Bitácora Zeta

Los buenos muchachos de Belo Horizonte

En el televisor del restaurante ahora están pasando el partido de la celeste contra Inglaterra. Desde las pocas mesas ocupadas, siguen con atención el palo a palo con el que ambos equipos definen su destino en la copa del mundo. Son las cuatro y media de la tarde y, a pesar de lo insólito del horario, hay gente, como nosotros, que almuerza con los ojos más en la pantalla que en el plato. No es para menos, el partido es intenso, acorde a lo que está en juego: seguir con chances en el mundial o irse a la casa. Los únicos indiferentes a la mano brava que se juegan esos 22 tipos en la cancha, son unos cincuentones que toman cerveza en una mesa en la vereda mientras escuchan la música de un auto con las ventanillas abiertas. No sé que gesto me hacen o que palabra pronuncian, pero al rato estoy yo también abstraído del partido, conversando con ellos.

Acá, en Belo Horizonte, hay un dicho que todos conocen y repiten cada vez que tienen oportunidad de hacerlo: ¨Belo Horizonte nao tem mar, mas tem bar¨ (Belo Horizonte no tiene mar, pero tiene bar). Es por eso que a esta ciudad se la conoce como la ciudad de los bares y es por eso también que hay acá muchos artistas, bohemios y mundanos de todo tipo, como estos tres buenos muchachos que beben alejados de la pantalla y de esa batalla futbolística ajena. En la banda están Cuca, un gordito pelado que habla arrastrando las palabras como suelen hacer los que sienten los golpes de la libación etílica. Él ha dejado a su mujer en el bar para acercarse a hablar, en su media lengua, de fútbol: que si Maradona, Pelé o Messi, que si el Atlético Mineiro o el Cruzeiro, Boca o River. Es efusivo y parece preocupado en que mi vaso no se vacíe nunca. También está Sergio, un ex minero a quien sus amigos definen como el dandi del grupo. Camisa a cuadros y sonrisa compradora, es el que gana con las chicas. El tercero tiene una remera que se ajusta demasiado a un cuerpo no precisamente torneado, anteojos oscuros y cadena de oro por fuera de la remera. Le digo que se parece a Robert De Niro, se sonríe y responde que él es Al y, después de una pausa, agrega: Al, por Al Pacino. Al rato ya no estamos hablando de fútbol, sino de mujeres. Para cerrar toda posible disputa al respecto, negocio: yo afirmo que las garotas brasileras son las más bellas del mundo, a cambio de que ellos admitan que Maradona es el más grande de todos, más grande que Pelé. Ellos aceptan de muy buena gana ¿A quién le interesa Pelé?

De pronto, en la pantalla hay un gol, el empate de Rooney para Inglaterra. Pero los buenos muchachos ni se inmutan. Sólo Cuca se acerca al televisor a ver de qué se trata eso. Sergio y Al están en otra cosa. Sergio ha puesto en la radio del auto la canción Hotel California, de los Eagles, y ha sacado del baúl un bongó con el que acompaña el ritmo del tema. Nos pregunta a mí y a Damián, los argentinos del grupo, si tocamos algún instrumento y cuando respondemos que no, nos mira y dice: Esto ayuda con las chicas. Él sonríe, Al sonríe, Damián y yo lanzamos risotadas. En el televisor, ingleses y uruguayos se están matando por la pelota.

Hay un último gol, un gol de sentencia. Es de Uruguay. Hay alegría y también tristeza, una tristeza que, definitivamente, no es ni mía ni de Cuca, ni de Sergio, ni de Al. Inglaterra go home. Esta noche, en Belo Horizonte no alcanzarán los bares, y los brindis se repetirán en las calles con cervezas y cachaças, Habrá una fiesta que será de todos, aunque definitivamente no de los ingleses. Me pregunto si los buenos muchachos seguirán en la vereda con sus cervezas y si Sergio estará tocando el bongó, si ellos estarán ganando.

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