Yo estuve ahí

—Los enemigos de los graffiteros son los mismos graffiteros. No es necesario salir a pintar haciendo tanto cartel, esto no es el Bronx, no son las calles de Nueva York. Acá hay muchos graffiteros que se comen ese verso y el de gangster.— me dice uno de los artistas que está conmigo, charlamos y cada uno mira a una dirección opuesta.

—La gente no te dice nada, pasan y a lo sumo te putean, ni se preocupan por lo que vos estas haciendo. Hay mucha indiferencia y soledad en las calles. No les interesás.— agrega mientras saca una fibra y taggea, pone su firma, un cesto de basura.

Pienso, recuerdo, lo que dice un supuesto Banksy sobre los tag:  “Los graffitis son una forma de guerrilla. Es una manera de disputarle el poder, el territorio y la gloria a un enemigo más grande y mejor equipado: el gobierno. Pintar un tag es como devolver el golpe. Si no sos dueño de una compañia ferroviaria, entonces ve y pinta un vagón”.

Un golpe, devolver un golpe.

El olor de la pintura en aerosol me distrae. Me pregunto por ese trance en el cual caen los writers de graffiti del mundo, que los hace viajar frenéticamente cuando la adrenalina está a tope y solo piensan en rellenar, trazar y hacerle el borde (powerline se dice) final a su pieza. El cemento, el metal, la mano, la pintura y la lata. En ese momento el más mínimo sonido se convierte en un motivo de exaltación. Se alejan, revisan, vuelven por los detalles. Pareciese que nunca acaba, que nunca está perfecto.

Uno de los pibes que accedió a que los fotografíe planea saltar los carteles publicitarios que tapan un baldío frente a los Tribunales Federales de la Nación, en el centro de San Miguel de Tucumán.

El objetivo final es bombardear la pared a una altura de 4 metros donde ya había una firma de él, pero hace un pequeño throw up para ganar el espacio. Dá con su cometido. La pared y parte de la ciudad, pasan a ser de él y su crew.

 

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