«Si esto no es vida, ¿la vida dónde está?»

Crónicas

Aborto al debate

«Si esto no es vida, ¿la vida dónde está?»

Unas 100 mil personas marcharon por las calles tucumanas y montaron un escenario dantesco a metros de la Catedral. Danzas, rituales, ecografías en vivo y un ruego: «Salvemos las 2 vidas».

¡Bum bumbum bum! ¡Bum bumbum bum! ─“¡Criminales! ¡Son criminales! ¡¿Ésto quieren matar?! Si esto no es vida, ¡¿la vida dónde está?!”─ ¡Bum bumbum bum! ¡Bum bumbum bum! El público aclama. Entre los alaridos se escuchan palabras como “asesinas” y “delincuentes”. La multitud agita pañuelos y alza  carteles con consignas que parecen pacíficas. Levanta imágenes de Cristo recién nacido y de la Virgen. Las campanas de tres iglesias suenan al compás de los latidos del corazón de un feto de 14 semanas, suenan al compás de los gritos, al de los insultos contra agrupaciones feministas. Son muchos. Meten miedo.

 

El cielo había estado cubierto casi durante toda la semana. Algunas nubes rebeldes se negaban a abandonar el firmamento, pero por lo menos no interrumpían los rayos de sol que apenas calentaban la tarde de ese domingo de otoño. Las calles estaban vacías hasta una cuadra antes del inicio del microcentro. A lo lejos se escuchan gritos huecos, pronunciados a un micrófono y transmitidos por parlantes transportados en una camioneta que circula a paso de hombre. La 24 de Septiembre, principal arteria de la capital tucumana, parecía una peatonal. Circula una enorme cantidad de gente. Todos caminan en un mismo sentido. Ignoran todo a su paso, menos a una estructura que va al frente, escoltada por mujeres embarazadas y sus familias. “¡Viva la vida! ¡Viva Merceditas!”, grita una voz femenina. La muchedumbre no tarda en responder: “¡Viva!”

 

El movimiento comenzó pasadas las 16 de ese domingo 10 de junio, en el Monumento al Bicentenario. Hombres, mujeres y niños, grupos de jóvenes con pancartas y banderas, señoras con imágenes de la Virgen y del Niño Jesús. Miles de personas se disponían a marchar hacia Plaza Independencia para rechazar el proyecto de ley que luego obtendría media sanción en Diputados y que pretende terminar con la muerte y criminalización de mujeres que deciden interrumpir sus embarazos, cualquiera sea el motivo. Sin embargo, para ellos la discusión es otra: ¿hay vida o no en el vientre? ¿Es o no el feto un ser humano? ¿Es lo que quiere la Iglesia o no? ¿Es moralmente correcto hacerse un aborto?

 

En el principal paseo público de la provincia aguardaba un enorme escenario con pantallas gigantes y altoparlantes de gran potencia y calidad. Arriba, un ecógrafo y una camilla. Cuando el reloj pasaba de las 17, la 24 de Septiembre estaba colmada. Un grupo de por lo menos 50 jóvenes sostiene en dos partes ─uno en cada cordón de la arteria─ una bandera argentina angosta unida por mangos de madera que marcan el camino hacia donde tres conductores se disponen a animar la convocatoria.

 

Jeans, pantalones de tela, bombachas de gaucho, ponchos, suéteres de hilo puestos o amarrados a los hombros, camisas por dentro del pantalón, cintos de cuero con hebilla dorada, camperas infladas, de gamuza, de cuero fino, joyas y zapatos de “alta gama”. No había tambores o batucadas, mucho menos bombas de estruendo explotando. Apenas había policías custodiando la marcha; vigilaban sin escudos ni equipo anti disturbios. Casa de Gobierno no estaba vallada. Las diferencias con otras movilizaciones eran notables. El prejuicio que viene desde lo más alto de la autoridad queda al descubierto. No se reprime, no se restringe el paso, no se apunta con el dedo; la multitud circula libremente y con custodia policial.

 

Ya son casi las 17:30. La gente desborda por 24 hasta la Catedral, y por Laprida hasta San Martín. La multitud atrae a una serie de vendedores ambulantes y vendedores de praliné, que en un comienzo son ignorados por la algarabía de la llegada al lugar donde se harán escuchar hasta Buenos Aires, donde tres días después se votó la ley. Detrás del escenario esperan referentes de agrupaciones que se autodenominan Pro Vida, con mensajes escritos en afiches. Lucen ansiosos por desplegarlos, con una mirada desafiante, soberbia, como si estuvieran por entrar a un ring, como si la plaza fuera el campo de batalla de una guerra santa, como si de ellos dependiera el destino de la humanidad. También hay médicos y un grupo de chicos con síndrome de down esperando hacer su aparición estelar.

