Esto no es un Messi

Crónicas de Acá

Esto no es un Messi

Famaillá es la ciudad donde transpiran cientos de estatuas de todos los tamaños y colores, pero hay una, solo una que ha recorrido el mundo y sacudió las redes sociales.

Aunque está custodiada por una larga hilera de palmeras al mejor estilo Miami, la vera del último tramo de la ruta provincial 301 no huele a bronceador, ni a playas, ni a Chanel Nº 5: la vera del último tramo de la ruta provincial 301 huele a Argentina.

No sólo es una de las rutas que en 39 kilómetros conecta San Miguel de Tucumán y Famaillá: la 301 es, además, un camino que está aprendiendo de Las Vegas; un camino directo a lo kitsch. En pocos metros, estatuas de santos de la iglesia católica conviven con santos endiosados de la cultura popular. La Virgen de Fátima, Juan Pablo II, la madre Teresa de Calcuta y Jesucristo con sus doce apóstoles se yuxtaponen con Mercedes Sosa, la lunita tucumana, con el increíble Hulk, Goku, Batman, y con un par de granaderos que escoltan una copia del Cabildo.

Allí, en la ciudad de las réplicas, una estatua es original.

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No hace falta entrar a la ciudad para verla. En una calle de adoquines, donde las empanadas y el vino y el asado atraen a decenas de turistas al paso, donde el folclore resuena en los parlantes y en el repiquetear de los que se animan a bailar una chacarera, ahí, donde las artesanías decoran los tablones que las exhiben, entre el humo de las parrillas y el ruido de los platos y la música, entre el sonido de los motores que van de norte a sur y de sur a norte por la 301, ahí, entreverada con un soldado de Malvinas y con damas antiguas del siglo XIX y con una empanadera de anteojos hípsters, ahí, en el Parque Temático Histórico del Bicentenario, frente a la «Panificadora del Cabildo», ahí está la estatua de Messi.

El sol de las dos de la tarde es un reflector de cancha de fútbol que la ilumina con una pasión enceguecedora. Ahí está, congelada en un pase eterno de gol sobre una plataforma blanca de cemento. Tiene el pelo oscuro, la piel cobriza y una mirada que parece enfrentar a un jugador al que está por gambetear por la derecha. Como un crack. Como el crack del que todo un país -todo un mundo- cree que es copia. Viste la camiseta albiceleste con la leyenda «Messi 10» en el pecho. Quién podría dudar: aunque gambetee con la diestra y ni un solo rasgo de la cara se le parezca. Carlos Abregú la rescató del descenso y la llevó a su panadería para adornar el frente del negocio.

Cacho nunca imaginó que un 2 de julio de 2016, aquel adorno se convertiría en noticia.

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Se cree que la fecha del debut fue un 20 de junio de 2016, en el desfile de carrozas alegóricas del bicentenario, en un acto patrio por el día de la bandera. Pero alguien afirma que no fue así.

Darío Silva y Jesús Yampa se sientan, cada uno, delante de una máquina. Ambos buscan una foto que oficie de prueba del debut de la estatua de Messi antes de que sea «la estatua de Messi». Darío y Jesús son parte del equipo de Prensa y Difusión de la Municipalidad de Famaillá. Iván Centeno y Franco Viera, también.

En la oficina ubicada en el anexo de la Casa de la Cultura guardan todos los eventos de la gestión de la intendente Patricia Lizárraga en dos computadoras de escritorio. El registro del acto patrio por el día de la bandera estaba a cargo del equipo de Prensa. Como siempre. Tres cámaras, tres fotógrafos, tres miradas distintas. Todo estaba cubierto. El resultado de esa tríada fueron cientos y cientos de archivos jpg. Casi un año después de aquel 20 de junio, las carrozas alegóricas del bicentenario de la Patria desfilan una vez más.

