas que encontró a Pisarello en Parque Aguirre, y que habló para esta crónica, termina su relato con lágrimas en los ojos. Los ángulos de su cuerpo están marcados por su flacura. Tiene el bigote finito – como en los años 40 – y sus manos temblorosas producidas por la enfermedad del alcoholismo. Su notable palidez y la tensión que lo llevaba a caminar siempre por el borde de la ira se había relajado. Traté de señalarle algunas imprecisiones y algunos anacronismos pero me dijo con serenidad que esa era la verdadera historia. Que él ha sido periodista más años que los que yo tenía de vida y que no le discuta.

Recorrer los pliegos de la memoria de los contemporáneos de un hecho es dificultoso porque cada uno se ase (del verbo asir) de destellos que han sido tomado en momentos emocionales particulares y cada receptor tiene un impacto distinto. Han aparecido a lo largo de este relato contradicciones y han dejado al aire libre las heridas tremendas que deja la condición humana cuando mandan los crueles.

Al finalizar la charla, Isaac Acosta me espetó:

– Bueno changuito, ahora pagame un café o una ginebra, me da lo mismo.

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* Fotos Diego Aráoz, reproducciones de imágenes pertenecientes al archivo Diario La Gaceta.

 

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