Famaillá

 

Bienvenidos a Famaillá

El viajero desciende del ómnibus luego de agotadoras jornadas de travesía; está vestido perfectamente para los eventos de los cuales serán parte en breve él y su familia: es decir, está vestido de viajero.

La arquitectura de la ciudad que recibe su visita lo abruma: se topa con grises lobos marinos de cemento, murales religiosos, monumentos; el papa Juan Pablo II convive a pocos metros de Eva Perón, la cantante local Mercedes Sosa con un gigantesco homenaje escultórico a la Semilla; en lo que parece el edificio donde cientos de personas proclamaron hace ya más de 200 años el fin de la dependencia del país, custodiado por incorruptibles guardias de yeso, funciona un bar; es aquí donde el viajero se aposenta junto a su familia, bebe lentamente vino tinto y come platos típicos, mientras piensa que, a través de la gastronomía –caliente, jugosa, abundante- el espíritu libertario se apoderará de él, aunque más no sea por un par de horas, hasta que haga la digestión. El viajero, acompañado por un centenar de ávidos turistas, ha llegado a Famaillá.

Tal vez parte de ese espíritu de conquista de la utopía y la libertad es el que impulsa a Diego Aráoz a realizar el intento de fusionar dos miradas: una, la de nuestro intrépido viajero –ingenua, gozosa- y la otra, la suya propia, la del fotógrafo/arqueólogo/investigador.

La empresa que lleva adelante Diego Aráoz es épica, heroica; sus fotos de Famaillá, de su arquitectura bizarra, melliza y camaleónica, de sus habitantes omnipresentes en los edificios y murales y decoraciones barrocas y exuberantes, son concebidas y hechas en un primer momento desde la postura extrañada frente a tamaña desmesura; luego, la mirada –las fotografías- se vuelven empáticas en relación a estos espacios, estos edificios y estas esculturas sin autores, y sin tiempo.

Es gracias a esta forma de mirar híbrida y dual que Diego Aráoz reconoce y nos señala la potencia de lo banal, la ironía de la desmesura, y la candidez de los colores planos y las formas elementales. En los tiempos de la Aldea Global, el fotógrafo ha sido subyugado –al igual que nuestro viajero- por este Macondo del interior profundo de Argentina, esta modesta Las Vegas que cita en cada esquina a la historia, real o inventada.

Estas imágenes –las reales y las simbióticas fotografías de DA- moldean el sentido de pertenencia de los habitantes de Famaillá; se percibe en ellos un cierto orgullo colectivo, tal vez denotado en el andar cansino pero digno del viejo arriero, en la despreocupación del joven estudiante, en la mirada intensa de la funcionaria. Estas imágenes –ahora sí, estas fotos- nos presentan un mundo fuera de tiempo, pero no por anacrónico sino porque en Famaillá, irónicamente, no hay referencia de época, ni de estilos, no existe un anclaje que nos permita situarnos con firmeza en un tiempo-espacio definidos.

Famaillá es la Disneylandia del interior profundo de la Argentina, y las fotografías de Diego Aráoz son el perfecto brochure, la puerta de entrada a lo fantástico, la imagen definitiva que el viajero –el nuestro, cientos, miles como el nuestro- grabará en su retina y en su corazón para siempre, junto con el recuerdo de un buen vino tinto y unas empanadas, que comió un día no muy lejano en Tucumán, en un cabildo de fantasía.

Gabriel Varsanyi

Sugerencias

Newsletter