Después de una hora de búsqueda, cinco pares de ojos se dan por vencidos. No hay registro oficial. Darío está convencido de que nadie le sacó una foto porque no llamaba la atención: en ese momento no era la réplica de Messi y a nadie se le ocurrió eternizarla en unos cuantos bits.

Pero aquella estatua ignota terminó convirtiéndose en un ser nacional.

Tendrían que pasar 12 días desde aquel 20 de junio para que una sola fotografía lo cambie todo.

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Empezó a circular en las redes sociales sin que nadie reclamara su autoría. En la foto se ve una estatua con la camiseta del 10, la de Messi, la del crack. Desde ese momento no fue una estatua con la camiseta de Messi: era Messi, con su camiseta, convertido en estatua; era Messi pateando con la derecha; era Messi con la cara del Ecce Homo restaurado; era Messi tapa del FIFA17 para la PlayStation 4. El proceso de la semiosis es implacable, y ahí donde nunca hubo un Messi, todos vieron un Messi. El diario La Gaceta se hizo eco al instante: «Apareció una estatua de Messi en Famaillá y estallaron las redes». Las burlas y los memes fueron estridentes. Tanto, que hasta se escucharon en Rusia y en España: «¡Que no la vea! Presentan la estatua de Messi más fea del mundo», titulaba el diario RT de Rusia, mientras que el Sport de España la sentenciaba como «La estatua más fea dedicada a Leo Messi».

Llegó la fama; y con ella, los fans. Por esos días, el tráfico de la 301 fue más lento de lo habitual: todos querían una foto con Messi. Hasta Ariel «el Burrito» Ortega tiene una en su teléfono celular. Pero las burlas siguieron resonando y a Famaillá no le quedó otra opción que desplegar una táctica defensiva. Salió con los botines de punta y con un relato oficial, ordenado y prolijo. Salió con la historia que conocen todos: la estatua fue hecha por los chicos de una escuela primaria para que participe del desfile de carrozas alegóricas del bicentenario, el 20 de junio de 2016. Fue hecha por chicos. Por eso, dicen, salió fea, deforme, improlija: las manos de los niños no tienen la experiencia de las manos de los escultores que hace años trabajan el telgopor, la resina, la cartapesta y la fibra de vidrio para crear las estatuas que convirtieron a Famaillá en «la ciudad de las réplicas».

Es la historia que conocen todos, pero alguien afirma que no fue así.

Miguel Nazar es escultor y hace más de 10 años que sus manos son artífices de muchas de las estatuas de Famaillá. La de Messi no fue la excepción: él estuvo involucrado en la creación de la réplica más famosa de la ciudad, pero no fue el único. Un escultor de Neuquén y varios alumnos de las escuelas primarias y secundarias de la ciudad, junto con estudiantes de la Facultad de Artes de la Universidad Nacional de Tucumán formaron parte de la Comisión del Bicentenario -equipo encargado de realizar entre siete y ocho carrozas para el desfile del Día de la Bandera.

A la estatua la hicieron en la réplica de la casa del Obispo Colombres; la hicieron para que vaya en la carroza que llevaba un baúl con cartas escritas por los hombres y mujeres de hoy, para los hombres y mujeres del tricentenario; y no la hicieron a imagen y semejanza de Lionel Messi, sino de otra estatua de una plaza de Lima -obra del escultor Miguel Baca Rossi. La representación de la estatua de un niño que juega a la pelota, allá, en Perú, pretendía simbolizar a la Argentina, acá, en Tucumán; y aunque le pintaron la camiseta de la selección nacional, no alcanzó para que la incluyeran en la carroza de las cartas. No tenía sentido, dijeron. Le sacaron tarjeta roja antes de salir a la cancha. Pero Carlos Abregú la rescató: sabía que le faltaba un partido por jugar.

La estatua resultó ser la réplica de otra estatua. Así nació: del calco de un simulcop (plantilla de dibujo escolar furor en los 60, 70 y 80 que permitía a los niños menos avezados al dibujo transformarse en expertos ilustradores) usado, gastado. Así nació: para desfilar en una carroza a la que jamás subió. Nació para ser noticia. Para ser bulleada. Para ser famosa. Para ser nacional.