 

“Ahora podés filmar acá, pero cuando sea la representación vas a tener que bajar”, advierte uno de los conductores. Está inundado de gente; llega hasta el borde del escenario, donde en primera fila hay payamédicos, dos personas disfrazadas ─una de Sapo Pepe y otra de Peppa Pig─ y público variado. De sus cuellos cuelgan pañuelos celestes y rosas, que simbolizan el apoyo a las dos vidas, la del feto y la de la madre que desea interrumpir su embarazo. Se ven convencidos de que su reclamo es moral, justo y necesario; un mandamiento divino. Frente a ellos yace Merceditas, un muñeco gigante de hierro y yeso que representa feto de 14 semanas construido especialmente para la ocasión. Descansa encima de un carro tirado por una camioneta 4×4. Parece dormida, los flashes la asedian y más de alguno posa y sonríe para la cámara de algún celular desde donde luego compartirán foto en las redes sociales como prueba de haber estado en la marcha más multitudinaria de los últimos años en Tucumán. La convocatoria reunió a unas 50.000 almas según la Policía de la Provincia. El cálculo de la organización, en cambio, asciende a 100.000. Cuando la punta de la columna pisó Plaza Independencia, la fila llegaba hasta la avenida Alem. Entre los manifestantes caminaban políticos que rechazan la despenalización del aborto: diputados, intendentes, concejales y funcionarios nacionales. Sólo por nombrar a algunos, estuvo el edil capitalino Agustín Romano Norri, que meses atrás saltó a la fama por celebrar el cáncer que apagó la vida de Eva Perón; el diputado José Orellana, que durante la sesión celebró que los bebés nacidos en la ex ESMA durante la última dictadura militar fueran robados en lugar de abortados; los intendentes Germán Alfaro y Mariano Campero, de capital y de Yerba Buena; y los integrantes de la Cámara baja José Cano y Beatriz Ávila.

 

El show comienza. Uno de los conductores le habla al público y les recuerda la consigna que los reunió en la plaza: “¡Salvemos las dos vidas!”, grita ante la ovación y los aplausos que vienen desde abajo. Otros colaboradores acomodan una camilla y un ecógrafo que ya se encontraban sobre el escenario, en una esquina, fuera de la vista de los asistentes. El público repite las estrofas que pronuncia el animador: “¡Mamá, papá, déjalo nacer, queremos ver al niño crecer!”. La escenografía está lista. Un médico calvo y de anteojos, con su tradicional delantal blanco, se sienta y hace una seña para que pase una mujer. Está embarazada; parece de más de tres meses. Le piden que se recueste. El galeno le levanta el buzo y la remera hasta antes de sus pechos. Está fresco a pesar de que hay sol. Ya son casi las 18 y el viento suave del otoño se siente en la piel de la futura madre, que ahora es humedecida con gel para facilitar el uso del equipo de ultrasonido en su vientre, en busca del feto que descansa en su interior. El feto ignora los decenas de miles de manifestantes que están por verlo, autoproclamados sus defensores, aun cuando la ley que se discute no obliga a su mamá a abortarlo. ¡Bum bumbum bum! ¡Bum bumbum bum! ¡Bum bumbum bum! Los latidos del pequeño corazón son transmitidos por altoparlantes y retumban en las paredes de la Catedral, desde donde acompañan el sonido con el tronar de sus enormes y longevas campanas. La Basílica de la Merced y la Iglesia San Francisco se suman a la orquesta. La ovación de la gente casi no se escucha, el ruido es ensordecedor. El doctor no se queda atrás y, mientras mueve el transductor por sobre el ombligo, presionando el abdomen para recibir la imagen con mayor claridad, procede a insultar a los impulsores de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE): “¡Criminales! ¡¿Ésto quieren matar?!”. La silueta del feto se ve clara. Tiene 14 semanas. El estudio revela que es una nena. “¡Asesinos!”, continúa y le pide a su paciente que levante la mano. El público enloquece; es como si el sonido de los latidos los hubiera puesto bajo una suerte de trance, miran fijamente las pantallas gigantes del escenario. Nada más importa, ni los chicos que venden golosinas en los alrededores, ni los insultos que el doctor propina impunemente contra los impulsores del proyecto de ley. El acto se repite por segunda vez, casi calcado al primero pero con la participación especial de una ex profesora de la facultad del médico que realiza la ecografía. Estaba entre la multitud y la invitaron a subir; un momento emotivo que incluyó a la maestra y a su discípulo, a lo Karate Kid, lustrando y puliendo la panza de esa madre delante de todos. A continuación daría inicio una nueva etapa, que incluiría afiches y niños con síndrome de down. Así, como suena, como si fueran parte de una coreografía.

 

