Todas las noches, la noche

Universo Zeta

Taller de crónicas

Todas las noches, la noche

Siete jóvenes talentos retrataron la noche tucumana en la primera experiencia del taller organizado en conjunto por Tucumán Zeta y eltucumano.com. Salieron a buscar sus historias mientras muchos duermen y la ciudad no descansa.

Francisco fue el primero en llegar. La primera sesión del taller de crónicas de Tucumán Zeta en alianza con eltucumano.com era a las cuatro de la tarde, Tucumán se caía con la explosión del escándalo sexual de José Alperovich, la redacción era un coro de teclas y teléfonos, y en minutos comenzaba el desafío de empezar a retratar la noche junto a ocho jóvenes tucumanos y tucumanas.

A Francisco le siguieron María del Carmen, Julio, Leopoldo, Florencia, Diego Armando, Valentina y Mariano: ocho talentos dispuestos a cubrir la noche tucumana como nos gusta a nosotros, bien desde adentro, desde el lugar de los hechos, metidos, ojeando, pispeando, escuchando, rodeados de los protagonistas anónimos y no tanto que brillan mientras otros duermen.

Ese viernes, después del estallido, llegó el diluvio universal. En Central Córdoba tocaba Ulises Bueno. “No se suspende por lluvia”, informó Francisco en el grupo de WhatsApp más frenético del fin de semana que armamos Exequiel Svetliza, Alfredo Aráoz y Pedro Noli junto a los talleristas y se metió en la marea del cuarteto para contar que a Ulises lo vio mejor que nunca, que las banderas de los barrios más populares de Tucumán flamearon pese al agua y que una pareja de viejos cuarteteros de ley lo conmovió al costado de la multitud.

María del Carmen apostó sus fichas a uno de los templos paganos fundamentales para explicar la tucumanidad que es la hoja de ruta de eltucumano.com: “Voy al Casino esta noche”, anunció, escuchó el ruido de las tragamonedas, se eclipsó ante una pareja que lo perdió todo y volvió caminando desde la Sarmiento y Maipú hasta el Mercofrut, retrató la timba, las miradas desencajadas, los dientes pintados de rouge y el amanecer en La Zona de Gaby y los bares y billares y tacheros que son aves nocturnas.

Mariano eligió otro lugar sagrado que se levanta en el corazón de la plazoleta Dorrego, Qué Época! Confitería bailable, donde las motos estacionan a lo largo de toda la Marina Alfaro, una pareja corta una Norte con Pepsi en El Kun, y apuran el último trago mientras nuestro cronista habla con el dueño, retrata el baile, transpira, se abruma ante las imágenes que llegan desde el escenario más alto y una mujer desgarra su pecho ante una canción de Gary, la voz de terciopelo.

Foto de Mariano Ínigo Juárez.

Florencia iba a retratar una noche en Club84, pero no puede. Julio, sí: se mete en una fiesta drag peronista, dos mundos increíbles que se tocan en Santos Discépolo donde la final parece no importarle a un bailarín achupinado con zapatillas Adidas, quien entra en trance mientras suena la marcha y la ganadora montada como una Evita capitana de Diva’s cuida sus joyas y llora ante Kikín de blanco y La Torta Coach porque el pueblo la aclama, la vitorea y la ama hasta que San Lorenzo y Rioja ceda ante la mañana inevitable.

A Julio se ha sumado su compañero de aventuras Leopoldo, quien por primera se metió en una fiesta electrónica al palo en El Cadillal, bajo los beats, el flash del vj, el aura de los djs y el viaje de éxtasis de uno de los concurrentes que simplemente no podía dejar de bailar. Es una de las crónicas más aplaudidas cuando ya el domingo fue leída en el reencuentro, con las ideas frescas, vivas, pidiendo hacerse texto, copando la redacción al unísono no sin antes escuchar a los talleristas que retrataron la noche del Tucumán profundo.

Valentina y Diego Armando eligieron un bar. Valentina intentó desenmascarar uno de los mitos vivientes más indescifrables de la Banda del río Salí: un bar que no es bar, pero que se comporta como bar y parece un bar. Un hombre misterioso y extraño que cocina solo sandwichs de milanesa mientras atiende el teléfono con la otra mano y vende esos sandwichs de milanesa la noche que a él se le canta: se llama Tati, y retratarlo fue todo un desafío.

Un desafío en clave cómplice con la búsqueda de Diego Armando y Bubys, el bar más angosto del mundo, un pasillo apretado como un sándwich de lengua entre la iglesia de Aguilares y el cine que ya no abre. Un mundo de hombres que miran la final de la Copa Libertadores mientras toman cervezas protegidas de la humedad por fraperas de telgopor caribeño y conversan nada más y nada menos de eso que llaman vida.

Siete talleristas, siete historias, siete mundos, siete recortes de la noche tucumana que han dejado una experiencia ecléctica, reventada de cumbia, cuarteto, música electrónica, cerveza, lengua, milanesa, drag queens, sudor marica, parroquianos sin tiempo y la luna tucumana como testigo junto a nuevas miradas, nuevas formas de narrar, de contar, de vivir lo que nos atraviesa desde que cae la tarde hasta que asoma un nuevo día.

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