Y lo es.

cronica messi

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Todo aquel murmullo mediático llegó a los oídos de Marcos López. El fotógrafo y artista plástico interesado en las identidades latinoamericanas no pudo contener las ganas de incorporarla a «Ser Nacional», trabajo que formaba parte de los festejos por el Bicentenario de la independencia argentina, en la muestra 200 años. Pasado, presente y futuro del Centro Cultural Kirchner. La estatua de Messi había sido convocada a jugar en la selección.

Desde una ciudad con 24.397 habitantes viajó a otra con una población 524 veces más densa. De Famaillá a la Gran Buenos Aires. Del galpón donde la descartaron al CCK. Y viajó por esos 1.217 kilómetros como una obra de arte.

Desde el 2008 al 2014, Diego Aráoz – fotógrafo tucumano y editor de Tucumán Zeta- realizó un ensayo sobre Famaillá que fue expuesto en el Museo Timoteo Navarro, en el marco de la Sexta Bienal Argentina de Fotografía Documental. Ahí conoció a Marcos López. Por eso, cree, recibió un pedido especial del referente del sub-realismo criollo: una sesión de fotos de la estatua de Messi y el registro del momento del traslado en Famaillá.

Diego sabía la fecha en la que iba el camión del transporte especializado. Ese día, temprano, se fue a Famaillá. El chofer y el encargado de la manipulación de la estatua se prendieron con la filmación. Después de hacer varias tomas de la nueva estrella del seleccionado subiendo y bajando del camión, la estatua estaba lista para ser empaquetada y envuelta y puesta entre algodones para embarcar rumbo al CCK.

Pero meses antes de aquel traslado, Diego fue con su hijo y un primo a hacer la sesión de fotos que Marcos López le había encargado. Cuando llegaron a la panadería, le pidió permiso a Cacho Abregú para mover la estatua y llevarla a distintos lugares de Famaillá. El Messi de cartapesta no entraba en el auto. Diego tuvo que abrazarlo por afuera del vehículo. Así recorrieron toda la ciudad: en un auto diminuto, de color azul oscuro, y con la réplica más famosa de lugar colgando de un costado. No pasaron desapercibidos: los gritos de “Messi, Messi, ahí va el Messi” lo hicieron notar.

Cuando se fue, no se sabía si iba a volver: había firmado contrato por tiempo indeterminado. El primer partido fue el 16 de noviembre de 2016 en el Gran Buenos Aires. Mientras la hinchada vitoreaba los discursos de Eva Perón y cantaba al ritmo de “Menem lo hizo”, la estatua jugó con Antonio Berni y Guillermo Kuitca y Sara Facio, con aborígenes del Chaco y Domingo Faustino Sarmiento y el Gauchito Gil, con la revista Gente y la revista Caras y Jorge Luis Borges, con Juan Manuel de Rosas y María Julia Alsogaray y Luca Prodan, con María Elena Walsh y Julio Cortázar y Marilyn Monroe. Cada uno, en su posición, formaba parte del equipo. Eran un documento: un documento nacional de identidad.

Así, desmesurada y excesiva, de a ratos kitsch y flashera, de a ratos criolla y popular, otras veces culta y erudita, la identidad argentina parece extasiada con el deseo latente de ser auténtica pero igual a Europa. Una identidad que es la réplica de una copia de la copia de otra réplica. Como el Messi de Famaillá.

Después de meses en Buenos Aires, volvió. Volvió a entreverarse con el soldado de Malvinas y con las damas antiguas del siglo XIX y con la empanadera de anteojos hipsters. Después de meses, volvió a adornar la panificadora del cabildo.

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Y ahí está el Messi, etéreo y congelado en un partido perpetuo. Acaba de meter un golazo. Como un crack.

Pero esto no es un Messi: esto, simplemente, es.

 

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