El atardecer ya se nota a lo lejos en los cerros. El anaranjado del cielo se vuelve negro azulado lentamente y el aire ya se siente algo mojado por el rocío vespertino que ofrece la estación previa al invierno. Un drone sobrevuela la multitud y un grupo de al menos 10 periodistas seguimos atentamente los detalles de la movilización desde el escenario. De pronto, un mensaje hace vibrar el celular que hasta entonces utilizaba como cámara de fotos y video. Es la fotografía de una nena de unos cuatro años. Tiene el pelo tomado hacia atrás y se abriga con una campera blanca sobre un buzo rosa similar a un poncho. Viste jogging y zapatillas. Está feliz; su sonrisa y sus ojos achinados la delatan. Aplaude enérgicamente, se nota porque sus brazos salen movidos en la imagen. Está en la marcha, no parece saber de qué se trata pero está ahí. Y si le dijeron el porqué, le mintieron queriendo o sin querer, pero casi seguramente desconoce lo que hace, lo que aplaude, lo que parece apoyar. Se ve asombrada, nunca estuvo en un lugar con tanta gente, en medio de cánticos, con afiches e imágenes religiosas como las que ve a diario en su jardín. Doy fe. Es mi hija. El nerviosismo se apodera de mí y me distrae de la cobertura por un momento. Discuto unos minutos vía WhatsApp con mi esposa ─pro vida─ y prefiero no continuar el debate; estaba por ocurrir lo más nefasto del evento. Los niños en las marchas no son un problema, pero en esta ocasión en particular fueron ─junto con las mujeres embarazadas─ carne de cañón, alineados como muestra perversa de lo que podría no ser si la ley a la que se oponen prospera. Una falacia malintencionada o simplemente una mala interpretación.

 

El grupo de niños con síndrome de down que esperaba su turno ahora sube al escenario. Son acarreados de la mano por personas de la organización. Están emocionados, sonríen y hacen su entrada en fila india, entre pasos y pequeños brincos. El animador los presenta como personas “muy especiales” y el público los recibe con aplausos. Levantan los brazos y devuelven el saludo, ríen de emoción, gritan. Saltan, vuelven a levantar los brazos, esta vez en señal de victoria. Son el plato fuerte de la jornada, la frutilla del postre de este horror show. Entonces otro grupo les entrega un cartel largo, con un mensaje que eriza la piel, no por lo morboso y engañoso, sino por cómo es desplegado por estos niños inocentes que no saben que la frase habla de ellos, de su suerte trágica, de su muerte contrafáctica: “Nosotros también tenemos derecho a vivir. No permitas que nos aborten”. Uno de los chicos se escapa de la fila para pedir el micrófono. Sólo quiere cantar, mostrar a la gente cómo lo hace. No se da cuenta de que acaba de ser usado como carnada en un tanque de pirañas. Desde las agrupaciones opuestas a la Ley IVE siempre esgrimieron que si la iniciativa logra el aval del Congreso serían los niños con trastornos genéticos o deficiencias severas los principales blancos de quienes buscan la despenalización del aborto. Blancos, como si se tratara de un campo de tiro humano. La suposición habla más de ellos que de los otros.

 

La noche cae. Merceditas duerme a pesar del barullo. Llega el turno de los políticos. Tres de los seis diputados que rechazan el proyecto de ley en la sesión están a punto de comprometerse en público a votar negativo. Son José Cano y Beatriz Ávila de Cambiemos, y el peronista José Orellana. El acto está por alcanzar su momento cúlmine. Suben al escenario pasadas las 19 y la plaza sigue colmada. Hay una mesa con un pedazo de papel sobre ella y una lapicera de esas que hay que apretar arriba para poder escribir. Los parlamentarios son puestos en línea mientras el animador explica al público lo que está por pasar. Están por salvar sus votos ante una mayoría que amenaza con quitárselos si no votan “a favor de la vida”, de las dos, pero en realidad sólo una de ellas. Dos de ellos pertenecen al mismo frente, Cano y Ávila, aunque sus raíces son distintas. Uno es radical y la otra peronista por su esposo, el intendente de la capital. Orellana, más conocido como el Mellizo, posa junto a ellos sin importar el partido. Vino con su esposa, la legisladora Sandra Mendoza, que el año pasado fue candidata a diputada por el Frente Justicialista en la lista que lideró el vicegobernador Osvaldo Jaldo. Llega el momento de estampar la firma. La multitud los aclama a todos por igual, cambiemistas y peronistas reciben por una insólita vez los mismos aplausos. El final está cerca. Un joven de traje pide permiso para instalar su teclado, mientras sus compañeros acomodan los cables de los micrófonos con los que están por cantar. El animador estira un poco más su alocución y anuncia el himno nacional. El tecladista toca. Todos firmes. Hay ojos llorosos y pechos inflados. Manos atrás, a los costados, adelante.

Ooooh juremos con gloria morir ¡Ooooooooh juremos con gloria morir! ¡¡¡Oooooooooh juremos con gloria morir!

 

La gente aplaude y se abraza. La plaza sigue repleta. El clima es de victoria. El mensaje ya fue enviado a más de 1.000 kilómetros de Tucumán. La despenalización del aborto obtuvo media sanción en Diputados el miércoles siguiente, dos días después de la demostración de fuerza de una parte numerosa de la sociedad tucumana. El proyecto ahora deberá sortear la Cámara de Senadores, donde se firmará el dictamen del proyecto el 1° de agosto y se debatirá la semana posterior.

 

El acto para “salvar las dos vidas” terminó irónicamente con un juramento de muerte gloriosa, muy distinta a la de una mujer cuya vida se le escapa sobre una camilla fría, en un cuarto húmedo, con un médico de dudosa formación que aplica poca anestesia, y sin garantías de volver a salir caminando por la puerta de ese sanatorio improvisado, desconocido, clandestino, para ver una vez más la luz del día.

Sugerencias

Newsletter